BEATO JEREMÍAS
KOSTISTIK DE VALAQUIA
5 de marzo
1625 d.C.
Jeremías (Juan Kostistik) nació en Tzazo, región
de Valaquia, en Rumania, en el seno de una familia que se
distinguía por su fe católica en una región
infestada por la herejía. Después de una infancia y una
juventud vividas santamente, a los diecinueve años sintió
la vocación religiosa, pero quiso realizar su ideal en Italia.
Su madre lo animó diciéndole que Italia era tierra de
buenos cristianos y de santos religiosos. En su viaje demoró dos
años al servicio del príncipe Esteban Bathery. Luego se
puso al servicio de un médico italiano para acompañarlo a
Bari. En este revuelto puerto se encontró lo contrario de lo que
le había dicho su madre: blasfemos, borrachos, ladrones,
salteadores... Cuando pensaba volverse a su tierra natal, alguien le
aconsejó dirigirse a Nápoles, a donde llegó en un
tiempo propicio para su piedad: era la cuaresma de 1578, tiempo
penitencial: iglesias llenas, procesiones devotas, gente a la escucha
de la Palabra de Dios: "Si aquí están los buenos
cristianos, también estarán los santos monjes de que me
habló mi madre". Entró a la iglesia de los capuchinos,
asistió devotamente a la liturgia celebrada por los frailes,
quedó muy conmovido, y se dijo: "seré uno de ellos".
Se presentó al provincial, quien, después de probar la
vocación del joven, lo aceptó al noviciado. Cambió
el nombre de Juan por el de Jeremías, e hizo su profesión
religiosa en 1579, a los 23 años de edad. Se dedicó a
alcanzar la santidad siguiendo las huellas de san Francisco.
Ejerció los oficios de cocinero, hortelano, sacristán,
limosnero. Después fue destinado a Nápoles para atender a
los enfermos de la gran enfermería provincial. Allí, en
el oficio de buen samaritano, se entrega totalmente al servicio del
prójimo por amor a Cristo. Se reservaba el cuidado de los
más necesitados, los más llagados, los más
difíciles y desagradables o locos. Ninguna madre habría
cuidado a su propio hijo con tanta ternura como fray Jeremías
curaba a sus pobres cohermanos. La fama de su santidad se
extendió por todas partes y mucha gente acudía a
él. Realizó milagros, se distinguió por su caridad
para con los pobres, enseñó catecismo a los niños
que se sentían especialmente atraídos hacia él.
Muy devoto de la Santísima Virgen. Permaneció en su
oficio hasta su muerte, a los 69 años de edad. Juan Pablo
II lo beatificó el 30 de octubre de 1983, con ocasión del
Santo Jubileo de la Redención.