BEATO JAIME
PAYÁS FARGAS
1936 d.C.
25 de julio
Nació el 14 de
agosto de 1907 en Castelltersol (Barcelona)
Profesó el 15 de agosto de 1924
Sacerdote el 21 de junio de 1931
Fusilado el 25 de julio de 1936 en Sallent
El P. Jaime Payás nació el 14 de agosto de 1907 en
Castelltersol (Barcelona) y fue bautizado a los tres días en la
parroquia de San Fructuoso, del obispado de Vich. Años
más tarde recibió la confirmación.
Sus padres fueron D. José Payás, tendero, y Dª
Antonia Fargas, ama de casa. Tuvieron 7 hijos, ocupando Jaime el
último lugar. En su casa recibió la
educación cristiana propia de la época, que él la
califica como «inmejorable formación familiar»[1],
de manera que en la familia florecieron las vocaciones religiosas. En
efecto, su hermano mayor, Feliciano, y el antepenúltimo,
José, le precedieron como Misioneros claretianos.
Ingresó en la Congregación en 1919 cuando tenía 12
años en el postulantado de Vich. Aquí estudió los
cuatro cursos de Humanidades demostrando su extraordinario talento y
sus grandes deseos de santidad, bajo la sabia guía del Prefecto
de postulantes, P. Jaime Girón, también mártir.
En el verano de 1923 fue a Cervera para hacer el noviciado, que
comenzó el 14 de agosto con la toma del hábito bajo
la dirección del P. Ramón Ribera. Profesó el 15 de
agosto de 1924.
Los estudios filosóficos los realizó en Cervera, el
primer curso, y los dos restantes en Solsona, con resultados
extraordinarios. Al final del segundo curso, junto con otros cuatro
filósofos, tres de ellos mártires, hizo con brillantez
los exámenes de Bachillerato en el Instituto de Lérida.
Los estudios teológicos. En Solsona hizo el primer curso, que
apenas iniciado en octubre, recibió la primera tonsura y las
órdenes menores de manos del Exc.mo Valentín Comellas,
Obispo diocesano. Los restantes cursos los realizó en Cervera, a
donde pasó el 17 de agosto de 1928. En el mes de septiembre
envió una carta al Subdirector general ofreciéndose. para
ir a las misiones. «Y este ofrecimiento valga para cualquier
lugar y oficio, pues que en todas partes veo que se puede dar mucha
gloria a Dios y hacer algo que vaya dirigido directamente a la
salvación de las almas, sólo que lo referente a China ha
sido una ocasión para hacer manifiesto dicho
ofrecimiento»[2]. Su celo por las misiones, los chinos, los
pecadores, se despertó ya en el primer año de
postulantado impulsado e inculcado por el P. Jaime Girón.
En el año 1930 murió su padre, situación que
afrontó con entereza, prodigando consuelos a sus familiares,
sobre todo a su madre, pues sus hermanos misioneros estaban lejos.
En Solsona, el 30 de mayo de 1931 recibió el Subdiaconado, al
día siguiente el Diaconado y el 21 de junio del mismo año
el Presbiterado de manos del Exc.mo Valentín Comellas,
Administrador apostólico de Solsona.
Terminados los estudios eclesiásticos comenzó la carrera
de maestro en la «Normal» de Barcelona y
terminó la parte teórica en 1934. El curso
siguiente fue el año de prácticas, que realizó en
el Grupo Escolar de la calle Rosellón-Balmes, antes de los
jesuitas. Esto se le hizo muy pesado porque no le dejaba tiempo libre.
Entonces consiguió el título de maestro nacional y
entró en el escalafón nacional al conseguir plaza.
Le tocó como interino el Colegio Barcelona Unitaria 28,
calle de San Mariano, 6, de San Andrés. Pero pudo poner un
sustituto e ir a Sallent como maestro del colegio de los claretianos
desde el curso 1935-1936. También era Ministro de la casa.
Un problema que le preocupaba mucho era la llamada del ejército.
Tuvo suerte porque eran siete hermanos y haciendo cuota, pagando un
poco, se pudo librar de ir al cuartel.
Cualidades y virtudes
Las virtudes del P. Payás se pueden descubrir recorriendo los
propósitos que hizo desde el primer año de postulantado,
que sería común a la mayoría de sus
compañeros.
Como se ha dicho antes, tenía grandes cualidades intelectuales y
también artísticas, especialmente pictóricas, que
le costó algún disgusto por la incomprensión.
Quizá por ello algunos compañeros le acusaban de
ser vanidoso, de ser charlatán. Lo cierto es que desde el
principio trató de corregir sus faltas y mostró sus
deseos de ser santo. Se esforzaba lo que podía en ser prudente
en el hablar y no hacer juicios temerarios. Sobre todo ejercitó
la humildad, con actos frecuentes como pedir las faltas para luchar
contra la vanidad.
Era hombre de piedad profunda que alimentaba con frecuentes visitas al
Santísimo. Hacía frecuentes ejercicios de
mortificación de los sentidos, especialmente del gusto. Era muy
devoto de la Virgen de los Dolores y del Santo Rosario. Ya el 21
de noviembre de 1921 se consagró a la Virgen.
Le gustaba aprovechar bien el tiempo de estudio y guardar el silencio
en la sala de estudio. Tenía sumo interés en adquirir una
buena formación.
Era un religioso observante, cumplidor de todas sus obligaciones.
Obediente en todo a los Superiores.
En su corta vida sacerdotal ejerció con asiduidad el ministerio
del confesionario.
Dispersión de la comunidad y refugio
El P. Payás, al estallar la revolución, buscaba refugio
donde esconderse como los demás de la comunidad, y salió
de casa junto con el P. Capdevila, Superior, llevando consigo varios
objetos litúrgicos en un talego, y se refugiaron en la casa de
D. José Soldevila Rabeya y Dª Rosario Subirá
Arumí, calle Cos, 12, que era una pastelería, donde
cenaron con la familia. D. José escondió el talego en una
de las dependencias de la planta baja de la pastelería. Los
Padres llevaban también un copón (la copa sin el pie) con
formas consagradas, pero no lo dejaron allí cuando, poco
después llegó el cuñado de Dª. Rosario
alertando del peligro que corrían los Padres. Entonces fueron a
la casa de su madre política o suegra, Dª. Rosa Rabeya,
viuda de Soldevila, que accedió a su petición y
allí se trasladaron, calle de Santa Cristina, desde 1931 calle
Salmerón. Al ir por la calle un niño del colegio
reconoció al P. Payás, aunque también
podían reconocerlo otras personas que había por la calle,
pero lo cierto es que la noticia llegó al comité. Al
enterarse de esto Dª. Rosario acudió de nuevo a la casa de
su suegra para advertir del peligro y, como medida, salieron por el
jardín y se refugiaron en los bajos de la casa de Torras, donde
pasaron la noche del 20 al 21.
El día 21 por la mañana volvieron a la casa de Dª
Rosa. Después de comer, a las dos, una patrulla llamó a
la puerta y la dueña logró detenerlos en la escalera y
convencerlos de que en su casa no había armas, mientras tanto
los Padres, saltando por la escalera posterior se refugiaron en el
sótano. El P. Payás no pudo aguantar mucho tiempo ese
ocultamiento, que se le antojaba una claudicación. Salió
del escondite y fue al comedor, donde en conversación con
otra persona también refugiada, manifestó sus deseos de
martirio:
«No hemos de ser así, hemos de ser valientes. M e duele
tenerme que esconder, porque mi gusto sería presentarme en
público como sacerdote y con la visera levantada».
En esta conversación, que duró unas dos horas,
también dijo que
«le encantaba la muerte de San Pedro Mártir, rezando el
Credo mientras se desangraba, y escribiéndolo en tierra cuando
ya no podía hablar, con las gotas últimas de su
sangre».
Un poco más tarde se hizo presente el P. Capdevila y les
informaron de algunas cosas, entre ellas de la profanación de la
casa y templo. Entonces los Padres, en desagravio y reparación
expusieron el Santísimo en la mesa del comedor a la que
participaron los de la casa.
Al anochecer se presentaron los milicianos al registro. Abrió la
puerta la dueña, que vestía de negro por viudedad, por lo
cual los milicianos pensaron que era un cura y la dispararon
hiriéndola en un brazo y luego la atendieron. Los Padres, que
estaban cenando, al oír el disparo, siguiendo el instituto
natural y la prudencia humana, que no está reñida con la
Providencia, se escaparon por el jardín y se separaron sin
encontrarse más. Dos horas después volvió el P.
Capdevila a buscar al P. Payás y le hicieron escapar porque los
milicianos estaban allí atendiendo a Dª Rosa. Entonces el
hijo de Dª Rosa ayudado de una linterna buscó al P.
Payás, al que encontró en la orilla del río
Llobregat metido en el fango hasta la cintura sin poderse valer y lo
escondieron en una habitación del sótano aquella noche.
El día 22 los milicianos se presentaron al registro en la
pastelería y allí confirmaron que sabían donde se
escondía el P. Payás. Este estaba enfermo y con fiebre.
Inmediatamente fueron a avisar para que escapara. El Padre aceptaba la
voluntad de Dios y estaba dispuesto a sufrir el martirio y la muerte
por lo que pedía permanecer allí, pero Dª. Rosa y su
hijo José tuvieron que convencerle para que abandonara la casa y
buscara un nuevo refugio. Para ello un sobrino de Dª. Rosario le
guiaba un poco adelantado y cuando iban de camino el Padre vio abierta
la puerta de una casa amiga, Cal Clotet, que tenía dos chicos en
el colegio, y entró en ella sin que el muchacho que le guiaba se
diera cuenta. Allí pasó la noche del 22.
Día 23. Llegó por la mañana a casa el jefe de
familia y le despachó sin miramientos. El P. Payás
buscó otras casas en pleno día, a mediodía,
también le negaron la hospitalidad por el riesgo que
corrían, hasta que llegó a casa Busquets. Le
invitaron a comer pero sólo aceptó un
pequeño refrigerio para calmar la sed porque estaba enfermo con
fiebre alta.
Detención y martirio. Poco tiempo después, hacia las tres
de la tarde, se presentaron en la casa unos milicianos armados llamando
estrepitosamente. La familia le indicó que se escondiera en la
leñera que da al jardín. Los perseguidores insistieron
hasta que lo encontraron, entregándose él sin oponer
resistencia juntando las manos en señal de sumisión y de
acatamiento de la voluntad de Dios y lo condujeron al ayuntamiento.
Aquí le encerraron en la habitación destinada a la
administración de las aguas de la villa. El encargado Sr.
Juan Dalmau, al entrar, encontró al P. Payás sentado en
una silla. Se acercó a él y con gesto de amistad le
echó la mano al hombro. El P. Payás reaccionó
inmediatamente diciendo:
Creí que me iban a matar, pero ahora pienso que he caído
en buenas manos.
Dalmau le contestó que era un simple empleado municipal y que
poco podría hacer en su favor. El Padre mostró deseos de
escribir a su madre y Dalmau le proporcionó lo necesario y se
comprometió a hacerla llegar a destino. También le
llevó el libro de rezo, el breviario.
La carta del P. Payás a su madre decía así:
Julio, 23,36. Sra. Antonia Fargas. Muy querida madre: Cuatro
líneas. Mire, no padezca, estoy detenido, pero por suerte he
caído en manos que me merecen confianza. Estaré ocho o
diez días quizás en la cárcel, pero seguro, porque
han visto que no tengo nada que ver con los fascistas.
Adiós madre y hermanas, les dirijo una bendición de
corazón, ya nos veremos pronto, y si no hasta el cielo.
Adiós, su hijo que le quiere de corazón, Jaime
Payás.
El empleado, para salvar al Padre, porque no veía otro modo, le
sugirió que simulase la adhesión a los principios
revolucionarios y el distanciamiento del instituto religioso y de la
Iglesia. El P. Payás se negó a mentir y aceptó sus
consecuencias. Al despedirse se dieron un abrazo y Dalmau le dijo:
Hasta mañana si le encuentro aquí.
Hasta el cielo,
respondió el Padre.
Entonces Dalmau le dijo que no creía en esas cosas. El
Padre le respondió:
Yo rogaré a Dios para que en el cielo nos encontremos.
En un último escrito[3], el P. Payás acepta plenamente el
martirio perdonando a todos:
«¡Gracias Dios mío! Puedo padecer por Vos. De estos
sufrimientos que sobrellevo con verdadera alegría y felicidad
espiritual, sacaré muchas enseñanzas, la primera de las
cuales será tener el gusto de sufrir el desengaño
de las amistades.
No confiaré nunca más en las personas, solamente en Vos,
¡oh Jesucristo!, que tenéis palabras de vida eterna. Los
hombres cuando más se necesitan es cuando fallan más y te
vuelven la espalda. Lo que hicieron con Vos, el Maestro, es justo
que lo hagan conmigo, discípulo vuestro. Señor, he visto
más corazón y más entrañas en quien no
esperaba, que en gente falsamente amiga que no tiene más
intereses que su bolsillo y su vientre. Dura lección, pero que
es bien real y que se quedará bien grabada en el espíritu.
¡Oh Jesús!, perdono a todos los que me quieran mal y
les doy un abrazo de amistad; no tengo rencor a nadie, ni a los que me
han echado de casa como a un perro; también a Vos os lo
hicieron. Amo a todos de corazón como hermano, como a mí
mismo, tal como Vos mandáis hacerlo. Estos son mis sentimientos
en estas horas de tribulación. Todo sea por Vos. Jesús,
os adoro. Jesús, os amo. Jesús, quiero imitaros. Vuestro
hijo y servidor, Jaime Payás».
El día 24 los del comité querían ganarlo para la
causa revolucionaria por su condición de maestro nacional culto
y preparado por lo que insistieron para que aceptase la
liberación que ellos le proponían, que exigía
renegar de su condición, y respondió:
Mañana, día de mi santo, ya estaré en el cielo.
Era la aceptación del martirio.
Ese mismo día 24 se encontró allí con el P.
Mercer y los HH. Mur y Binefa, llevados presos para declarar
también ante el comité. Siguió la misma suerte que
los otros tres siendo fusilado ante el cementerio de Sallent el
día 25 de julio de 1936, día de San Jaime o Santiago
apóstol.