SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD
CATEZ
9 de noviembre
1906 d.C.
Su padre
era un oficial francés. Por tanto, Isabel Josefina Catez nació
en un campamento militar de Camp d’Avor (Farges-en-Septain, Bourges). Al poco
tiempo trasladaron al padre a Dijón, y allí se desarrolló
la vida de nuestra beata. El mismo día, visitando a las carmelitas
de la ciudad, se le reveló el significado de su nombre: Isabel, “casa
de Dios”. Durante toda su vida, la palabra con la que trató de comprender
su experiencia será esta: “Estoy habitada por Dios”. Fue una pianista
de calidad, premio del conservatorio de música. Tenía una sensibilidad
exquisita. Su carácter era “terrible” según ella misma confesó,
y fue su campo de batalla durante toda su vida para conseguir dominarlo.
Se consagró al Señor
a los 14 años como víctima por la salvación de Francia,
pero su madre hizo de todo para convencerla de no hacerse carmelita; ella
esperó pacientemente dedicándose a la oración y a la
caridad. Era un caso de enamoramiento precoz de Cristo; realmente se enamoró
de Él. Y ésta fue su vida. "Iba a cumplir catorce años
cuando un día, mientras la acción de gracias, sentime irresistiblemente
impelida a escogerle por único Esposo, y sin dilación me uní
a El por el voto de virginidad". Mientras tanto gozó de la vida, sobre
todo de la naturaleza, donde toda ella le hablaba de Dios.
Ingresó en el Carmelo
en 1901, con 21 años, con el nombre de Isabel de la Trinidad, dando
testimonio de gozo a pesar de los terribles sufrimientos que tenía,
de orden espiritual, ya que sufrió la noche oscura del alma, la aridez,
el abandono, en una comunidad que vivía con ciertos tintes de jansenismo
y dejaba a un lado la sencillez evangélica, pero ella lo superó
todo con el amor de Dios y gracias a la lectura de “Historia de un alma” de santa Teresa de Lisieux. Se
encargó del cuidado de las monjas enfermas, el ropero y el arreglo
de la sacristía, y todo lo hizo con gran alegría. En estos cinco
años de convento escribió tales maravillas que, al poco tiempo,
sus escritos hicieron furor entre los jóvenes y los seminaristas. "El
Carmelo es un ángulo del paraíso. Se vive en silencio, en soledad,
sólo para Dios... La vida de una carmelita es una perpetua comunión
con Dios... Si El no llenara nuestras celdas y nuestros claustros ¡qué
vacíos estarían! Mas le vemos a El en todas las cosas, porque
le llevamos dentro de nosotras mismas, y nuestra vida es un cielo anticipado...
¡Si supieses qué feliz me hallo!... Para la carmelita no hay
más que una ocupación: amar y orar... Vivir con El, en esto
consiste la vida del Carmelo: Me abraso de celo por el Señor de Dios
de los Ejércitos... Vive el Señor Dios de Israel, en cuya presencia
me encuentro... La Regla del Carmelo... ya verá
algún día qué bella es...".
Su vida interior en el convento
se divide en dos períodos: el de la búsqueda de vida de intimidad
con las Tres Personas Divinas (1901-1905) y el que encuentra su nuevo nombre
o misión: Alabanza de Gloria (1905-1906). Disfrutó de la vida
al máximo (incluyendo comer pasteles) y se caracterizó por su
gran felicidad. Una vez dijo que era tan feliz con el trabajo de su vida que
creía haber encontrado el cielo en la Tierra. Sus escritos son un
cuaderno de apuntes y muchas cartas, en los que destaca una gran sencillez.
"Me das pena, Francisca mía. Tienes que construirte, como he hecho
yo, una celdita dentro de tu alma; piensa que Dios está ahí,
y entra de vez en cuando". Es una de las figuras más destacadas de
la espiritualidad contemporánea. Sus escritos más importantes
son: “Reflexions et pensées sous forme de retraite”; “Écrits
spirituaels: lettres, retraites, inédits”. Murió a los 26
años, tuberculosa, con la enfermedad de Addison, entonces incurable.
El Papa san Juan Pablo II la colocó
entre los maestros que más han influido en su vida espiritual. El mismo
Sumo Pontífice la beatificó el 25 de noviembre de 1984, solemnidad
de Cristo Rey.