BEATA ISABEL ACHLER
"LA BUENA"
25 de noviembre
1420 d.C.
Nació de Waldsee (Alemania), en el seno de una humilde familia
de tejedores. Desde joven se distinguió por una rara piedad,
inocencia virginal y un carácter tan dulce y amable, que todos
la llamaban "la buena" (Bona), sobrenombre que le duró siempre.
El padre Conrado
Kigelin, su confesor, director espiritual y biógrafo, le
aconsejó dejar el mundo para tomar el hábito de san
Francisco en la Tercera Orden. Isabel tenía entonces 14
años. Observó la regla franciscana primero en su casa,
pero luego, considerando los peligros de la vida, que le obstaculizaban
el camino de la perfección, se fue a vivir con una piadosa
terciaria franciscana. El Maligno, envidioso de los progresos de Isabel
en el camino de la perfección, la atormentaba con frecuencia.
Mientras aprendía el arte de tejedora, le enredaba el hilo, le
dañaba su labor, la forzaba a perder la mitad del tiempo
reparando los daños. Isabel luchó con paciencia y
perseverancia.
A los 17 años,
no sin resistencia por parte de sus familiares, el confesor, padre
Conrado Kigelin, la guió hacia la comunidad religiosa de Reute,
cerca de Waldsee, donde algunas religiosas seguían con fervor la
regla franciscana de la Tercera Orden. Le encargaron el servicio de la
cocina, oficio que Isabel ejerció con dulzura y obediencia. Fue
asidua en la oración y la penitencia, y amante de la soledad: no
salía del convento sino por graves motivos, tanto que la
llamaron "la reclusa". Se la veía a menudo orando en el
jardín, de rodillas, como arrebatada en contemplación. Su
conducta era tan inocente que su confesor no encontraba de qué
absolverla.
El Mal siguió
persiguiéndola en forma de sospechas por parte de las
compañeras, con situaciones de abatimiento, con la lepra y otras
enfermedades y pruebas, pero ella todo lo soportaba con inalterable
paciencia, con ayuda de la oración y bendiciendo a Dios. El
secreto de su fortaleza estaba en la meditación de la
Pasión de Cristo, objeto de su amor y regla de su vida.
El Señor la
favoreció marcando su cuerpo algunas veces con los signos de su
Pasión: heridas como de espinas en la cabeza, signos de
flagelación e incluso estigmas. Aunque aparecían
sólo de vez en cuando, su dolor era continuo. Pero ella, en
medio del sufrimiento, no dejaba de exclamar: "¡Gracias,
Señor, porque me haces sentir los dolores de tu Pasión!".
También fue
privilegiada con visiones de los santos del cielo y de las almas del
purgatorio, y obtuvo que que algunas de dichas almas se aparecieran a
su confesor para solicitarle los sufragios y las aplicaciones de Santas
Misas. Durante el Concilio Ecuménico de Costanza predijo el
final del gran cisma de occidente y la elección del papa
Martín V. Y tuvo el don de ver en lo secreto del corazón
humano. Sin embargo, pese a haber sido enriquecida por tantos dones del
Espíritu, Isabel conservó siempre una gran humildad. Fue
admirada por su humildad, pobreza y penitencias corporales. Se la
conocía como "la Buena de Reute".
El padre Conrado Kigelin, canónigo regular agustino, la
guió y acompañó siempre, y nos dejó
también una pequeña biografía de la Beata escrita
por él mismo. Murió en Reute a los 34 años de
edad. A consecuencia de sus numerosos milagros pidieron a la Santa
Sede el reconocimiento del culto, que fue aprobado por Clemente XIII el
19 de junio de 1766.