BEATO INOCENCIO XI
1676-1689 d.C.
El
conflicto con Luis XIV
constituye el rasgo dominante del pontificado de Benedicto Odescalchi,
nacido en Como, hecho Cardenal por Inocencio X. Su actitud fue la de un
Pontífice digno, defensor de las libertades en Europa, siempre
pensando en una cruzada contra los infieles, enemgio de las
heterodoxias. Condenó el probabilismo de los jesuitas, que
todavía tenía sus defensores, pero al que había
duramente atacado González de Santalla, de la Universidad de
Salamanca; prohibió la usura practicada por los judíos;
tomó medidas contra el lujo exagerado, de moda en Roma, y
combatió el galicanismo, que llegó a sus formas
más violentas e insensatas bajo el reinado de Luis XIV.
La paz fue firmada por fin entre Francia y España,
en Nimega (1678), y un año más tarde entre Francia y
Austria. Francia había salido otra vez victoriosa y su rey
estaba en el apogeo de su poder. Su máxima preocupación
era la de debilitar el Imperio y, siguiendo esta política, tan
peligrosa para Europa, apoyó a los turcos en su proyecto de
atacar a Austria y Sicilia. Viena fue asediada por las tropas del
sultán. En 1683, Inocencio XI logró forjar una alianza
entre el emperador y el rey de Polonia, que se dirigió con sus
tropas hacia la capital asediada. El 12 de septiembre de 1683 los
aliados cristianos derrotaban a los turcos ante las murallas de la
heroica ciudad, en una batalla cuyas consecuencias habían de ser
catastróficas y definitivas para el Imperio de la Media Luna.
Igual que la batalla de Lepanto había puesto fin a la
hegemonía naval de los turcos en el Mediterráneo, la
batalla de Viena cortó para siempre su avance a la tierra firme.
Poco después, en 1688, los cristianos vencían a sus
enemigos en Belgrado. Europa respiraba aliviada. La batalla de Viena
fue tan importante para la cristiandad como la de Poitiers, de las
Navas de Tolosa y de Lepanto. Sobieski aparecía como el salvador
de Europa y el Papa como el autor de una alianza que se había
revelado como esencial. Las victorias sobre los turcos hubieran seguido
con el mismo ritmo si los soberanos europeos no hubieran sido obligados
a dedicar parte de sus esfuerzos a la guerra contra Luis XIV, cuya
misión era la de obligar al emperador a retirar parte de sus
tropas luchaban en el frente oriental, para aliviar a los turcos. A
pesar de todo, los turcos fueron vencidos y obligados a firmar, en
1699, la paz de Carlowitz, que los obligaba a abandonar Hungría
y Transilvania, con la excepción del banato de Timisoara,
poblado por rumanos. Los principados rumanos quedaban también
bajo soberanía turca.
La situación en Inglaterra había
evolucionado, en una primera etapa, a favor de los católicos.
Carlos II, instrumento de Luis XIV, trató de ser un soberano
absoluto. Murió después de haberse convertido en secreto.
Su sucesor, Jacobo II, hermano de Carlos II, era católico y se
empeñó en dirigir su pueblo hacia la verdadera fe. Pero
lo hizo sin habilidad y sin tener en cuenta los derechos que el pueblo
había conquistado bajo Cromwell. Autorizó el regreso de
los jesuitas, y uno de ellos, el Padre Eduardo Petre, llegó a
ser consejero del rey. Una embajada del Papa fue recibida con grandes
honores en Windsor. Las tendencias absolutistas de jacobo y su poca
habilidad en la política interior, hicieron estallar una
rebelión, que entronizó a Guillermo de Orange, Stathouder
de Holanda, que tomó el nombre de Guillermo III; éste
volvió a establecer las libertades con la programación,
en 1689, de la "Declaración de los Derechos", y fundó la
monarquía parlamentaria. El catolicismo quedaba prohibido.
Inglaterra, después de un periodo de cadencia, marcado sobre
todo por Carlos II, se dirigía hacia el glorioso destino que la
esperaba. Inocencio XI fue acusado por varios historiadores, entre
ellos Leopoldo Ranke, de haber instigado a Jacobo II a exagerar en su
política procatólica, y que conociendo los planes de
Guillermo, no los había comunicado a Jacobo, lo que hubiera
salvado a éste y a la Iglesia. Documentos publicados
últimamente demuestran que Inocencio hizo lo posible para frenar
el fanatismo de Jacobo y que nadie le hubiera convencido para apoyar el
retorno a Inglaterra de un príncipe protestante.
Inocencio vivió en la más absoluta pobreza.
No fue muy popular en Roma debido a las severas medidas que
había tomado en contra del lujo y de las malas costumbres. Pero
a su muerte todos se dieron cuenta de que un gran Papa había
abandonado el trono de San Pedro (un Papa comparable a Sixto V,
correcto, valeroso, buen político, fiel a la doctrina) y que fue
debido a su intervención el que el mundo cristiano se hubiera
salvado de la amenaza que pesaba desde hacia siglos sobre él.
Sobieski había derrotado a los turcos bajo las murallas de
Viena, que había sido el Papa Odescalchi el que le había
llamado a combatir. Fue un capuchino, San Marcos de Aviano, el que se
lanzó en la batalla, con el crucifijo en la mano, gritando a los
infieles: "Fugite partes adversae", dando a todos ejemplo de heroismo.
El Papa estaba de este modo presente en la batalla que destruyó
el poderío turco en Europa. Cuatro meses antes de su muerte,
fallecía en Roma la reina Cristina de Suecia. El Papa y la reina
fueron enterrados en la Basílica de San Pedro.
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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)