INOCENCIO X
1644-1655 d.C.



   Su vida hasta la elección al pontificado. Durante el reinado de Inocencio VIII, al final del s. xv, se trasladó a Roma una rama de la familia Pamfili, que desde mucho antes había tenido su origen y residencia en Gubbio. Un siglo más tarde la familia era ya considerada romana, habiendo obtenido en la Ciudad Eterna cargos e influencia varios de sus miembros. Girolamo Pamfili, auditor de Rota, tomó a su cargo a su sobrino Giambattista, hijo de su hermano Camilo. Con la protección de su tío, Giambattista cursó estudios jurídicos en la propia Roma, se ordenó de sacerdote en 1597, y fue nombrado primero abogado consistorial, en 1601, y luego auditor rotal sustituyendo a Girolamo cuando éste, en 1604, alcanzó de Clemente VIII la dignidad cardenalicia. Gregorio XV, que había sido auditor de la Rota al mismo tiempo que Giambattista Pamfili, y que apreciaba mucho sus dotes y sus conocimientos, le envió en 1621 de Nuncio a Nápoles. En 1625 pasó a Francia y España como datario del cardenal Francesco Barberini, y en el mismo año fue designado por Urbano VIII nuncio en Madrid y patriarca titular de Antioquía. En 1627 fue nombrado cardenal in pectore, y publicado en 1629. Pronto ocupó la Prefectura de la Congregación del Concilio, y se acreditó como un miembro del Sacro Colegio particularmente laborioso, muy entendido en los asuntos jurídicos, y de gran prudencia política.
      
      La elección de Inocencio X. Urbano VIII falleció el 29 jul. 1644, después de un pontificado de veinte años largos, durante el cual se había desarrollado la guerra de los Treinta Años y había nacido el jansenismo (v.), la principal herejía surgida en el seno del catolicismo después del protestantismo. El papa Urbano legaba a su sucesor estos dos problemas no resueltos, y le legaba con ellos una Iglesia que iniciaba su decadencia después del esplendor del s. xvi y del vigor de la Contrarreforma (v.). Necesitando un Papa adicto a sus planes políticos, tanto Francia (que apoyaba a los protestantes alemanes en la guerra de los Treinta Años), como España, que apoyaba a los católicos, se empeñaron en usar toda su influencia para hacer que la elección se inclinase por uno de sus candidatos. Fue España la que lo consiguió, con la elevación al papado del antiguo nuncio en Madrid Giambattista Pamphili, que, habiendo nacido el 7 mayo 1574, contaba en la fecha de su elección, 15 sept. 1644, la edad de setenta años. El cónclave había durado algo más de un mes, empleándose buena parte del mismo en vencer la resistencia contra Pamphili del partido francés, que sólo aceptó la elección con dificultades y, contra la voluntad del primer ministro de París, el card. Mazarino, que quedó muy enojado con la derrota diplomática sufrida y fue en adelante un constante enemigo del nuevo Papa.
      
      El Gobierno interno de la Iglesia y de los Estados Pontificios. Inocencio X fue víctima del nepotismo. Por desgracia para l., solamente una persona entre sus parientes poseía dotes suficientes para el gobierno, y esta persona era una mujer: su cuñada Olimpia Maidalchini, que por otra parte era sumamente avariciosa y, por tanto, influenciable. De conducta privada irreprensible, Olimpia poseyó un influjo muy grande en el ánimo del Papa, y fue -salvo algún breve periodo- la principal consejera de I. Tres familiares varones del Papa alcanzaron sucesivamente la dignidad cardenalicia: el hijo de Olimpia, Camilo, y sus sobrinos Francisco Maidalchini y Camilo Astalli. Los tres fracasaron como hombres de gobierno. Por fortuna, el Papa mantuvo a su lado, durante todo su pontificado, un cardenal con el título y las funciones de Secretario de Estado, dignidad que desde entonces aparece con particular prestigio al lado de la de los cardenales nepotes, y que concluirá a finales del s. XVII por desplazar por completo a éstos. Secretarios de Estado de I. lo fueron sucesivamente los cardenales Panciroli y Fabio Chigi. Este último, que supo mantenerse separado de los parientes de Inocencio X conservando siempre su independencia de criterio, ocupó seguidamente la sede romana con el nombre de Alejandro VII. I. fue un hombre de excelentes cualidades, amante de la paz a todo trance, y protector de las artes como todos los Papas de la época. Procuró mantener en paz los Estados pontificios, lo que consiguió en buena parte; concluyó la basílica de San Pedro bajo la dirección de Bernini (v.), el mismo artista que en el pontificado siguiente acometería la construcción de la plaza de San Pedro; dio a la plaza Navona su fisonomía actual, con la edificación de la Iglesia de Santa Inés, obra de Borromini (v.) y donde hoy se encuentra enterrado el propio Papa, del palacio Pamfili, y de la fuente central debida también a Bernini. Favoreció con el mayor interés las misiones,-ayudando la obra de Propaganda Fide, que apenas contaba con veinticinco años de vida. Procuró la reforma de las órdenes religiosas, suprimiendo algunas que estaban llevando una existencia lánguida y apoyando a las que se mostraban más activas, a la vez que promovió nuevas fundaciones como la de los eudistas de San Juan Eudes (v.). En 1650, declarado de acuerdo con la tradición Año Santo, fue extraordinaria la afluencia de peregrinos a Roma, y el Papa multiplicó sus esfuerzos para revitalizar la vida espiritual de todos ellos. M. el 7 en. 1655.
      
      El problema jansenista. La cuestión jansenista se había planteado tiempo atrás, y ya Urbano VIII condenó en una Bula la doctrina de Jansenio. Durante los diez años del pontificado de I., este problema no experimentó ninguna variación sustancial. La Bula de Urbano VIII no era aceptada por los jansenistas, y el papa Inocencio hubo de insistir en la condenación recogiendo cinco proposiciones de Jansenio en el Breve Cum occasione de 1653, y repitiendo su anatema. No por eso los jansenistas franceses cesaron en la defensa de su postura, negando que las cinco proposiciones fuesen realmente de Jansenio. Port Royal (v.), el monasterio vecino a París que constituía el centro vital del jansenismo, multiplicó su fama; la Universidad de Lovaina, centro intelectual del error, siguió defendiéndolo; a duras penas alcanzó el Papa la sumisión del arzobispo de Malinas, Boonen, que de hecho favoreció siempre al jansenismo. La enemiga contra esta doctrina por parte de Mazarino y del gobierno francés se veía todavía mediatizada por la enemistad que igualmente existía entre aquél y el Papa. I., por tanto, si mantuvo la condena del jansenismo, dejó el problema tan sin resolver como lo había recibido de su antecesor, si bien no cabe negar el valor de su toma de postura dogmática contra las cinco proposiciones jansenistas; en su Breve Cum occasione se apoyarán por largo tiempo los Papas posteriores en la lucha contra el jansenismo.
     

Página Principal
(Pbro. José Manuel Silva Moreno)