BEATA HOSSANA ANDREASI
18 de junio
1505 d.C.
Nació en Mantua, en el seno de una familia noble de origen
húngaro: los Andreasi, y por parte de madre pertenecía a
la familia de los Gonzaga. En su niñez tuvo éxtasis
místicos. Desde muy joven quiso estudiar Teología
además de aprender a leer y escribir, pero su padre se opuso por
su condición de mujer. Hosanna, entonces, se puso bajo la
protección de la María que la enseñó todo
lo necesario: aprendió latín y tuvo gran conocimiento de
las Sagradas Escrituras. Citaba de memoria los comentarios de los
Padres de la Iglesia.
Quiso ser Terciaria dominica pero no se lo permitieron
hasta que una grave enfermedad consiguió el tan anhelado deseo.
Vivió en el palacio de Francisco II e Isabel de Este. Fue
novicia dominica durante 37 años. Se desconocen las razones que
tuvo para demorar tanto tiempo su profesión; es probable que, en
su fuero interno, se sintiese incapaz de realizar las tareas y las
salidas al mundo que realizaban sus hermanas. Los momentos que hubiera
podido dedicar al descanso los empleaba en ejercicios de penitencia y
devoción. A la edad de dieciocho años, Hosana
recibió otro señalado favor del cielo: en una
visión, presenció cómo Nuestra Señora la
desposaba con su Hijo Divino y el propio Jesús le colocaba un
anillo en el dedo. Hosana sintió siempre la presión de
aquel anillo que era invisible para los demás. Tuvo un
intercambio de corazón con Cristo. Cultivó en grado sumo
las virtudes cristianas, en especial la humildad.
Por aquel entonces, parece haber sido víctima de
una especie de persecución. Tuvo éxtasis místicos
que le acarrearon muchos problemas con sus familiares, hasta pensaron
que era epiléptica. En sus cartas, se mostraba reticente y
dispuesta a culparse a sí misma por todas sus desventuras; pero
al parecer, sus hermanas terciarias le habían juzgado mal y la
acusaban de falsedad y de haber inventado las extraordinarias
manifestaciones espirituales que, no obstante sus esfuerzos por
ocultarlas, se adivinaban fácilmente. Sus contrarios llegaron
hasta el extremo de denunciarla ante el duque de Mantua y de amenazarla
con la expulsión de la Orden. Largo tiempo duró la
animosidad contra ella. Entre los años de 1476 y 1481, tuvo una
serie de experiencias que le permitieron participar en los sufrimientos
de la Pasión de Cristo: primero la coronación con
espinas, después la herida en el costado y, por fin, las heridas
en las manos y en los pies. Las llagas no aparecieron en sus carnes,
pero la hacían sufrir dolores muy intensos.
Gobernó el ducado de Mantua, cuando el duque
Federico tuvo que marcharse a la guerra entre la confederación
de Mantua, Ferrara y Milán contra Nápoles y Roma. Pudo
valerse de la prudente dirección espiritual del
celebérrimo teólogo Francisco de Silvestri (llamado el
Ferrarense) que fue después Maestro de la Orden y
escribió la biografía de ella.
Gobernó sabiamente y se convirtió por sus
virtudes en un ejemplo para todos y en protectora de los afligidos y
pobres, siendo consultada por innumerables personas. Después de
un viaje a Milán donde obtuvo el aprecio de la ciudad, y
volvió a su ciudad donde fue consejera de todos cuantos iban a
verla. Alegre y caritativa unió con admirable sabiduría
la contemplación de los misterios divinos con las ocupaciones
del gobierno y la práctica de las buenas obras, como lo
atestiguan sus numerosas cartas. Murió en Mantua, protegida por
su familia. El Papa Inocencio XII confirmó su culto en
1694. Patrona de Mantua.