BEATO GUILLERMO SAULTEMOUCHE
7 de febrero
1593 d.C.



   En Aubenas, en la región francesa de Viviers, beatos mártires Jacobo Salès, presbítero, y Guillermo Saultemouche, religioso, de la Compañía de Jesús, que con su predicación consolidaron la fe del pueblo, pero al caer la ciudad en manos de los disidentes, un domingo, y en presencia de toda la población, fueron martirizados.

   Guillermo  Saultemouche había nacido en Saint-Germain-l'Herm (Francia) en 1557, hijo de un italiano, por lo que su apellido originario era Saltamocchio, pasado luego al francés. Había ingresado en la Compañía de Jesús en 1579 y estaba destinado en Tournon hacía poco, con fama de religioso cumplidor y diligente. Ambos marcharon animosos a cumplir el encargo.

    El momento llegó cuando el ejército hugonote asedió la ciudad de Aubenas. Fue entonces cuando impusieron sus normas en una ciudad anteriormente católica. En cuanto la ciudad fue suya, buscaron y detuvieron a los dos jesuitas. Al inicio de febrero un grupo de maleantes hugonotes llevaron a los jesuitas ante un improvisado tribunal de sacerdotes calvinistas, en el que se abordó la cuestión de la Eucaristía; después de una animada discusión teológica  se incitó al jefe de los hugonotes a que acabara con la vida del jesuita. Y acompañado del mismo y otra gente armada acudió a donde ambos religiosos estaban detenidos. Cuando llegaron y el P. Jacobo vio su intención intentó salvar la vida del hermano, haciendo ver que no era más que su acompañante, pero cuando se fueron a llevar al sacerdote, el hermano Guillermo se negó a abandonarlo. 

   Llegada la hora, cuando vieron que en efecto se disponían sus verdugos a darles muerte, ambos se arrodillaron para esperar la muerte en actitud de oración. Ambos, además, se pusieron a orar encomendando sus almas al Señor. El sacerdote recibió un arcabuzazo, luego una puñalada y finalmente otro le clavó un cuchillo en la garganta que acabó con su vida. El hermano Guillermo se echó entonces sobre el cadáver del sacerdote afirmando que nunca se separaría de él. Con una espada le atravesaron el costado, siendo luego rematado con sables y mazazos. Expirando no dejaba de pronunciar el nombre de Jesús. Eran las dos de la tarde. Los cuerpos de los mártires fueron luego arrastrados por las calles de la ciudad. El Papa Pío XI beatificó a ambos mártires el 6 de junio de 1926.

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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)