En Aubenas, en la
región francesa de Viviers, beatos mártires Jacobo
Salès, presbítero, y Guillermo Saultemouche, religioso,
de la Compañía de Jesús, que con su
predicación consolidaron la fe del pueblo, pero al caer la
ciudad en manos de los disidentes, un domingo, y en presencia de toda
la población, fueron martirizados.
Guillermo Saultemouche había nacido
en Saint-Germain-l'Herm (Francia) en 1557, hijo de un italiano, por lo
que su apellido originario era Saltamocchio, pasado luego al
francés. Había ingresado en la Compañía de
Jesús en 1579 y estaba destinado en Tournon hacía poco,
con fama de religioso cumplidor y diligente. Ambos marcharon animosos a
cumplir el encargo.
El momento
llegó cuando el ejército hugonote asedió la ciudad
de Aubenas. Fue entonces cuando impusieron sus normas en una ciudad
anteriormente católica. En cuanto la ciudad fue suya, buscaron y
detuvieron a los dos jesuitas. Al inicio de febrero un grupo de
maleantes hugonotes llevaron a los jesuitas ante un improvisado
tribunal de sacerdotes calvinistas, en el que se abordó la
cuestión de la Eucaristía; después de una animada
discusión teológica se incitó al jefe de los
hugonotes a que acabara con la vida del jesuita. Y acompañado
del mismo y otra gente armada acudió a donde ambos religiosos
estaban detenidos. Cuando llegaron y el P. Jacobo vio su
intención intentó salvar la vida del hermano, haciendo
ver que no era más que su acompañante, pero cuando se
fueron a llevar al sacerdote, el hermano Guillermo se negó a
abandonarlo.
Llegada la hora,
cuando vieron que en efecto se disponían sus verdugos a darles
muerte, ambos se arrodillaron para esperar la muerte en actitud de
oración. Ambos, además, se pusieron a orar encomendando
sus almas al Señor. El sacerdote recibió un arcabuzazo,
luego una puñalada y finalmente otro le clavó un cuchillo
en la garganta que acabó con su vida. El hermano Guillermo se
echó entonces sobre el cadáver del sacerdote afirmando
que nunca se separaría de él. Con una espada le
atravesaron el costado, siendo luego rematado con sables y mazazos.
Expirando no dejaba de pronunciar el nombre de Jesús. Eran las
dos de la tarde. Los cuerpos
de los mártires fueron luego arrastrados por las calles de la
ciudad. El Papa Pío XI beatificó a ambos mártires
el 6 de junio de 1926.