BEATO GUIDO DE CORTONA
12 de junio
1250 d.C.
Nació en Cortona en el seno de la familia Vignotelli.
Pasó su juventud adquiriendo una buena cultura que le
permitió llegar a ser sacerdote, y dado a la oración, la
mortificación y el trabajo en ayuda de los pobres.
San Francisco de Asís, llegó a Cortona en el
1211, y allí fue acogido de un joven de modesta
condición, que le pidió consejo sobre lo que tenía
que hacer para seguirlo, se llamaba Guido Vignotelli. De este modo
nuestro beato, se transformó en el primer franciscano de
Cortona. Cortona tuvo así en las afueras de los muros su
conventillo de Hermanos Menores, del cual Guido fue el alma y
guía. Fue sacerdote y hermano, sin faltar en nada a la humildad
franciscana y a la perfecta modestia. San Francisco de Asís lo
amó sinceramente y lo estimó como a pocos otros
discípulos. Pero lo quiso particularmente el pueblo de Cortona,
del cual el beato fue un gran bienhechor. La devoción popular le
atribuye clamorosos milagros, como el del agua convertida en vino, de
la harina prodigiosamente multiplicada, de la curación de un
paralítico y sobre todo el de volver a la vida a una muchacha
caída en un pozo. Entre los milagros y las muchas buenas obras,
la oración y la penitencia, las prácticas religiosas y el
cuidado del convento transcurrió serena y luminosa la vida de
Guido.
Con san Francisco se retiró por algún tiempo
a un lugar solitario a un kilómetro de Cortona, llamado el
conventico de Las Celdas, que se considera uno de los primeros
construidos en la Orden, y cultivó más intensamente la
vida de piedad y de mortificación. Más tarde
visitó a Francisco de Asís y obtuvo el permiso de la
predicación, con la cual, como con sus milagros, recogió
abundantes frutos de bien. Al volver Francisco a Cortona, fue
nuevamente a donde él, y recibió del mismo un gran elogio
delante de los cortoneses, que obtuvieron la seguridad de la poderosa
intercesión que él siempre había ejercitado en su
favor, predicción que no quedó sin cumplirse.
Un día el san Francisco, muerto hacía cerca de veinte
años, se apareció al fraile cortonés
anunciándole la hora de la recompensa. Cuando ésta
llegó, pareció que Guido partiera para un viaje
largamente ansiado, en compañía de la persona más
amada: “He aquí a mi querido san Francisco, exclamó
agonizando. ¡Todos de pies! Vamos tras él”. A los 60
años de edad, voló su alma de la tierra al cielo. Su
cuerpo permaneció donde vivió y murió, en
Cortona. Su culto y misa fueron concedidos por Gregorio XIII en
1583.