BEATO GIL DE SANTAREM
14 de mayo
1265 d.C.
Nació en Vaozela (diócesis de Viseo, Portugal), siendo su
padre el noble Rodrigo Pelagio Valladares, que al ser un
segundón lo dedicó a la carrera eclesiástica. Gil
estudió en Coimbra, donde se distinguió mucho por su
brillante inteligencia. El rey le concedió una canonjía y
otros beneficios. Pero el joven se interesaba más por las
ciencias experimentales que por la teología y decidió
estudiar medicina en París. Poco después de emprender el
viaje, le alcanzó por el camino un forastero (el beato pensaba
más tarde que era el demonio en persona), quien le invitó
a ir a Toledo en vez de proseguir el viaje a Francia. Gil se
quedó, pues, en Toledo, donde no sólo estudió
alquimia y física, sino que se interesó también
por la nigromancia. Según parece, se entregó ahí a
todos los vicios y llegó incluso a hacer un pacto con el diablo,
firmado con su propia sangre. Siete años después,
pasó a París, donde practicó la medicina con gran
éxito. Allí conoció a santo Domingo de
Guzmán y su ejemplo hizo que la voz de su conciencia
empezó, por fin, a hacerse oir. Una noche Gil tuvo un
sueño en el que un espectro gigantesco le gritó:
«¡Cambia de vida!» «¡Cambiaré de
vida!», exclamó Gil al despertar. Y cumplió su
palabra, ya que al punto quemó los libros de magia,
destruyó los frascos de ungüentos y emprendió, a
pie, el viaje a Portugal.
Con los pies ensangrentados y medio muerto de fatiga,
llegó al fin a la ciudad de Valencia, donde los dominicos le
recibieron hospitalariamente. Gil aprovechó la ocasión
para confesarse. Poco después, tomó el hábito. El
resto de su vida fue de lo más edificante. Naturalmente, no le
faltaron ataques del demonio y el recuerdo del pacto que había
hecho con él le hacía temer mucho por su
salvación; pero, con la gracia de Dios, perseveró en la
oración y la mortificación. Siete años
después, tuvo una visión en la que Nuestra Señora
le devolvió el pacto que había firmado con su sangre y, a
partir de entonces, vivió en paz. Poco después de su
profesión, los superiores le enviaron a la ciudad portuguesa de
Santarém.
Más tarde, estuvo en un convento de París,
donde se hizo muy amigo del beato Humberto de Romans, futuro maestro
general de la Orden de Predicadores. Tuvo una gran familiaridad con el
beato Jordán de Sajonia siendo ya Maestro de la Orden. De
él habla abundantemente fray Gerardo de Frachet en “Las Vidas de
los frailes”.
Vuelto a su patria se dedicó a la
predicación con gran asiduidad, llevando una vida ejemplar con
lo que atrajo a muchos, especialmente a los más descarriados, al
camino de la salvación, donde llegó a ser provincial de
Coimbra y Santarém. Fue prior provincial de la provincia de
España dos veces entre los años 1233-1249. Fue un fraile
de eximia santidad, autoridad y gran formación intelectual. Dios
le favoreció con frecuentes éxtasis y con el don de
profecía. Al momento de su muerte en el convento de
Santarém, pidió ser revestido de cilicio y puesto sobre
el pavimento y así dirigió a los frailes palabras de
mucho consuelo. Sus reliquias se encuentran hoy en San Martino do
Porto, cerca de Lisboa, en una casa particular. Su culto fue
aprobado el 9 de mayo de 1748 por el Papa Benedicto XIV.