BEATO GHEBRE MIGUEL
14 de julio
1855 d.C.
Nació en Mertulé Mariam, Dibo, en Etiopía. De
niño había sido pastor, pero pudo estudiar y llegó
a ser un joven erudito, teólogo copto y se hizo monje. Fue
maestro de la escuela de Gondar, y fue el teólogo más
famoso de la iglesia copta de Etiopía de su tiempo. En esta
etapa de estudioso y docente ya había interiormente concebido
muchas dudas acerca de la verdad del monofisismo de su iglesia.
En 1841, al morir el
“abuna” u obispo copto de Etiopía, tuvo que ir a Egipto para que
el patriarca copto designara al sucesor del fallecido. Mientras, el
obispo misionero san Justino de Jacobis, que tenía amistad con
el príncipe Ubié, le propuso que el nuevo obispo fuera
nombrado desde Roma. El príncipe decidió que los
etíopes que habían acudido a El Cairo visitasen
también Roma, especialmente la tumba de los apóstoles y
que hicieran una visita de cortesía al Papa. Ghebre que iba en
el grupo tuvo la oportunidad de conocer el catolicismo, y
también visitó Jerusalén.
El viaje supuso para
Ghebre una gran crisis espiritual. El patriarcado copto le
desilusionó, porque vio mala fe e ignorancia religiosa. Pero
Roma y Jerusalén le entusiasmaron. De regreso a El Cairo,
logró que el patriarca firmase un decreto aceptando la fe
calcedonense, pero el nuevo “abuna” para Etiopía lo
rompió, y fue entonces cuando Ghebre decidió pasarse al
catolicismo en 1844, de manos de san Justino de Jacobis.
En Etiopía,
Miguel y Justino, lucharon contra la herejía monofisista de los
coptos etíopes, y en este tiempo, Miguel fue ordenado sacerdote
e ingresó en los paules o Congregación de la
Misión. Debido a su gran cultura, la misión que se le
confió fue la de profesor del seminario católico,
publicista de libros católicos en etíope, organizador de
la labor apologética frente al monofisismo oficial, etc.
En el 1855 el nuevo "negus" de Etiopía, Teodoro II,
inició una persecución contra sus súbditos
católicos, por iniciativa del “abuna” Salema que estaba en
contra de los misioneros. Justino fue apresado, torturado y expulsado
del país. Miguel, estuvo trece meses en la cárcel y fue
juzgado y condenado a muerte, pero el cónsul inglés
logró que la pena se le conmutase por cadena perpetua. Lo
atormentaron hasta que lo dejaron ciego, pero no aminoraron su
perseverancia. Fue obligado a seguir al rey en sus desplazamientos a
pie, pasando hambre, sed, azotes, hasta que contrajo disentería
de la que murió en el campamento real en
Cerecca-Ghebaba. Fue beatificado por el papa Pío XI el 3 de
octubre de 1926.