BEATO GENARO
PIÑOL RICART
1926 d.C.
27 de agosto
Nació el 8 de
septiembre de 1914 en Torms (Lérida)
Profesó el 15 de agosto de 1931
Fusilado el 27 de agosto de 1936 en Floresta (Lérida)
En el pueblo de Torms de la provincia de Lérida nació el
día 8 de septiembre de 1914 Genaro Piñol, en el
seno de una familia muy cristiana, formada por sus padres, D. Genaro
Piñol, labrador, y Dª. Engracia Ricart, y tres hermanos
más. Todos recibieron una esmerada educación cristiana.
Fue bautizado solemnemente el día 17 de ese mismo mes y
año en la parroquia de San Juan Bautista del mismo pueblo.
Algún tiempo más tarde recibió la
confirmación en la misma parroquia.
Sus primeros estudios los hizo en la escuela del pueblo. También
desde muy jovencito fue monaguillo. El Sr. Párroco vio en
él grandes cualidades y se dirigió a sus padres para que
le dejasen ir al Seminario, pero las condiciones económicas de
la familia no permitían pagar una carrera tan larga y
difícil. Por otra parte Genaro quería ir a Cervera, donde
estaba un amigo suyo del pueblo. Al enterarse el maestro del pueblo
trató de disuadirle. Su madre fue a Lérida a hablar con
el P. Superior de los misioneros y todo quedó arreglado. El
día 15 de octubre de 1924 ingresó en el postulantado de
Cervera.
En 1924 comenzó el año de preparación en Cervera y
en el verano de 1925 pasó a Alagón (Zaragoza) para
estudiar las Humanidades y en 1928 volvió a Cervera para
terminar. Superar estos estudios le cotó un gran esfuerzo. En
estos años demostró su afición y cualidades para
el dibujo y la pintura.
A finales del mes de julio de 1930 se trasladó a Vich para hacer
el noviciado. El día 14 de agosto tomó el hábito y
profesó el 15 de agosto del año siguiente. Diez
días después hizo viaje a Solsona para cursar la
filosofía. En el mismo centro de Solsona hizo el primer curso de
teología, al final del cual en el verano de 1935 se
trasladó de nuevo a Cervera para continuar dichos estudios.
Durante el primer año en Cervera sufrió varios ataques
epilépticos, que le obligaron, primero, a disminuir y,
después, a interrumpir los estudios abriendo un gran
interrogante sobre su futuro.
Cualidades y virtudes. En un informe del mes de abril de 1935 se
señalaba que sus cualidades físicas eran muy buenas, sus
cualidades intelectuales especulativas medianas, más
prácticas, y que su carácter era algo retraído y
desdeñoso, servicial y no muy cumplidor de las disposiciones
pequeñas. Un informe posterior dice que ganaba en seriedad y
reflexión.
Refugio, huída y martirio
El día 21 de julio de 1936, al momento de dispersarse la
comunidad de Cervera, antes de salir de casa fueron sometidos a un
minucioso registro. El P. Superior había ordenado que no sacaran
nada ni personal ni comunitario, pero Genaro, quizá por
indicación de algún Padre, llevaba un cáliz, para
poder celebrar si la ocasión se presentaba. En el registro un
rojillo se lo quitó y tirándolo al suelo profirió
una horrible blasfemia. Después del registro los estudiantes
Genaro Piñol y Remigio Tamarit se refugiaron en la casa de
Marcelina Piñol, natural de Torms y tía de Remigio,
residente en la misma ciudad, dedicada a labores de modistería
con sus hijas. Allí fueron acompañados por un miliciano.
Ambos estudiantes llegaron con una indumentaria tan impropia que
inmediatamente les pusieron a tono. La Señora quería que
estuvieran limpios, bien arreglados e, incluso, elegantes. Ellos
quedaron tan contentos que le decían: ¡Tía, a
nosotros no nos falta madre!
A los dos misioneros les situaron en una habitación grande, bien
arreglada, con dos camas proporcionadas a la estatura de ambos. Los dos
jóvenes ayudaban a la Sra. Marcelina en lo que podían,
como llevar el agua, pero no siempre se molestaba y si se daban cuenta,
le decían: ¿Cómo no nos has avisado?
Los dos estudiantes pasaban el tiempo en rezar según los
horarios de comunidad. A pesar de que tenían miedo, aceptaban la
voluntad de Dios y en sus conversaciones solían repetir: No
pasará más que lo que Dios quiera.
Genaro estaba algo enfermo y se llamó al médico, Dr. Nuix
para ver la posibilidad de trasladarlo al hospital, pero no fue posible
porque todo estaba controlado. A Genaro le convenía hacer
vida de campo, no estar encerrado.
A los diez días se les avisó de que los rojos
querían hacer registros en las casas. Entonces Genaro fue
llevado a casa más segura, pero no pudo llegar y volvió
con la tía. Genaro escribió varias cartas a su familia,
que llegaron, pero se han extraviado. Su hermano José
viajó a Cervera dos veces, la segunda para llevarse a su
hermano. Para ello encontró ayuda en un antiguo
conmilitón Sanfeliu, apodado Alma Gitana. Para emprender el
viaje, la Sra. Marcelina los había vestido de mecánicos,
comprado alpargatas buenas, mojadas y picadas para mayor resistencia, y
buenos calcetines. Llevaban camisa azul marino con lacitos rojos, como
entonces, y sin chaqueta ni gorra o boina. Les dio de cenar bien y algo
para el viaje.
Los misioneros al despedirse dijeron a la tía:
Si no nos vemos más hasta el cielo.
A la hora convenida, a medianoche del 25 de agosto, Alma Gitana,
asegurado de que los elementos más peligrosos estaban
enfrascados en diversiones, se presentó con sombrero de
cartón, como señal, y condujo a José y los
misioneros por la dirección de la muralla hacia la carretera sin
ser vistos. Caminaban muchas veces a través de los campos para
evitar ser descubiertos por los automóviles en dirección
a Zaragoza. Pasaron Curullada, dejaron de lado Tárrega y
se dirigieron a Preixana. Y siguiendo el camino viejo llegaron al
Mas Estadella y de ahí a Preixana, donde vivía el padre
de Alma Gitana. Entraron en pleno día, mientras la gente
trillaba, y al verlos la gente se asustó pensando que eran tres
milicianos, pero el Sr. Ventura les tranquilizó diciendo que su
hijo había venido con un amigo de la mili que llevaba dos
frailes a su pueblo. Era la traición gitana.
Los cuatro tomaron alimento y descansaron de la primera jornada de 24
kilómetros en la cabaña de Sanfeliu. La segunda jornada,
y última, según el buen plan previsto, debía
comenzar al anochecer para llegar al pueblo de los Piñol, pero
había mucha distancia y no conocían el terreno.
Así sucedió. Al poco de salir ya hicieron una
parada. Fueron a una masía a pedir agua, que les dieron y
bebieron con agradecimiento. La mujer preguntó a Alma Gitana
quienes eran sus compañeros. Dijo: Son dos frailes de Cervera.
Al oír semejante revelación aquella mujer no se pudo
contener y levantando la voz dijo que se había de matar a todos
los curas y frailes y pronto estaría en Zaragoza el
ejército popular; que ella tenía dos hijos en el frente
de Aragón en las filas rojas.
Al poco rato encontraron otra masía y nueva parada. Les
atendieron bien y les orientaron por el camino verdadero. En Bellanes,
otra parada y orientación para evitar Borjas Blancas porque les
dijeron que había mucha vigilancia. Esta situación era
desalentadora. Alma Gitana, apenas descubría un bulto, gritaba
¡C.N.T.! Llevaba la documentación de esa agrupación.
José Piñol, lleno de ansiedad, se dirige al jefe de la
expedición sin preámbulos:
¿Y si nos cogieran?
Aquel buen gitano respondió al momento con completa seguridad:
Yo fácilmente quedaría bien diciendo que llevaba a
fusilar a los tres.
En esta situación poco halagüeña se dirige a
José y le dice con firmeza:
Bueno, de estos chicos ¿qué hacemos?
Alma Gitana sentía toda su responsabilidad y propuso volverlos a
la cabaña de su padre. Su idea era ocultar a los misioneros en
lugar seguro que no diera lugar a sospecha hasta que pasara la
tormenta, pero José, con el ansia de llegar cuanto antes a casa,
por tener el padre enfermo, no aceptó la proposición y
fue del parecer de continuar el viaje. Para agradecer al gitano
Sanfeliu sus buenos servicios le ofreció una propina de 15 duros
y le hizo una promesa mayor si la empresa daba resultado positivo.
Los fugitivos llegaron a Belianes. Dieron la vuelta al pueblo y se
detuvieron junto a una pared, que era una era. Desde ese escondite
vieron pronto cómo un coche pequeño pasaba a toda
velocidad por su lado en dirección a Arbeca. ¿A
dónde iba? Su desaparición había sido denunciada y
estaban en su búsqueda. Ellos lo ignoraban todo y se arreglaron
para dormir aquella noche. Al levantarse por la mañana los tres
fugitivos tomaron la carretera de Belianes en dirección a
Arbeca, caminando preferentemente por los campos. Antes de llegar a
Arbeca se desviaron para tomar el camino de Floresta, pero aún
así algunos les vieron y les reconocieron como los frailes de
Cervera. En este camino debían superar dos montecillos pero se
extraviaron. Por suerte encontraron a un hombre de derechas quien les
aseguró que por aquellos parajes había mucho movimiento y
no faltaban guardias y les añadió: sin duda han sido
Vdes. delatados al Comité de Arbeca. Más adelante
encontraron a otro payés, al que pidieron agua y uva. Les dijo
que no tenía agua y que las uvas estaban verdes. No les
dió nada. En la cima del monte Deogracias encontraron a un
hombre joven, José Sans Vila, que les dió agua y alimento.
Después de otro rato nueva parada. Llegan al distrito de las
Forcas. Allí encontraron a José Sans y Sans y su hija
Carmen de 15 años, que le dijo al pade: Estos deben ser los
frailes, que ayer noche decían se habían escapado de
Cerverai. Los fugitivos pidieron agua y el señor les
preguntó si eran los frailes. Respondieron afirmativamente.
Entonces el Sr. José les insistió en que se quedaran
allí todo el día escondidos en el pajar y por la noche
les llevaría a Borjas. Estáis demasiado a la vista y
vestís demasiado bien. Meteos dentro. No hubo modo de
persuadirlos y decidieron marchar. Entonces les explicó los
vericuetos por donde debían pasar para llegar al Trull y de
allí a Borjas. Siguiendo estas indicaciones llegaron a una
hondonada donde encontraron al joven Antonio Roset, de izquierdas,
trabajando sus tierras. Al verlos pasar por la montaña
pensó que eran religiosos, que cuando volvió del trabajo
para comer los denunció ante el Comité.
Los tres viajeros siguiendo su camino se toparon con un niño de
12 años, José Mª Plana y Setó, que iba a la
farmacia de Arbeca para comprar medicina para su abuelo enfermo. Al
llegar al rellano del Cayo encontró a los tres viajeros, que
caminaban con decisión y les preguntó:
¿A dónde vais con tal apresuramiento? Habiéndolo
sabido les hizo las indicaciones convenientes.
Los tres viajeros llegaron a la hondonada del Trull. Allí
encontraron al aparcero Antonio Rius y a Ramón Solé, su
jornalero, que estaba arando y entablaron conversación.
Ramón les dio el pan que le había sobrado de la comida,
ellos llevaban una lata de sardinas y le alargaron tres pesetas para
que comprara más en el pueblo, y se pusieron a comer debajo de
una higuera. Mientras comían contaron sus peripecias a Antonio
Rius, miembro de la C.N.T. y del Comité de Floresta, que les
ofreció seguridades y les aconsejó qu se retirasen para
no comprometerle. Los fugitivos, tranquilizados con tantas palabras de
seguridad, se echaron a dormir sobre unas matas. Los dos misioneros,
fatigados como estaban, se durmieron profundamente. José, con
todo, no dormía. Entre tanto Antonio Rius y su criado fueron a
Floresta y los delataron al Comité. Para entonces los del
Comité de Arbeca ya estaban buscándolos.
A eso de las once de la mañana José oyó gritos de
personas que se acercaban. Vio a tres hombres que gritaban, a los
cuales respondían otros, de más lejos. Comprendió
que iban a por ellos y despertó a los dos misioneros y les dijo:
Seguidme. Escaparon por el lado opuesto de los perseguidores y llegaron
a la carretera, donde había un coche parado con la bandera roja.
José les dijo que se quedaran, que él pasaba para probar
fortuna y la suerte le acompañó. Desde la otra parte les
hizo señales para que hicieran lo mismo, pero no le oyeron
porque huyendo de la vista del coche se habían apartado y le
buscaban sin darse cuenta de que había pasado. Cuando, por fin,
intentaban pasar la carretera desde el terraplén pasó
otro coche de milicianos y les dieron el alto. Ellos intentaron
escaparse, pero en balde. José lo vió todo desde el otro
lado[1].
Los dos misioneros fueron detenidos en el fondo del Castellot,
masía deshabitada, por el alguacil de Floresta, el presidente
del Comité de Borjas, Amadeo Pons, o Troski, y otro de
Castelldans. Los llevaron en auto al cementerio de La Floresta.
Una vez que los habían detenido, los milicianos discutieron
entre sí y les comunicaron a los misioneros:
Según ordena la ley, os hemos de matar[2].
Ya nos lo pensábamos, respondieron.
No hubo ni protesta ni resistencia alguna. Manifestaron el deseo de
morir en el cementerio que estaba cerca y allí se dirigieron
todos en comitiva. Antes de la ejecución, los milicianos de la
búsqueda tuvieron una gran reunión en el Café de
Valentina. Allí fueron llegando los movilizados de los pueblos
para la búsqueda de los misioneros, representantes de
Puiggrós, Arbeca, Borjas Blancas y Floresta. De Borjas Blancas
había unos 25. La finalidad de la reunión era obligar a
los de Floresta a que mataran a los inocentes detenidos. Los de
Floresta querían que se alejasen de su territorio municipal y
argumentaban que habían sido detenidos en el territorio de
Borjas Blancas y que correspondía a su Comité tomar las
decisiones. Habló el presidente de este Comité, Amadeo
Pons, alias Troski, e impuso la voluntad de que debían ser los
de Floresta los ejecutores del crimen porque todavía no se
habían manchado de sangre. Los de Floresta se negaban y para
deshacer la incertidumbre terció la gestora del café,
Dorotea Carulla diciendo:
Hay que cumplir la ley, hay que ser valientes en su culto,
repitiéndoles que no fuesen cobardes.
Al cementerio bajaron los milicianos de Floresta y demás
compañía para el fusilamiento. Los dos jóvenes
pidieron que les perdonaran y les dejaran marchar. Los milicianos se
burlaron a más no poder. También pidieron que les dejaran
escribir a sus familias, cosa que les concedieron, pero con la
advertencia de que no pusieran la dirección de Floresta, sino
cementerio de Lérida.
Genaro Piñol escribió:
Amadísimos padres y hermanos y queridísima
Congregación.
A vosotros os dirijo mis últimas líneas de despedida.
Adiós, hasta el cielo. Genaro Piñol, C.M.F.
Torms. Sr. Genaro Pinyol Massip
Calle Prat de la Riba
Esta carta llegó al día siguiente a su familia. Un
día más tarde llegó José.
Los misioneros también pidieron a los rojos que les dieran una
vuelta por el pueblo de la Floresta antes de matarlos para que les
viera la gente. No se lo concedieron.
Cuando comprendieron que era su última hora les pidieron
retirarse un momento a un ángulo del cementerio. Se lo
concedieron y los dos fueron allí a hablar secretamente.
Después, como estaban resecos, pidieron agua. Los milicianos
cogieron el coche de Borjas, allí parado, y fueron al
café a por unas botellas. La Valentina les dio gaseosa,
coñac y otros licores. Luego se ufanaba diciendo:
Han pedido agua y se les ha dado gaseosa.
Pero las mujeres del pueblo le contestaban certeramente:
No les habéis dado con todo lo que en justicia debíais
haberles dado, la vida.
Al ver todo aquel aparato de bebidas, los misioneros no
querían beber en ningún modo, pues ellos habían
pedido solamente agua. Les obligaron a beber una gaseosa y rechazaron
delicadamente los licores, que fueron pasto de los milicianos. En esos
momentos desfalleció el Troski, que dirigía las
operaciones, al que uno de los misioneros ofreció la gaseosa
porque la necesitaba más que él.
En señal de perdón, los misioneros extendieron la mano
para estrechar la de sus verdugos. En el pelotón de
ejecución estaban: Francisco Andreu, presidente del
Comité; Jaime Montalá, alguacil; Miguel Sans;
Martín Farré y José Prats.
A continuación rezaron el acto de contrición o Yo
pecador, y se pusieron de rodillas y dijeron a los rojos que ya
podían disparar al pecho, de frente. Los del pelotón
decidieron por la espalda, porque temblaban. Los misioneros gritaron
tres veces ¡Viva Cristo Rey! y el Comité a su
vez levantó la voz y clamó: Viva la
Revolución Social. Según el testigo ocular Matías
Farré, desde la altura de su casa, oyó el grito
«Viva Cristo Rey y a continuación se percibió la
detonación de los disparos, no una descarga cerrada e
instantánea de los disparos, sino más bien sucesiva, lo
cual daba a entender que a los del pelotón les temblaba el pulso
y no dispararon todos a tiempo», por ello tardaron mucho en
morir, sufrieron hasta que el alguacil les dió el tiro de gracia
en el ojo derecho. Seis o siete disparos fueron a la pared.
Después les registraron en búsqueda de los dineros… que
no llevaban. Inmediatamente se marcharon todos los milicianos cada uno
a su pueblo sin ni siquiera cerrar la puerta del cementerio, pues la
dejaron entornada.
Los dos murieron resignados. Era la tarde del 27 de agosto de 1936.
Los enterraron en el mismo cementerio nada más que con tierra
encima, porque los rojos no aceptaron las cajas que ofrecieron ni
siquiera las sábanas.
Los rojos estaban asombrados de la serenidad mostrada por los dos
jóvenes. Relataba el alguacil que cuando escribieron la carta no
les temblaba el pulso, mientras que él temblaba como una hoja de
árbol.