BEATO GASPAR DE BONO
14 de julio
1604 d.C.
Nació en Valencia, en el
seno de una pobre familia de tejedores. Pusiéronle sus padres a
los diez años en casa de un rico mercader, pero a Gaspar no le
llenaba aquel oficio, cuando empezó a sentir el anhelo de cosas
más altas: quería ser sacerdote. Y no vio otro camino
posible ni mejor que el claustro. Y hasta le pareció
fácil, porque otro criado mayor de la misma casa, que andaba con
idénticos proyectos y sabía el latín, se
ofreció a enseñarle esta lengua. Gaspar entraba de
allí a poco en el convento de dominicos de la ciudad. Bien es
verdad que, recapacitando la mucha pobreza de su casa, tuvo que
desandar el noble camino y volver al antiguo empleo.
Llegó de esta
manera hasta los veinte años, y, aunque su dueño le
quería bien y le ayudaba a sustentar a sus ancianos padres,
Gaspar, en busca de más propicia fortuna, se alistó en el
ejército de Carlos V. Quizá le moviese a ello un
sentimiento de inferioridad que le apartaba de buscar el anhelado
sacerdocio, pues era balbuciente y tartamudo. En el ejercicio de las
armas transcurrieron ocho o diez años, sin ascenso ni esperanzas
de prosperidad. Hizo la campaña de Italia con Carlos V. La
ocasión para cambiar de banderas le llegó por el duro
camino del fracaso material. Sucedió que él, con algunas
unidades de su escuadrón de caballería, tuvo que hostigar
al enemigo sólo con finalidad de descubierta: mas éste
respondió con tan fiero empuje que Gaspar y los suyos
retrocedieron en confuso desorden. El mismo Gaspar cayó en un
pozo seco, quedando oprimido por su cabalgadura; los enemigos vinieron
sobre él, y, después de abrirle la cabeza a golpes de
pica o alabarda, le dejaron por muerto. En aquella terrible angustia
invocó a sus santos patronos y a la Virgen de los Desamparados,
prometiendo ingresar en la Orden de los Mínimos de San Francisco
de Paula si salía con vida. Pudo cumplir el voto. Experimentado
ya en la pobreza y en los trabajos de ella, no le resultaba
áspero seguir las reglas del severo instituto: perpetua
abstinencia de carnes, de huevos y lacticinios, coro a medianoche y
otras penitencias.
En aquel santo retiro
la virtud de Gaspar comenzó a ser notable. Su mismo apellido,
Bono, se prestaba a inocentes juegos de palabras que ponían a
prueba su humildad, y él se precavía contra la vanagloria
diciendo: "Sólo de bueno tengo el nombre, porque de palabra,
obra y pensamiento soy malo." Del beato Gaspar Bono cabe asegurar que
leía en las conciencias.
La Orden de los
Mínimos, fundada hacia 1460, es decir, en unos momentos en que
la sociedad cristiana comenzaba a sentir deseos vivos de
restauración y de apostolado reformatorio, no encarna aquel
espíritu nuevo. Los seguidores de San Francisco de Paula se
mantienen dentro del molde de las Ordenes mendicantes, según la
estructura medieval. Forman un frente silencioso, aunque no menos
heroico, donde la humildad puede tener menos quiebras. De aquí
que la tendencia apostólica, la salvación del
prójimo, no encaje en la espiritualidad del beato Gaspar Bono
como fin primordial, si no es dentro de los muros del cenobio.
Mandará al hermano limosnero que le cuente los pecados y
públicos desórdenes de que haya tenido noticia por las
calles, a fin de aplacar a la justicia divina con oraciones y
penitencias, pero no irá a buscar a los pecadores.
En el seguimiento de la pobreza fue no menos admirable. Por
intervención de san Juan de Ribera, a la sazón arzobispo
de Valencia, el padre Gaspar fue elegido provincial. Y si aceptó
el cargo a pesar de todas las razones que pudo discurrir su humildad,
en la pobreza no toleró interpretaciones contrarias a aquella
virtud. Aunque padeció muchas enfermedades graves, hasta el
final de su vida, superó a todos sus hermanos en penitencias y
la mortificación del cuerpo. Después de su muerte
obró muchos milagros. Fue beatificado en 1786 por
Pío VI.