BEATO FRANCISCO YI BO-HYEON
9 de enero
1800 d.C.



   Francisco Yi Bo-hyeon nació en Hwangmosil, (en la provincia del Chungcheong del Sur, en Corea del Sur) en el seno de una familia humilde. En su adolescencia era un  chico rebelde y testarudo. Con 20 años, recibió instrucción cristiana de su vecino, el beato Tomás Hwang Sim, y que luego se convertiría en su cuñado. Coherente con su nueva fe, Francisco, decidió corregir su mal carácter y comportamiento.

   Para poder moverse más libremente, se trasladó con Tomás a Yeongsan. En 1795, dio hospitalidad al primer misionero coreano, el beato padre Jacobo Zhou Wen-mo, que le impartió los sacramentos de la iniciación cristiana. Poco a poco, Francisco, fue comprendiendo mejor las enseñanzas del cristianismo y... maduraba en la fe. A veces se alejaba por los montes a orar solo y realizar penitencias por sus pecados.

   En 1797, durante la persecución Jeongsa, numerosos católicos fueron arrestados. Francisco, no tuvo miedo y animaba a sus familiares y a otros creyentes a permanecer fieles a Cristo. Diariamente les recordaba la Pasión del Señor y los invitaba a profesar con coraje la fe y a no perder la oportunidad de alcanzar el Cielo.

   A los dos años de la persecución, tuvo un presentimiento. Invitó a todos sus convecinos y les ofreció comida y vino, diciéndoles: “Este es mi último banquete”. En efecto, dos días después, fue arrestado por la policia. El juez de Yeongsan, intentó que le revelase dónde se encontraban los otros fieles, así como que le entregara los libros sagrados. Francisco se negó y por ello fue golpeado y encerrado en la cárcel.

   Posteriormente por orden del gobernador de Chungcheong, fue trasladado por el jefe de la región de  Haemi, a Cheongju. Allí fue torturado sin éxito. Nuestro beato respondía en los interrogatorios: “El origen de los seres humanos es el Señor que los ha creado desde el principio del mundo, Con lo cual, para mi, me es imposible no venerarlo”. Durante medio día, fue cruelmente torturado, pero no vaciló. En la cárcel oraba en paz y animaba a los otros presos católicos, junto al padre de familia el Beato Martín In Eon-min.

   Mientras tanto, el jefe de Haemi, consultó con el gobernador, sobre qué debía hacer con Francisco. El gobernador dio la orden de condenarlo a muerte si no confesaba todo, por lo que fue nuevamente torturado. Finalmente el comandante la presentó la sentencia de muerte y él la firmó serenamente. A la mañana siguiente, fue conducido en la plaza del mercado donde fue azotado cruelmente, pero como no muriese, lo tiraron al suelo y allí lo golpearon hasta que no rindió su alma. Tenía 27 años. Algunos días después, algunos fieles, recuperaron su cadáver. Parece que algunos paganos que fueron testigos de su muerte, se convirtieron.

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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)