Nació
en Aitona (Lérida) en el seno de una familia humilde y
campesina, que comulgaba con el carlismo. Estudió en el
seminario de Lérida durante tres años e improvisadamente,
sin que se sepan las causas ingresó como carmelita descalzo en
el convento de San José de Barcelona en 1832 e hizo los votos en
1833. Se encontraba en Barcelona, cuando fue asaltado el convento en
1835 por las turbas revolucionarias y anticlericales. Junto con otros
carmelitas logró huir. Mendizabal ordenaba la
exclaustración de todos los religiosos de España (1836),
en este clima regresó a su tierra donde fue ordenado sacerdote
en Barbastro en 1836, pasando a la jurisdicción del obispo como
sacerdote secular dedicado principalmente a la oración en el
lugar conocida como “Cueva del padre Palau” en Aitona. Nunca
volvió a pisar un claustro carmelita.
Para huir de la
persecución emigró, junto a su hermano Juan, a Francia
(1840-1851) difundiendo la devoción mariana e iniciando
experiencias religiosas de corte carmelitana en Perpignan y Montauban;
fue tenido por santo por el pueblo sencillo, pero fue catalogado como
“personaje extraño” por una parte del clero, lo que le hizo
imposible su permanencia en tierras galas, acusándole de que su
vida “ermitaña” contradecía su condición
sacerdotal, por su pobreza y la cantidad de personas que querían
imitar su “estilo de vida”.
Regresó
a
Barcelona en 1851, y desempeñó el cargo de director
espiritual del seminario diocesano y fundó, por encargo del
obispo Costa y Borrás, la Escuela de la Virtud, que sería
como un centro de educación y catequesis de adultos. Fue
desterrado a Ibiza acusado de haber promovido desde la Escuela de la
Virtud las huelgas obreras de marzo de 1854; trasladó la imagen
de la Virgen de las Virtudes a Ibiza, e hizo un oratorio que hoy en
día es el santuario de peregrinación mariana de la isla,
aquí estuvo hasta 1860.
Reconocida
su
inocencia, se entregó con entusiasmo al servicio de la Iglesia
en varios campos. En un primer momento concentró sus
energías en la predicación del Evangelio primero en las
grandes ciudades como: Madrid, Barcelona, Palma de Mallorca. Estando en
Ciudadela, Menorca, recibió una especial iluminación que
le transformó espiritualmente. Tuvo un gran amor a la Iglesia:
"Mi misión se reduce a anunciar a todos los pueblos, que
tú, Iglesia, eres infinitamente hermosa y amable, y predicarles
que te amen"; "vivir cristianamente es vivir eclesialmente".
Completó la
actividad de predicador con la dirección de misiones populares,
especialmente en las diócesis de Barcelona e Ibiza (1863-1865),
donde consiguió grandes éxitos y duradera
promoción humana y social, como la ayuda asistencial a los
enfermos marginados de la sociedad a los que se les consideraba posesos
o energúmenos. En 1866 realizó un viaje a Roma para
exponer al papa beato Pío IX sus preocupaciones por el
exorcistado. Durante su estancia en Roma, recibió de los
superiores del Carmelo Descalzo, el título de director de los
Terciarios de la Orden en España. Fundó las Carmelitas
Misioneras Teresianas y las Carmelitas Misioneras. Fundó y
dirigió en Barcelona el semanario religioso "El
Ermitaño" (1868).
Volvió a Roma, con motivo del Concilio Vaticano I, para ponerse
en contacto con los padres conciliares y exponerles sus ideas sobre el
exorcistado e informar a los lectores sobre las tareas del Concilio.
Hizo prácticas de exorcismo, y por ello, se le acusó
falsamente de embaucador, y su obispo le prohibió que siguiera
con esta idea, no sin resistencia interior, obedeció a su
obispo. A su muerte fue rehabilitado por la Santa Sede. Escribió
"Mis relaciones con la Hija de Dios la Iglesia" y las "Cartas";
"Lucha del alma con Dios". Murió en Tarragona y su cuerpo
está enterrado en la casa madre de las Carmelitas Misioneras
Teresianas de Tarragona. El 24 de abril de 1988 fue beatificado
por San Juan Pablo II.