BEATO FLORENTINO
FELIPE NAYA
9 de agosto
1936 d.C.
En el
pueblo de Azanuy en el territorio de Huesca, en España, beatos
Faustino Oteiza, sacerdote, y Florentino Felipe, religiosos de la Orden
de Clérigos regulares de las Escuelas Pías y
mártires, ejecutados cruelmente por Cristo en la misma
persecución.
Florentino nació en
Alquézar (Huesca) en 1856, en el seno de una familia de humildes
trabajadores. Profesó como hermano lego escolapio en 1876 en
Peralta de la Sal. Sus años de vida religiosa, atendiendo a la
cocina y el comedor, transcurrieron en los colegios de Zaragoza,
Tafalla, Molina de Aragón, Pamplona, Alcañiz y Peralta de
la Sal desde 1929. A Peralta de la Sal llegó ya anciano,
continuó trabajando, en cuanto se lo consentían la edad
avanzada, la creciente ceguera, su sordera y el malestar estomacal. Al
final de su vida, no pudiendo ya trabajar, pasaba mucho tiempo en
oración.
Era el de mayor edad de todos los que fueron
asesinados de la comunidad escolapia. Antes de morir, sin enterarse de
lo que sucedía a su alrededor dijo: “¿Qué dice,
Padre, que nos vamos al cielo? ¡Pues qué vamos a hacer, si
así lo quiere Dios!”.
El 9 de agosto de 1936 se presentaron dos hombres
en la llamada Casa Zaydin, donde estaban dos religiosos escolapios de
la comunidad de Peralta de la Sal, y dijeron que ambos debían
acompañarles a Fonz donde tenían que deponer en una
causa. Uno de ellos, el sacerdote P. Faustino Oteiza, se dio cuenta de
que se trataba realmente de la hora del martirio y dirigiéndose
al hermano Florentino Felipe le dijo que había llegado la hora
de ir al cielo. Pidió un poco de tiempo, que le fue concedido,
confesó a las personas de la casa, se vistió de paisano
para impedir que fuera profanado el hábito religioso y dio su
bendición a todos los presentes. Los dos religiosos renovaron su
profesión religiosa con todo fervor. A las cuatro de la tarde
los recogió un coche. La calle estaba llena de gente, que
acudió a despedirlos en el más respetuoso silencio. El
coche partió camino de Azanúy y, ya en términos de
esta población, paró el coche, los religiosos fueron
obligados a bajar y allí los fusilaron. Rociados sus
cadáveres con gasolina, fueron quemados pero no del todo, y por
ello les enterraron en el mismo lugar de su martirio; al término
de la guerra sus restos fueron trasladados a la iglesia escolapia de
Peralta de la Sal. Juan Pablo II los beatificó el 1 de octubre
de 1995 en el grupo de 13 escolapios martirizados en diversos
días y en varios lugares durante el año 1936.