Nadie sabe cuando llegará el fin del mundo. Se trata de una trampa muy utilizada por muchas sectas, para engañar a los ignorantes y llevárselos a sus grupos. Ya en el pasado dieron muchas fechas y se equivocaron. Con relación al fin del mundo, Jesús dijo con toda claridad que nadie conoce el día.
Pero, en cuanto se refiere a este día y a esta hora, no lo sabe nadie, ni los ángeles de Dios; ni siquiera el Hijo; sino sólo el Padre (Mt 24,36).
¿Cuáles
son las señales más claras para saber cuando se acerca el
día?
Las señales más claras son:
1.- El Evangelio será predicado por todo el mundo.
Esta buena nueva del Reino será proclamada por todas partes del mundo para que la conozcan todas las naciones, y luego vendrá el fin (Mt 24,14).
2.- El pueblo de Israel reconocerá a Jesús como Mesías y entrará a formar parte de la Iglesia.
Porque ya no me volverán a ver hasta el tiempo en que digan: Bendito sea el que viene en nombre del Señor (Mt 23,39).
Yo quiero, hermanos, darles a conocer el plan secreto de Dios para que no se sientan superiores a ellos: una parte de Israel se va a quedar endurecida hasta que la totalidad de los paganos hayan entrado. Entonces todo Israel se salvará, según lo dice la Escritura: De Sión saldrá el libertador que limpiará los hijos de Jacob de todos sus pecados (Rom 11,25-26).
¿Cómo hay que interpretar las palabras de Jesús que hablan de terremotos, oscurecimiento del sol y caída de las estrellas?
Ahora bien, pasando a esos otros días, después de esa angustia: el sol no alumbrará, la luna perderá su brillo, las estrellas caerán del cielo y el universo entero se conmoverá (Mc 13,24-25).
Se trata de imágenes simbólicas para indicar que toda la naturaleza pasará por una prueba dolorosa que servirá para su purificación.
Y
toda la creación espera ansiosamente que los hijos de Dios
reciban esa gloria que les corresponde. Pues si la creación
está al servicio de vanas ambiciones, no fue
espontáneamente, sino que le vino del que la sometió. Por
eso tiene que esperar hasta que ella misma sea liberada del destino de
muerte que pesa sobre ella y pueda así compartir la libertad y
la gloria de los hijos de Dios.
Vemos como todavía el universo gime y sufre dolores de
parto. Y no sólo el universo sino nosotros mismos, aunque se nos
dio el Espíritu como un anticipo de lo que tendremos, gemimos
interiormente, esperando el día en que Dios nos adopte y libere
nuestro cuerpo (Rom 8,19-23).