Las fiestas religiosas sirven para favorecer un encuentro de la comunidad con Dios, en un clima de alegría y sano esparcimiento. El mismo Jesús participaba de las fiestas religiosas de su pueblo.
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la pascua (Lc 2,41).
El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús, de pie, decía a toda voz (Jn 7,37).