BEATO FERNANDO SAPERAS
ALUJA
1936 d.C.
13 de agosto
En el pueblecito de
Alió, de la provincia y diócesis de Tarragona,
nació Fernando el día 8 de septiembre de 1905, siendo sus
padres D. José Saperas, albañil de profesión y
Dª Escolástica Aluja. Dos días después fue
bautizado solemnemente en la parroquia de San Bartolomé
Apóstol. Unos años más tarde recibió el
sacramento de la confirmación.
Hizo los primeros
estudios en la escuela del pueblo destacando por su comportamiento, que
no por su talento. En 1912 murió su padre y la madre tuvo que
hacerse cargo de los tres hijos de diez años, Juan, el mayor,
Fernando, siete, y de cuatro, Román, el menor, y al no tener
bienes de fortuna, industriarse para salir adelante. La madre era
negociante por temperamento de modo que inició con ventas
ambulantes por los pueblos, siempre a pie y con la carga a cuestas, y
acabó con una modesta pescadería en Valls, a donde se
trasladó para atender a Ramón, que allí trabajaba.
Fernando era muy
devoto y acudía siempre que podía a la iglesia y haciendo
muchos encargos al párroco y puntual monaguillo.
Cuando Fernando cumplió los trece años, mientras Juan,
con dieciocho, fue a Barcelona, la madre le encargó de los
campitos que tenían. Esto fue duro para Fernando. El campo le
venía muy cuesta arriba. Quizá por esto su madre le
buscó en Valls una ocupación más en consonancia
con su carácter. Allí trabajó en dos hoteles como
diligente camarero durante dos años porque sus manos se
agrietaban por el agua, donde su conducta chocaba con la de sus
compañeros. Entonces volvió a casa y luego marchó
a Barcelona, donde con la ayuda de su hermano Juan pudo resistir hasta
encontrar trabajo en el comercio de D. Alejo Montaner, que lo
acogió como un padre. Fernando no perdió su piedad y
cumplía sus obligaciones cristianas, lo que le procuraba las
burlas de sus compañeros, que se burlaban tratándolo de
«beato». Las tardes de los domingos las pasaba con
Juan o en casa de la señora Carmen Monserrat, natal de
Alió y amiga de la familia, que estaba de portera en la
«Equitativa», Avenida Layetana, n. 54. Después de
tres años volvió a casa, quizá pensando en el
servicio militar. En esta ocasión le tocó sufrir las
burlas de todos, los de casa llamándole «gandul»
porque no trabajaba y los de fuera, «beato», por sus
frecuentes idas a la iglesia.
Servicio militar y vocación religiosa
En 1925 ingresó
en caja para el servicio militar le obligó a ir a Barcelona y se
incorporó a filas en 1926. Era mozo fornido y de buena talla y
fue destinado al Arma de Caballería, yendo a parar el Cuartel de
Santiago, sito en la Travesera de Gracia, no lejos del Hospital de San
Pablo y del Santuario del Corazón de María, de los
Misioneros Claretianos. E, ambiente de la «mili» con sus
conversaciones groseras no le era favorable a Fernando, que se hizo
amigo del capellán, que quizá influyera para que le
coronel le escogies como asistente. Con ese cargo llevaba los hijos del
coronel al colegio y atendía a otros encargos.
Fernando frecuentaba
la casa de la señora Carmen y acudía a las funciones
religiosas del Santuario del Corazón de María y
allí le fue surgiendo la vocación religiosa, aunque al
principio se contentaba con ser un criado de los Misioneros, pues no
estaba para estudios. La primera entrevista la tuvo con el P. Soteras,
quien le explicó que podía ser Misionero
No lo entiendo,
respondió Fernando.
Entonces el Padre le
explicó que no necesitaba estudios especiales, pues en la
Congregación también Hermanos coadjutores, cuya
misión es ayudar a los misioneros en los oficios
domésticos.
No acabo de verlo
claro, insistió Fernando.
- Pues sí, y lo
vas a comprender ahora mismo. Tú sabes lo que ocurre en la
«mili». En ella hay oficiales y hay soldados, y entre
estos, unos salen de campaña y luchan en tiermpos de guerra,
mientras que otros quedan a retaguardia o tal vez en los cuarteles.
Todos son soldados en activo y todos participan luego en la gloria de
la victoria...
Comprendo, padre,
comprendo.
Y ¿qué
te gustaría a ti ser hermano?
Me tomo tiempo para
pensarlo, padre. Son horizontes que nunca en mi vida había
visto, y necesito pensarlo.
Siguió
frecuentando el santuario y llamó la atención del P.
sacristán, Jaime Puig, que le veía asiduo y devoto y le
dijo_
- A lo que juzgo
tú no eres para el mundo.
Así es, padre.
El mundo no me atrae. Me siento bien, por el contrario, en el tempo.
Sólo en él me encuentro como en mi centro.
- Pues a eso voy,
Fernando. Pienso que a lo mejor Dios te quiere en un convento.
¿No has pensado...?
Vengo pensando en
quedarme entre ustedes, pero temo la oposición que me
harán en casa, dijo Fernando y añadió que la
decisión la tomaría después de acabar el servicio
militar.
Así fue. Nada
más acabar el servicio militar se presentó en Valls en
las vísperas de las fiestas de San Juan. En la verbena estaban
todos los de casa y sus familias amigas. Allí reinaba la
diversión y el baile, pero Fernando estaba ajeno a ello, que
llamó la atención de los acompañantes
preguntándole el por qué.
Eso no es para
mí, respondió Fernando, añadiendo que no le
interesaba el baile y que prefería estarse con su madre.
Un día de esos,
cuando vio a su madre dispuesta a escuchar, le dijo a quemarropa:
Madre, he pensado irme
a un convento.
- ¡Poca vergüenza! ¿Tan mal estás en casa que
quieres marcharte? Le contestó su madre amenazándole con
echarle de casa.
Mujer no se enfade
usted. Ya lo arreglaré todo con la señora Carmen.
Haré lo que ella me diga, repuso Fernando.
Fernando volvió
a Barcelona. De nuevo le acogió Juan asegurándole que a
su lado nada le iba a faltar. Así le pagó la fonda y la
habitación mientras encontraba colocación. Un día,
después de haber cambiado impresiones con la señora
Carmen, se dirigió al bar donde trabajaba Juan y le dijo:
Mira, Juan, he pensado
meterme religioso.
Juan quedó
extrañado e incluso puso algún reparo.
Es inútil,
Juan. Estoy decidido y no vuelvo atrás.
- Es cosa tuya, le
dijo Juan. Si ves por ahí tu camino, por mí no lo dejes.
Pero piénsalo bien y que no tengas luego que arrepentirte.
Religioso
Fernando, adoctrinado
por el P. Puig, se hizo con la documentación necesaria para
ingresar y en el otoño de 1928 se dirigió al noviciado de
Vic. Antes de iniciar el noviciado hizo un postulantado para Hermanos.
El 21 de diciembre de ese año escribió a su casa
comunicando
Por mi, no paseis pena. La vida religiosa me prueba bien, gracias a
Dios. ¡Y ...! que dure! Encomiéndenme al
Señor para que me conserve la vocación y persevere en
esta Congregación hasta la muerte.
El hábito lo
tomó el 14 de agosto de 1929 y comenzó el noviciado bajo
la dirección del P. Ramón Ribera. Durante el noviciado se
manifestó muy trabajador y de firme voluntad, carácter
fuerte, pero dominado, abnegado y de modales algo bruscos, según
informes del maestro. Al final de este año de prueba
emitió la profesión el día 15 de agosto de 1930, a
la cual asistió la madre de Fernando.
Su primer destino fue
el postulantado numeroso, más de cien niños, de
Alagón (Zaragoza) a donde llegó el 22 de agosto, una
semana justa después de profesar. Le dieron el cargo de
cocinero, siendo un aprendiz en el oficio, y la carga se le vino
encima, que le originó muchas preocupaciones y gran ejercicio de
paciencia. Las dificultades fueron en aumento, tanto que pedían
un relevo. Así el H. Saperas salió el 13 de octubre de
ese año con destino a Cervera, a donde llegó en el tren
correo de la tarde.
En esa época la
comunidad de Cervera, aposentada en el edificio de la ex universidad,
estaba formada por 243 individuos, postulantes comprendidos, y
aquí también le mandaron a la cocina, pero como ayudante.
También se le encomendó la cocina de los enfermos, aunque
por poco tiempo. La proclamación de la República de
Trabajadores el 14 de abril de 1931 obligó a cambiar de oficios
a algunos Hermanos. A Fernando, por ser robusto y de buena estampa, le
mandaron a la portería porque era hombre de pocas palabras,
serio y digno en el trato. La portería de la ex universidad era
pesada por las muchas llamadas y las distancias. Cuando tenía
que dar avisos y ohace encargos, el recorrido de los largos pasillos lo
hacía rezando el rosario.
Tiempo después
de la quema de iglesias y conventos y asesinatos de frailes,
recibió la visita de su hermano Juan con la buena
intención de asegurarle un lugar no expuesto a las iras
revolucionarias, pero Fernando respondió:
No, Juan, no. Te agradezco en el alma tus ofrecimientos, pero no los
acepto. Los superiores todo lo tienen previsto; y si llegara el caso de
haber de abandonar el convento, ya tenemos a donde acogernos.
Así fue. El
clarividente P. Jaime Girón, superior de la comunidad,
había ido a Andorra y puesto los ojos en hotel deshabitado,
donde acoger a sus súbditos. Los designios de Dios eran otros.
A principios de 1934,
febrero, fue destinado al Mas Claret, donde también le
encargaron la cocina, que no era bastante para su capacidad, por lo
cual se hizo cargo, en parte, del cuidado de los animales
domésticos. También se prestó a ayudar en las
obras de ampliación de la casa. El 29 de mayo de ese año
tuvo in incidente al caerse de una escalera de mano
fracturándose la tibia y el peroné. El P. Buxó,
doctor en medicina, llegado de Cervera le hizo las primeras curas, que
Fernando soportó con entereza, y aconsejó que fuera
trasladado a Barcelona. El P. Superior ordenó que lo lleva una
ambulancia. En la Clínica Ginecos le operó el Dr. Pamis,
amigo y bihenchor de los Misioneros. Una vez que se recuperó y
pudo valerse por sus fuerzas, volvió a Cervera. En
atención a la debilidad de la pierna, le pusieron de ayudante
del Hermano zapatero.
Vocación a prueba: No aprobación para la profesión
perpetua
En todos los oficios
que desempeñó fue modelo de cumplimiento de la propia
obligación. En todos los informes se dice que goza de buena
salud y que tiene buen comportamiento, sin embargo, en el verano de
1936 no fue aprobado para la profesión perpetua, que
debía emitir el 15 de agosto. La noticia se la comunicaron hacia
el 15 de julio y le pusieron el dilema de salir de la
Congregación o hacer otro año de prueba, porque les
parecía a los Superiores, todo el Gobierno Provincial, que debia
sujetarse a esa prueba. Para dicha renovación tuvieron que pedir
dispensa a la Santa Sede, que concedió el rescripto, pero antes
de la fecha de la renovación ya había sido fusilado.
Él aceptó la prueba de profesar por un año, pues
entre las características del H. Saperas destacaban su amor a la
vocación y su pureza. Tenía la convicción de que
valía la pena imponerse toda suerte de sacrificios a trueque de
ser fiel a la vocación.
Dispersión de la comunidad y refugios
Ell día 21 de
julio de 1936 a las cinco de la tarde al tener que abandonar la casa,
se encaminó hacia el Mas Claret, que a los dos días se
vió desbordado por la llegada de los fugitivos y la
incautación de la finca por el Comité el día 24
obligó a una nueva dispersión.
Montpalau. Fernando, junto con otro joven mártir, ese mismo
día 24 fue al vecino pueblo de Montpalau, donde fue acogido en
la casa del Sr Ramón Riera, que era el estanco del pueblo y
también algo de taberna. Mientras estuvo en esta casa
colaboró en las tareas de la trilla como los demás
obreros. En los descansos se retiraba a un cobertizo y colgando en la
pared un crucifijo y las medallas que llevaba se dedicaba a la
oración. Alguno de los criados le propuso que cambiara de vida y
se casara. El Hermano respondió con decisión:
Di palabra a Dios, y volveré a darla. El día 15 de agosto
renuevo mi compromiso.
Hacía visitas al Mas Claret.
En la casa del Sr
Riera Fernando daba lecciones de doctrina a los hijos pequeños y
dirigía el rosario que se rezaba todos los días en
familia. También intervenía en la conversación y
dado el carácter de «servicio público»,
estanco y café, de vez en cuando los hombres soltaban blasfemias
y eso Fernando no lo soportaba e intervenía con su
reprensión. El Sr Riera no estaba conforme con tan celoso
ímpetu.
Cuidado que te pueden matar.
Si me matan, ¡alabado sea Dios!... Quienes nos persiguen son unos
desgraciados, por los cuales sólo atino a rezar. A mí me
cuesta muy poco perdonarlos, respondía Fernando.
Cuando iba al Mas Claret, los Padres y Hermanos le advertían en
el mismo sentido:
-¡Prudencia! ¡Cuidado! Que caerá en manos de los
rojos.
¡Qué cuentos! Si me matan por ser “fraile”,
¡seré mártir!, respondía.
Este comportamiento sincero y directo le causó
preocupación al Sr Riera, que temía por la vida del
Hermano. Su casa no podía ser un refugio discreto. El temor a un
registro movió al Sr Riera a buscar un cambio de casa para el
Hermano. Entonces este escribió a su madre:
Le escribo estas líneas para decirle que no pase pena por
mí. Estoy bien. No me contesten, porque dentro de unos
días voy a cambiar de casa y volveré a escribir.
El 12 de agosto
salió de Montpalau y al despedirse de la familia dijo:
Si no vuelvo, señal de que me han detenido y fusilado.
¡Rueguen por mí!
De mañanita se
dirigió a Cal Berenguer de Villagrasseta, de donde
procedía la mujer del Sr. Riera. La familia le adviritó
que tenía un trillador muy rojo revolucionario y que por el
momento se escondiese en una cabaña de su propiedad. Cuando
fueron a llevarle la comida al Hermano no le encontraron porque, ante
esa inseguridad, se había ido al Mas Claret, un día
después de haber sido asesinado el H. Casany. Allí
cenó y durmió aquella noche, pero no podía estar
porque lo tenía prohibido el Comité, que era dueño
de todo. Entonces el H. Francisco Bagaría, buen conocedor de la
zona, le aconsejó que fuera a La Rabassa.
La Rabassa es un
caserío a cinco Km al norte del Mas Claret y cercano al
ferrocarril de Lérida a Barcelona donde estaba la casa del buen
amigo Miguel Bofarull, donde habían sido ocultadas dos yeguas
del Mas Claret con sus potros. Allí se encaminó el H.
Saperas y ya estaba cerca de la casa, cuando advirtió la
presencia de un coche parado delante, que le hace sospechar y cambia de
dirección. Los que habían ido de madrugada en el coche
eran unos cuantos milicianos de os más intransigentes del
Comité, cuyos nombres eran: Juan Casterás, el jefe, que
se le llama simplemente Juan; Juan, llamado de Hostal; Pedro Vilagrasa
y otro apodado «El Chico» y el chófer Pepito.
El motivo de su viaje era incautarse de las yeguas, para lo cual
habían llevado forzado a Francisco Carulla, tratante de ganado,
pero Bofarull discutió duro con ellos y no soltó prenda
de modo que se tomaron un descanso en la galería de la casa. En
ese momento divisaron la presencia de un hombre y le preguntaron a
Bofarull:
¿Quién
es ese?
No lo sé. Por
de pronto no es del pueblo. Esperad que., les dijo Bofarull nervioso y
sin poder medir las consecuencias de su respuesta.
Esperad, esperad...
interrumpieron ellos con retintín y entonces el
«Chico» y Pepito, pistola en mano salieron a la caza del
Hermano.
Apresamiento y torturas
Estos pistoleros
pronto le dieron alcance frente a la masía Can Jeromi y le
llevaron a la casa de Bofarull y allí Juan, genio del mal, le
preguntó quién era.
Yo soy de Tarragona, respondió. Ahora trillaba en Montpalau; he
terminado allí, y voy en busca de trabajo.
Juan, por toda
réplica, le quita la gorra para ver si llevaba la corona,
mientras dice:
Iremos a Montapalay a que nos digan quén eres, y si es preciso
te acompañamos a Tarragona.
Terminado el registro
de las yeguas, los milicianos embaularon un opíparo almuerzo que
tuvieron que preparar la mujer e hijas de Bofarull y de
disponían a volver a Cervera. Eran como las nueve de la
mañana. Con ellos se llevaban a Fernando y Bofarull. La
despedida de este fue triste. Las hijas se le echaron al cuello, pues
no creían en las promesas de los milicianos. En el coche
colocaron juntos a los apresados.
Salieron en
dirección a la carretera de San Guim a Las Olujas. Apenas
cruzado el paso a nivel del ferrocarril, Juan puso en dificultad al
desconocido hablando de mujeres en forma grosera y quiso hacerle
blasfemar.
Eso, no,
exclamó Fernando, soy religioso y jamás...
Religioso ¿eh?
Y querías pasar por trillador. ¡Mentiroso!
Mentiroso, no. Soy
misionero, pero también trillador. Al salir del convento nos
recomendaron ganarnos la vida, y yo me la ganaba trillando.
Además, le dijo
que había estado varios años en la ex universidad y que
conocía su hermano el seminarista.
¿También
conoces a ese animalote? gruñó Juan.
La confesión de
religioso le valió a Fernando una serie de atropellos. Al llegar
a la hondonada «Los lagares» le sometieron a un minucioso
registro y le encontraron dos duros de plata, unas hojas de un
calendario y un reloj de bolsillo. De todo ellos se apoderaron los
milicianos y le dijeron:
Ahora ya puedes rezar padrenuestros y le indicaron un montón de
gavillas donde le iba a fusilar. Entonces intervino oportunamente
Francisco Carulla, diciendo que él no había ido para tan
sucia faena y terció Pepito:
La mujer y las hijas de Bofarull se nos morían del susto al
oír los disparos... Mejor será que lo fusilemos
después y más lejos de aquí.
Aceptaron fusilarle en lugar más apartado.
De nuevo en el coche, Juan reanudó el diálogo, la burla y
la tortura:
Si nos enseñas a decir misa, te perdonamos la vida.
Yo no sé decir misa. No tengo estudios.
¿Tanto se necesita? Y cambiando la dirección le
invitó a que dijera en voz alta el padrenuestro.
Fernando, sin sospechar nada, lo fue recitando a la vez que
corregía la réplica disparatada y burlona de Juan. Y
prosiguió este: ya que no nos enseñas a decir misa, dinos
dónde tenías escondidas en la ex universidad las armas.
¿Armas nosotros? Bastante teníamos con ir tirando para lo
necesario.
La siguiente pregunta de Juan provocó angustia a Fernando:
¿No has ido nunca con una monja?
Con esta pregunta ya pudo adivinar la que se le venía encima
porque conocía lo que sucedía en el Mas Claret y,
cruzando los brazos en el pecho, cortó en seco:
Matadme si queréis, pero no habléis de esas cosas.
Pero los malvados milicianos siguen con sus perversas intenciones. Se
guiñan el ojo y se disponen a actuar. Paran el coche y pasan a
la parte posterior donde estaba Fernando, «el Chico» se
quita rápidamente sus ropas y Juan Casterás y Juan del
Hostal sujetan y quitan violentamente las ropas a Fernando mientras
«el Chico» se lanza como los animales, sin ningún
pudor, sobre Fernando, que exhala un grito de angustia desesperada:
Juan, Juan, no me hagas eso.
Pero esos desalmados no atienden semejantes gritos ni muestran
sentimientos y se guían por sus bajos instintos. Fernando,
hombre robusto, resiste braceando con todas sus fuerzas y grita a
más no poder:
¡Matadme si queréis, matadme; ¡matadme, pero no
hagáis eso!
Su gran fuerza física y una fuerza sobrenatural han logrado que
esos desalmados desistieran de su propósito. Por el momento.
Reanudan el viaje hacia Cervera y enseguida le dicen:
Al llegar a Cervera te llevaremos a una casa de prostitución. Si
vas a una mujer a vista nuestra, no te matamos.
Bofarull dice, que, si esto no se lo dijeron diez veces, no se lo
dijeron ninguna y que siempre oyeron la misma respuesta del Hermano:
¡Matadme, si queréis, pero eso, no!
Oye, interviene Pepito con toda su ilustración y cinismo, si tu
padre y tu madre hubieran procedido como tú, has de pensar que
tú no estarías en el mundo.
Mi padre y mi madre estaban casados. Y yo ¡soy religioso!
Respondió Fernando con dignidad y sentido común.
Cervera
Por fin llegan a
Cervera y detienen el coche frente a la Fonda Buenavista. El Sr Carulla
marcha libre, corriendo, a su casa. Bofarull, acompañado
por «el Chico», va al Centro Republicano para el asunto de
las yeguas y al salir del coche recibió un golpecito en la
pierna de parte del Hermano como despedida. Los otros se detienen en el
bar El Día para celebrar a su modo la «pesca».
Después de trasegar el vino a Juan Casterás se le
soltó la lengua y los aspavientos y él dijo a la
dueña del bar:
Aquí te traemos este filete. Mira a ver si te cuadra.
La dueña no le comentó nada y se limitó a servir
el vino que pedían. Montan en el coche y llevan al Hermano a
lugar seguro, la cárcel, hasta que puedan dedicarse otra vez a
él.
Bofarull resolvió favorablemente la cuestión de las
yeguas gracias a la intervención de un amigo. Los milicianos,
ahora más numerosos, entre ellos Alma Gitana[2], se toman un
buen vermut con los dineros quitados al pobre H. Fernando, y
acompañan a Bofarull en auto a su casa. Pero a mitad de camino,
a eso de la una del mediodía, se detienen en una fonda de San
Guim donde comen opíparamente a costa del bolsillo de Bofarull.
Después de dejarle en su casa, los milicianos volvieron a
Cervera y fueron a la cárcel a por el Hermano.
Hala, ven con nosotros
y no tengas miedo. Ya ves que somos los mismos de antes...
Los mismos, no; ahora
falta aquel señor gordo...
Era alusión a Francisco Carulla. Los milicianos bromean y
disimulan sus intenciones.
Nosotros no somos
malos; ya lo verás... Por de pronto ven a comer con nosotros.
Le llevaron de
prostíbulo en prostíbulo. Allí emplearon todos los
medios posibles e imagínales para derrocar la fortaleza de
Fernando. Empezaron con frases soeces, siguieron actitudes
provocativas, incitaciones violentas, le desnudaron... Todo lo
contó Juan Casterás al día siguiente con su
diccionario expedito, pero aquí dulcificado:
¡Vaya pieza que
llevábamos!
Ya me cansaba de...
(lo que el lector se imagine)
Él pedía
fuerzas a Dios...
Nosotros lo
tirábamos a tierra, y él ¡nada! Más
frío que el hielo
Esta gente no sirve
para nada. Y nada pudimos conseguir...
A cada
provocación el Hermano respondía:
! ¡Virgen soy, y virgen moriré!
Las mismas mujeres se
quedaron sorprendidas de la saña con quela atormentaron al
Hermano y recobrando su dignidad, decían:
Si él no
quiere, dejadlo. No le atormentéis de esa manera.
Al percatarse que la
víctima era uno los misioneros expulsados de la ex universidad,
echaron de aquellos antros a los milicianos.
Tárrega
Visto el resultado de
Cervera, los depravados milicianos llevaron a Fernando a los
prostíbulos de Tárrega, distante 12 Km, en la carretera
Madrid-Barcelona. Y en «El Vermut» y en «La
Garza», casi frente per frente, pasaron varias horas.
Agonía pura para el Hermano. Primero le invitan a comer y beber
y les contesta con amargura:
Ahora me
queréis hacer comer, para fusilarme dentro de media hora.
Después comienzan las provocaciones a que fue sometido el
hermano, que están fuera del diccionario. Lo primero fue
desnudarle, obligarle a bailar y hasta revolcarlo por le suelo para
conseguir sus fines más abyectos. Tanto que la dueña de
uno de los tugurios decía: «Sí, lo trajeron
aquí y le hicieron barbaridades que no son para
contarlas». Tan macabra fue la escena que uno de los
espectadores, Juan Saureda, vigilante en la zona, quedó tan
impresionado que acabó perdiendo el juicio.
Fernando se santiguaba y hacía oración y respondía
a todas las embestidas repitiendo:
Matadme si queréis, pero no me forcéis a pecar.
¡Eso jamás!
La conducta del Hermano fue ejemplar en todo momento. «Siempre se
le vió modesto, sin levantar los ojos del suelo».
«Santigúabase frecuentemente, sin respetos humanos, rezaba
con fervor...», decían. Más aún, adviriteron
que Fernando, joven de 30 años, no sintió
commoción fisiológica alguna, ayuda de la gracia de Dios,
tal como lo resumía Juan al día siguiente en el bar de
costumbre de Cervera:
Y él, nada. ¡Más frío que un hielo!
¡Nada conseguimos de eñ! En cuanto al fraile...
¡pedía fuerza a Dios!, y se lo echaron en cara y con toda
malicia le dijo Juan Casterás:
Si no eres hombre, pues no eres capaz de hacer lo que todos hacen.
La reacción de
Fernando fue inmediata y contundente:
¿Que no soy hombre?... Soy un hombre como cualquiera y
haría, si quisiera, tanto o más que vosotros, pero ... no
me da la gana. Soy religioso y prefiero cumplir mi deber.
Y desahogó llorando.
Per Juan y sus cómplices no se dieron por vencidos y siguieron
inventando nuevos estimulantes y le sometieron a tratos cada vez
más inhumanos. El Hermano se mantenía firme:
No os canséis. Lo que yo profeso no me permite hacer esas cosas,
y no las haré. Matadme si queréis, pero no me
forcéis a pecar. No, eso jamás.
Hasta las mismas
mujeres tuvieron compasión de él, comenzaron a llorar y
acabaron por echar de sus tugurios a los depravados milicianos.
Entonces, Carmen, la principal, les dijo:
Ahora, aunque
él quisiera no nos prestaríamos. Y sacáis de
aquí a ese reverendo o nos marchamos nosotras.
Entonces Juan
Casterás, todo airado, sacó la pistola, la
encañona en el pecho de Carmen y le ordena tajante:
Carmencita, tienes que
ocuparte con este padre.
Que te lo has
creído, le contestó. Y se negó rotundamente.
Has lo que debes y se
te ordena, o te remato aquí mismo.
Carmen recobró
por un momento su dignidad de mujer y replicó:
No me da miedo tu pistola, y sábete que, aunque sea lo que soy,
todavía tengo sentimientos humanos.
Las otras adoptaron y
corearon esta actitud de Carmen:
¡Ya
estáis marchando de aquí, sinvergüenzas, canallas!
Juan quiso maquilla su
derrota con todo cinismo diciendo:
Quisimos se fuera al
cielo después de probar lo que hay de bueno en la tierra, y se
empeñó en no probarlo.
Fusilamiento
Son algo más de
las once de la noche y a golpes y empujones Fernando ha salido a la
calle y va hacia el coche con humildad, mientras sus torturadores no
hacen más que blasfemar como demonios. Ponen en marcha el coche
y toman la carretera de Agramunt hacia el centro de la ciudad para
empalmar con la calle que lleva al cementerio. Al paso a nivel han de
detenerse hasta que pase un tren con milicianos que van al frente de
Aragón. Aprovechan la ocasión para entrar en el bar El
Norte, frente al Hotel de la Estación, pero quedando dos de
guardia en el coche. En el bar, bastante concurrido, contaron los
hechos del día.
Una vez que
pasó el tren, emprendieron la marcha con los fusiles apuntados
hacia fueran. En la calle Arrabal del Carmen aminoran la marcha al
encontrar a la Sra. Ramona Areny, a quien su marido, Antonio Palou,
espera en la puerta de casa. Se detiene el coche y los asesinos le
sueltan al matrimonio:
No tengáis
miedo, que os venimos a dejar en Tarrega un buen recuerdo.
La Sra Ramona se
acercó al coche y vio al Hermano con la cabeza baja.
Siguieron el camino y
se toparon con los milicianos del control, y Juan fue escueto:
Somos del
Comité de Cervera y vamos al cementerio a fusilar a este fraile
de la universidad.
Y continuó con
la narración de los acontecimientos del día. Uno de ellos
propuso hacerle alguna amputación:
Ya que no has querido
ver ni hacer nada te sacaremos los ojos y te cortaremos lo que te sobra
en el cuerpo.
Hubieran consumado la
salvajada si no es por la intervención de uno de los del
control, quien echó en cara a los de Cervera que con su mal
proceder creaban problemas a los demás Comités. La
víctima pudo respirar.
Pronto llegaron al
cementerio iluminado por los focos del coche. Fernando está
dispuesto a morir y lo colocan en la pared cerca de la puerta. Pide
permiso para hablar:
Perdónalos,
Señor, que no saben lo que hacen.
Y repite varias veces:
¡Yo os perdono!
¡Yo os perdono!
Y ¿de
qué nos perdonas? Repuso burlón Juan. Y si aguardar
más gritó: ¡Apunten!
¡Viva Cristo
Rey! ¡Viva la Religión! Gritó con voz firme
Fernando.
Y salieron los
disparos de los fusiles al pecho, no a la cabeza. Juan se
reservó el derecho de dar el tiro de gracia, que lo dio como
atestiguan la Sra. Ramona y su marido Antonio Paolu que oyeron los
disparos. Los asesinos se marcharon si esperar más.
Por ello Fernando no
murió en el acto y en su agonía, mientras la sangre la
salía a borbotones, decía:
¡Madre! ¡Madre!
Jaime Clos, al oír los disparos, acudió al cementerio. Se
acercó a la víctima diciendo ¡Amigo! ¡Amigo!
Cuando llegó ya estaba muerto.
Era el 13 de agosto de 1936.
Fue enterrado en el cementerio de Tárrega.