BEATO FERNANDO
GONZALEZ AÑON
1936 d.C.
27 de agosto
Nació en la ciudad de Turís, provincia de Valencia,
diócesis de Valencia (España) en el seno de una familia
de labradores. Ya desde muy niño era muy piadoso mostrando su
vocación sacerdotal en sus juegos y hasta en las pláticas
que dirigía a sus vecinos y a los niños de la escuela.
Ingresó al Seminario Conciliar Central, donde se
distinguió por su piedad, aplicación y jovialidad, que le
merecieron la estima de superiores, compañeros y amigos; fue un
seminarista ejemplar. Recibió la tonsura, las órdenes
menores y el subdiaconado. Tras haber recibido el presbiterado,
celebró por vez primera la Misa en la Parroquia de su pueblo
natal el 6 de marzo de 1913.
Los primeros frutos de su ministerio pastoral los
recogió en el pueblo de Alcácer, donde fue coadjutor en
1913. En 1915 pasó a Santa Catalina de Alcira, también
como coadjutor. Ejerció después en Macastre, como cura
ecónomo, y más tarde, como Capellán de la
Hidroeléctrica, en Cortes de Pallás. Fue cura regente de
Anna en 1924 y coadjutor de San Juan de la Ribera en 1925. En todas
estas Parroquias se distinguió como apóstol de los
obreros, a quienes socorrió siempre en sus necesidades. El 24 de
junio de 1931 tomó posesión del curato de Turís.
Ya con los suyos, se multiplicó su actividad pastoral,
desviviéndose por el culto y la devoción al
Santísimo Sacramento. Fundó las Cuarenta Horas y
promovió la festividad de Cristo Rey y la fiesta de la Virgen de
los Dolores. Se dedicaba a la atención pastoral de los enfermos
y necesitados, sin olvidar la catequesis. Apóstol y
propagandista de la buena prensa. No hubo petición de pobres que
no atendiera, y su influencia ante personalidades estuvo cultivada con
miras a hacer el bien.
El Beato Fernando era consciente, en los días
previos a la revolución, de la situación que estaba por
afrontar: persecución religiosa y probable martirio. La
revolución en Turís comenzó con el incendio de las
iglesias, la quema de imágenes y objetos religiosos y el
encarcelamiento de los católicos. Al estallar la
revolución de 1936, el beato reaccionó como un sacerdote
católico auténtico. Mantuvo su ánimo sereno y se
confió en la Divina Providencia. Fue detenido el 27 de agosto de
1936 en la casa abadía. Al día siguiente fue asesinado no
sin antes perdonar a sus ejecutores y pronunciar ¡Viva Cristo
Rey!.