Don Félix, había nacido un 21 de febrero de 1895
y, al igual que Mons. Basulto, era natural de Adanero (Ávila). Sus
padre fueron Miguel y Saturnina, de condición humilde y muy buenos
cristianos; inculcaron en sus hijos las virtudes evangélicas mediante
una sencilla práctica religiosa y el ejemplo de vida: la Santa Misa,
el rezo del Santo Rosario, el cuidado y atención a los más
pobres y necesitados. La madre, que con toda el alma deseaba tener un hijo
sacerdote, no pudo gozar con el sacerdocio de Don Félix, pues murió
en octubre de 1913, cuando aquél marchaba a Roma para los estudios
eclesiásticos. El padre, Don Miguel, después de gozosos años
participando en la vivencia sacerdotal de su hijo, le cupo deplorar la dolorosa
muerte de éste; anciano y lleno de sufrimiento murió en enero
de 1937, cuando tenía ya 76 años, consolado de pensar que el
modo de martirio de su hijo le había llevado directamente al cielo.
Don Félix destacó, desde el principio, por su
inteligencia, humildad y fidelidad a la propia vocación, de modo que
ante la insinuación de un familiar en el sentido de que debía
dejar los estudios eclesiásticos para dedicarse a otros "más
rentables", contestó rotundamente "¡No seré sino sacerdote!".
En 1907 ingresa en el Seminario de Madrid, donde ya vivía la familia;
era piadoso, trabajador e inteligente desde pequeño, en los cuatro
años de Humanidades y tres de Filosofía consiguió las
máximas puntuaciones, pero no gustaba propagarlo. El resultado de
estos años, su firmeza de carácter y clara vocación
al sacerdocio, hizo que los superiores pensaran en promocionarle mandándole
a estudiar a Roma. En octubre de 1913 ingresa en el romano Colegio Español
y allí estudia hasta el 1918 en que es ordenado Sacerdote por el cardenal
español Rafael Ferry del Val el día 10 de marzo, cantando la
Primera Misa en la Capilla del colegio el día 12 del mismo mes. En
los estudios consigue el doctorado en Teología y Derecho Canónico.
Terminado el curso, vuelve a España en julio de 1918,
y en su diócesis de Madrid le encomiendan la capellanía de
la Religiosas Franciscanas Concepcionistas, después y por sólo
cinco meses será Párroco en Cobeña (Madrid) y a pesar
del poco tiempo ya dejó señales de su celo pastoral: fundó
las Hijas de María, se dedicó a la vida de la comunidad cristiana
y atrajo a muchos a la iglesia.
Como sabemos en 1920 el obispo de Lugo es nombrado para Jaén
y en junio del mismo año llega a su diócesis. Mons. Basulto
le propone venga con él a Jaén, Don Félix acepta y,
desde ese momento se entregará a su obispo y a la iglesia de Jaén.
Pone pié en tierras jiennenses el 27 de junio de 1920, viajando en
el ferrocarril que atraviesa Despeñaperros, pasa por Vilches, Linares-Baeza,
Espeluy, Mengibar, Las Infanta y Jaén; después hará
este recorrido muchas veces y por última vez, también junto
a su obispo, cuando llegue al destino final: dar la vida por Cristo en 1936,
pero aún le quedan muchos años. El día 29, Fiesta de
San Pedro y San Pablo, aparecerá oficialmente como Secretario Particular
del Obispo, "Paje" se decía, en la Solemne Celebración Eucarística,
que el Prelado oficiará en la S. I. Catedral de Jaén, así
como al día siguiente en la de Baeza. Todos miran al joven sacerdote,
quien se va ganando poco a poco la confianza de los sacerdotes y de los fieles,
en especial de los grupos más significados en el apostolado seglar.
Don Félix era un sacerdote en el que se podían
cifrar grandes esperanzas en la perspectiva de una prometedora carrera eclesiástica
y un fecundo apostolado. En 1921 gana por oposición un beneficio en
la Catedral, del que toma posesión el 17 de noviembre, después
de las horas canónicas de la mañana. Al año siguiente,
el 7 de agosto, consigue por oposición y con resultados excelentes,
una canonjía, de la que tomará posesión en el maravilloso
coro catedralicio y en la renacentista Sala Capitular, obra de Andrés
de Vandelvira, asumiendo las responsabilidades que imponían los estatutos
y las funciones propias de canónigo: participación en los actos
litúrgicos, rezo de las horas y sesiones capitulares; se le asignará
la residencia en Baeza, pero dados los cargos que asume en servicio del Sr.
Obispo y de la diócesis, es dispensado para vivir en Jaén.
Don Félix se integró bien en el clero diocesano
e iba siendo reconocido como miembro destacado del mismo, le apreciaban y
confiaban en él, sabían era la mano derecha del Obispo y que
en todo procuraba el bien del clero y de esta iglesia local. Fue profesor
del Seminario, donde ejerció la labor docente con todo empeño;
demostró su buen hacer pedagógico en la preparación
de las clases, la puntualidad en impartirlas, y la cercanía a su alumnado;
los seminaristas le admiraban y tenían gran confianza en él;
más de una vez eran invitados por el canónigo, al menos los
de Jaén, a merendar a la propia casa y tener una sustanciosa tertulia.
Don Félix va adentrándose, poco a poco, en la vida de la diócesis,
conoce al clero, el carácter castellano en nada le impidió
amar y servir a esta diócesis andaluza En 1930 es nombrado Canciller
Secretario del Obispado, en 1933 Vicario General y el 18 de enero de 1935
recibió del Papa Pío XI el nombramiento de Deán de la
Santa Iglesia Catedral, del que toma posesión el 11 de febrero del
mismo año. Por largo tiempo fue Consiliario Diocesano de la Adoración
Nocturna y, como consta en los boletines y crónicas, asistía
fielmente a todos los Consejos y Vigilias. Adoradores de aquel tiempo afirman
que cuando muchos dudaban en salir de sus casas para la adoración
en la Vigilia correspondiente él siempre respondía a la pregunta
"si vas a ir" "yo sí iré" y ciertamente don Félix llegaba
puntual y piadoso como siempre.
La Iglesia, como no puede ser de otra forma, se desenvuelve
en el tiempo y en el espacio, en el amplio mar de la sociedad en el que ha
de valérselas para dejar la estela de Cristo, anunciar su Reino y
llevar a los hombres y mujeres al encuentro con Él. Este mar que surca
la Iglesia a lo largo de la historia de la humanidad es mucho más
grande que el lago de Tiberíades o Mar de Galilea, y, si allí
la barca ocupada por Cristo y los apóstoles a veces se veía
zozobrar a causa de la olas, no menos va a suceder en este amplio mundo al
que nos envió Cristo: "Id al mundo entero y anunciad el Evangelio
a todas la gentes". El mismo Jesús nos lo anunció, "si a mí
me han perseguido también lo harán con vosotros; no es más
el discípulo que su maestro...".
La Iglesia en España, implantada en todos los rincones
de la misma, formando parte de la cultura de los pueblos hasta el más
recóndito lugar, más aún, promotora de cultura, ciencia
y vida, creadora y gestora de las instituciones educativas y hospitalarias,
no siempre había sido acogida como podría suponerse; más
bien, por parte de muchos fue querida y seguida ciegamente y otras ocasiones,
por parte de muchos también, fue perseguida y apaleada con saña.
A don Félix le tocó vivir los tiempos difíciles
de la República e inicio de la guerra civil. Vivía en el obispado
y junto al Obispo; tanto el lugar como las personas rápidamente se
hicieron el punto de mira del más antirreligioso sectarismo. Don Félix,
aún teniendo la oportunidad, no se separó del Obispo y por
el contrario le asistió hasta el último momento. Antes de hacerlos
prisioneros, sufrieron registros en el Obispado, en los que la documentación
de siglos, muchas obras valiosas y algunos recibos de fondos depositados
en entidades bancarias fueron maltratados, secuestrados, robados o destruidos.
Don Félix tuvo que sufrir todos estos envites, que aunque
iban dirigidos especialmente al obispo, él siempre estaba allí
con serenidad y firmeza, dando ánimo a las personas que sufrían;
él daba la respuesta y garantía más oportuna y también,
sea dicho, estaba preparado para recibir el castigo más directamente.
El trato que recibía el obispo y su familia, la propia familia de
don Félix, su padre anciano, suponía para él una fuente
se sufrimientos, pero a ello se añadía las noticias que negaban
de todos los pueblos de la diócesis y hasta de las iglesias contiguas
de la ciudad. Este fue el caso del Convento de la Merced, donde los padres
del Corazón de María, Claretianos, sufrieron un asalto, persiguiéndolos
a tiros y pereciendo cuatro de ellos, otros fueron gravemente heridos y otros,
maniatados, llevados a prisión; pues bien, don Félix conocedor
de ello, fue hasta el Convento, recogió el Copón con las Formas
Consagradas y las llevó a la Capilla del obispado; entre milicianos
fuertemente armados hizo el recorrido con el más precioso tesoro que
tenemos los católicos: el Santísimo Sacramento..
Llegó el levantamiento del 18 de Julio y la guerra civil.
Desde el día 20, Don Félix se comunicó con la vivienda
del Sr. Obispo y no se separó de él. Fueron días de
zozobra e inquietud, las noticias que llegaban de un sitio y de otro eran
confusas, pero sobre todo las de la provincia no podían ser más
tristes: bastaba ser sacerdote o personas cualificadas como cristianas para
ser hechos prisioneros sin otra causa que lo justificara; en muchos casos
eran maltratados y martirizados; la mayoría de los Templos, Capillas
y lugares sagrados, desde los primeros días, fueron requisados y dedicados
a garajes, plazas de abastos o almacenes; otros saqueados e incendiados...
El Vicario de la diócesis y Deán de la Catedral, siempre junto
al Sr. Obispo, afrontaba la situación con la mansedumbre que le caracterizaba
en oración y estudio, en conversaciones íntimas y familiares,
siempre confiando en la misericordia de Dios.
Al obispo le obligaron a dejar sus aposentos y bajar a la portería;
se le ofreció alguna posibilidad de escapar, pero ya sabemos, él
es buen pastor que no debe abandonar a sus ovejas... don Félix, por
convicción propia, sigue el ejemplo, siempre junto al pastor, también
él como pastor bueno. Quedaron, prácticamente recluidos en
el Obispado y en tal encierro tuvieron conocimiento del asalto a la Merced
y el asesinato de algunos religiosos, el maltrato y reclusión de otros
le produjo un gran dolor; desde la residencia episcopal podían ver
la Catedral, las continuas entradas y salidas de milicianos, llegadas de
armamentos y vituallas... y este padecimiento no les venía sólo
por la mala utilización del más emblemático monumento
de la Ciudad, sino porque la "Sede", la "Cátedra" episcopal, lugar
sagrado de alta significación eclesial, estaba siendo profanada al
convertirla en lugar de prisión y de tortura; posiblemente les llegó
noticias de la diócesis, y cada una iba empeorando el horizonte.
El 2 de Agosto de 1936, hicieron salir a don Félix de
su domicilio a las 6 de la tarde, fuertemente custodiado, y lo llevaron a
la Catedral, donde le interrogarían sobre el templo, sobre las llaves
y posiblemente sobre la prisión que se llevaría a cabo; volvió
a su domicilio y a penas pudo hablar con su hermana, sólo preguntó
por su padre. Cuando había atardecido se presentaron en palacio un
numeroso grupo de hombres armados de todas maneras; pistolas, escopetas,
palos, herramientas de trabajo; gritaban y gritaban; querían matar
al obispo; don Félix avisó al prelado y los dos salieron al
encuentro de aquellos forajidos; entraron en conversación los más
equilibrados y responsables, quienes les indicaron tenían que acompañarles
a la Catedral; a renglón seguido fueron hechos prisioneros: el obispo
y sus familiares, hermana doña Teresa y cuñado don Mariano;
a don Félix le dijeron que podía quedarse, que la cosa no iba
con él, pero respondió firmemente que iría junto a su
Obispo y no lo dejaría solo. Desde este momento siguió los
mismos pasos hasta la muerte. Fueron llevados a la Catedral, como ya se ha
dicho, e instalados a la entrada, en la Sala de fabricanía. Allí
vivió momentos de tensión, alguna vez podría comunicar
con otros sacerdotes y fieles por lo que bien sabía lo que estaba
sucediendo. Don Félix tuvo muy claro que Dios le había elegido
para el martirio, no se resistió a tan honrosa llamada, sino que se
preparó para dar un paso tan comprometido. Conocemos también
la disposición y los preparativos para el traslado de presos desde
la Catedral a la Prisión de Alcalá de Henares; don Félix
sobrellevaba los comentarios que escuchaba sobre el tren salido el día
anterior desde la Prisión Provincial y lo que se sospechaba querían
hacer con este; en todo momento trató de dar paz al Sr. Obispo, hermana
y cuñado, asistiéndoles en todo momento.
Fue en la noche del 11 de agosto cuando se inició el
reclutamiento de los presos en la Catedral, aunque la salida de la estación
ya fuera en la madrugada del día 12. Don Félix marcha junto
con el Obispo para ser llevados hasta la estación de donde partirá
el segundo y famoso "tren de la muerte". Antes de salir a la puerta le invitan
a quedarse atrás, porque volvieron a decirle que "aquello no iba con
él"; la respuesta es contundente: "Lo que sea del Señor Obispo
que sea de mí". Afirman que todavía antes de salir de la Catedral
se confesaron, recibiendo la dulce misericordia del Señor por el Sacramento
de la Penitencia. "Les vi salir, era la una de la madrugada, cuando por la
puerta del Sagrario salían "mis cuatro"; les vi entrar en un coche
particular; delante iba un camión lleno de presos, detrás un
coche con los míos, y detrás de este un camión de milicianos"
es la hermana de don Félix la que habla. Me dijeron, después,
"que al llegar a Espeluy gritaban las turbas; ¡que viene el obispo
de Jaén atadle a la cola del tren! Y en todas las estaciones iban
cambiándoles de vagón para despistar..., porque como fieras
salían con garfios de hierro buscando al Obispo, y aquel hermano mío
seguía la suerte del Señor Obispo". Ya se ha descrito aquella
calle del Calvario en que se convirtió el ferrocarril Jaén-Madrid.
Los carteles que identificaban los vagones, las noticias que corrían
más velozmente que el mismo tren; tal vez el aviso de estación
a estación sobre la mercancía que llevaban, hacía que
las masas se concentraran en los andenes y al paso o en las paradas del convoy
desahogaran todo su odio... y se dirigían específicamente contra
el Obispo, pero don Félix lo sufriría más que si contra
él hubiera sido...preveía el martirio y se disponía
a él y lo recibió como una gracia del Espíritu... pero
permanecía en su corazón el recuerdo de su padre anciano y
de su hermana, ambos desvalidos en medio de un escenario hostil.
Al llegar a la estación de Villaverde, entre Villaverde
y Vallecas, "los guardias no pudieron contener a las gentes que como fieras
se abalanzaron al tren". Frenazos del tren, desvío, marcha atrás
y adelante; retirada de la guardia civil, órdenes contradictorias
y, más o menos, la orden final "entréguelos a su voluntad".
Así lo relata doña Gabriela Pérez Portela, hermana de
don Félix. En la descripción de los hechos dice la piadosa
señora: "Me dijeron que al Sr. Obispo lo mataron al bajar del tren;
que se puso de rodillas con los brazos en cruz, y que mi hermano pidió
que lo mataran el último y se lo concedieron, que les animó
a dar la vida por Cristo, les echó la absolución y dando un
viva a Cristo Rey, le dieron muerte. Esto dijeron los que lo habían
visto, dos de los presos que quedaron escondidos debajo del tren, y no mataron
más, porque se cansaban de matar, según declaración
de los mismos asesinos". Las circunstancias del martirio de don Félix
fueron idénticas a las que padeció el Sr. Obispo, por ello
contemplarán juntos la gloria del Altísimo.
Los restos de don Félix fueron llevados al cementerio
de Puente de Vallecas y allí inhumados en las zanjas abiertas al efecto,
junto con todos los demás asesinados. Aquellos cuerpos exánimes,
algunos aún con el calor de la sangre, fueron llevados en camiones
sin el más mínimo respeto, ni signo alguno de piedad, tirados
en los cajones como mercancía sin importancia. Finalizada la contienda,
todos los restos fueron exhumados y trasladados a Jaén en tren fúnebre
y por la misma vía por la que habían ido al martirio. Los restos
del Sr. Obispo quedaron al pie del Altar Mayor en la Cripta del Sagrario
de la Catedral, los demás en el pasillo central de la misma.
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(Parroquia San Martín de Porres)