BEATO ELÍAS DEL
SOCORRO NIEVES DEL CASTILLO
10 de marzo
1928 d.C.
Nació en la isla de San Pedro, Yuriria (Guanajuato,
Méjico), en el seno de una modesta familia de agricultores. De
niño ya manifestó el deseo de ser sacerdote, pero a los
doce años su padre era asesinado y tuvo que dejar los estudios
para obtener algún dinero con el que contribuir al
sustentamiento de la familia.
En 1904, no obstante
su escasa preparación y a su edad adulta, consiguió ser
admitido en el seminario agustiniano de Yuriria. Las dificultades por
causa de los estudios iniciados, por quien a los veintiún
años abandonaba las faenas del campo, fueron superadas con
tesón y esfuerzo. En las provenientes de la carencia de recursos
económicos y de su débil constitución
física, nunca faltó quien le echara una mano. En
reconocimiento a la ayuda de lo alto y movido de su filial
devoción a María, al profesar en 1911 cambió el
nombre de Mateo Elías por el de Elías del Socorro.
Ordenado sacerdote en
1916, ejerce su ministerio en diversas localidades del Bajío,
hasta que en 1921 es nombrado vicario parroquial de La Cañada de
Caracheo (Gto.), un poblado muy pobre en las estribaciones del
"Culiacán". En este centro, de escasos recursos
económicos, desprovisto de servicios sanitarios y de escuela
pública, no se limitó a la asistencia espiritual de su
grey. Habiendo conocido el trabajo manual y la indigencia, no le
pesaron ni las privaciones ni la pobreza, que compartió con
ánimo generoso, jovial disponibilidad y confianza en la
Providencia, infundiendo en ellos consuelo y esperanza cristiana,
compartiendo sus anhelos y sufrimientos.
Después de
ejercer el ministerio sacerdotal en Yuriria, Aguascalientes,
Maravatío y Pinícuaro, donde dejó buenos
recuerdos, fue asignado a la comunidad de la Cañada de Caracheo.
Fue muy amigo de los pobres, a los que socorría en sus
necesidades.
Fue precisamente
durante estos años cuando nace el movimiento de los "cristeros",
que fue alcanzando formas de duro anticlericalismo. No había un
poder central en la práctica, ni seguridad, ni esperanza en
apelar a la justicia. Cualquiera podía hacerse con un arma y
convertirse en "la ley"‚ Odio, rivalidad, lucha... y miedo en todos de
que un día u otro un grupo de aquella gente pudiera llegar a
cualquier pequeño rincón. A finales de 1926 se
llegó a la efectiva persecución de la Iglesia, pues el
gobierno había publicado una drástica disposición
de impedir cualquier actividad religiosa que no estuviese controlada
por la autoridad civil. Si bien las cosas seguían con
normalidad, cabía la posibilidad de que cualquiera se amparase
en ello para atentar contra la religión. Todos sabían el
riesgo. El padre Nieves, que se mantuvo al margen de esta
revolución armada, a pesar de su carácter tímido,
se estableció por prudencia pero sin miedo en una cueva de un
cerro cercano, asegurando así a sus fieles la asistencia
religiosa, pues ellos no entendían la medida gubernativa. El 7
de marzo, un destacamento llega buscando unos ladrones; siendo ya
tarde, deciden pernoctar en la iglesia parroquial, cosa que
rebeló a la gente. Los soldados pidieron refuerzos... Esta
clandestinidad, llevada adelante durante catorce meses, finaliza la
mañana del 9 de marzo, cuando se tropezó con un
destacamento de soldados, a los que llamó la atención que
bajo el vestido blanco de campesino se entreviera el oscuro que
empleaba en su ministerio pastoral nocturno. Interrogado,
declaró su condición de sacerdote, siendo arrestado
inmediatamente junto con un par de rancheros, los hermanos Sierra, que
se ofrecieron a acompañarlo. Al amanecer del 10 de marzo de
1928, militares y prisioneros se pusieron en camino en dirección
al pequeño centro urbano de Cortazar. En el primer alto, el
capitán al frente del destacamento dio la orden de pasar por las
armas a los dos hermanos, testigos incómodos, quienes
después de confesarse murieron vitoreando a Cristo Rey. Ya
próximos al poblado, el capitán se dirige al Padre
diciéndole: "Ahora le toca a Vd. Vamos a ver si morir es como
decir misa". El Padre le respondió: "Es lo justo. Morir por la
fe es un sacrificio agradable a Dios". El P. Nieves pidió unos
momentos para recogerse y prepararse al gran paso, que para él
era como el ofertorio de una misa con Jesús. él mismo
rompió la tensión del momento, diciendo: "Estoy listo".
Mientras preparaban los fusiles, comenzó a recitar el credo y
dijo con decisión: "Os quiero bendecir en señal de
perdón". Pero el capitán gritó: "Yo no quiero
bendiciones. Me basta el fusil". Y mientras el Padre tenía
todavía la mano alzada para bendecir, le dispararon al
corazón. Aún tuvo tiempo para gritar con claridad:
"¡Viva Cristo Rey!".
Enseguida la gente comenzó a venerarlo como a un santo
mártir. La tierra manchada con su sangre ha sido conservada como
reliquia; el lugar del fusilamiento fue de inmediato su santuario. Su
sacrificio ha sido una ofrenda por la pacificación del pueblo.
Sus restos descansan en la iglesia parroquial de La
Cañada. Fue beatificado por SS Juan Pablo II el 12 de
octubre de 1997.