Nació
en Lauria, diócesis de Anglona-Tursi (Potenza, Italia); sus
modestos padres lo educaron cristianamente. A los catorce años
aceptó la llamada del Señor y comenzó su
formación cultural y espiritual, primero en su parroquia natal y
luego en el seminario de Policastro.
En 1794 fue
ordenado sacerdote en la catedral de Marsico Nuovo (Potenza). Inflamado
por el Espíritu Santo, es descrito por contemporáneos
como «un ángel en el altar», incluso por sus
frecuentes éxtasis. Domingo se dedica con todas sus fuerzas a la
confesión, evangelización, predicación y
catequesis, no sólo en Lauria, sino en los pueblos de los
alrededores. Las predicaciones cuaresmales, misiones, homilías,
tocan el corazón de todos, infundiendo la fe en sus auditorios.
Toda su vida
discurrió en su pueblo natal, dedicado a la caridad y a la
atención de los jóvenes; a la devoción a la
pasión de Cristo, a la Escritura y a la Virgen de los Dolores
siendo siempre obediente a su Obispo y rechazando cualquier cargo
honorífico. Predicó siempre sin utilizar los barroquismos
propios de la época sino que utilizaba un lenguaje sencillo. Se
dedicó con modestia y humildad a los más pobres.
Abrió una escuela para educación de jóvenes.
Hombre de
profunda cultura, que se pone a disposición de todos.
Enseña gratuitamente letras y ciencia, mientras observa una
estrictísima pobreza voluntaria. Viendo a Cristo en los
necesitados, dona cuanto modestamente posee: vestimentas, panes y el
poco dinero. Vive en continua y áspera penitencia: comida
frugal, mortificación corporal, vestimenta sencilla, cilicios y
flagelaciones, poquísimo sueño y el suelo por
colchón. Con éstas y otras obras penitenciales, se ofrece
a Dios Padre en expiación por nuestros pecados. El Señor
lo dota con variados carismas: de profecía, de
escudriñamiento de corazones, de milagros. El 25 de febrero de
1828, después de una agonía vivida en completo abandono
místico, el siervo bueno y fiel es llamado a tomar parte en la
alegría de su Señor.
La
glorificación de Domingo Lentini comienza inmediatamente, con
sus funerales, celebrados en Lauria por siete días consecutivos,
y con gran participación de pueblo. Su cuerpo permanece todo el
tiempo flexible y cálido, y exhala un suave perfume. Curaciones
prodigiosas y numerosas conversiones ocurridas frente a su tumba
consolidan y acrecientan la fama de santidad. Es finalmente beatificado
por SS Juan Pablo II en Roma, el 12 de octubre de 1997.