BEATA CRISTINA
CICCARELLI
18 de enero
1543 d.C.
Mattia
Ciccarelli nació en Colle di Lucoli, provincia de L'Aquila
(Italia). Fue la última de seis hermanos. Ya desde la más
temprana edad se distinguió por las virtudes de la obediencia,
la humildad y la modestia. Su amor por la oración la llevaba a
retirarse en el rincón más escondido de la casa y
postrarse devotamente ante una imagen de la Virgen de la Piedad. A las
oraciones unió constantemente mortificaciones y rigurosos
ayunos, flagelando su cuerpo para borrar de él todo signo de
belleza e impedir así ser admirada. A los once años
conoció al franciscano beato Vicente de L'Aquila, que
sería su director espiritual y al que confió su
íntimo deseo de consagrarse por completo a Dios abrazando la
vida religiosa. En junio de 1505 entró en el monasterio de Santa
Lucía de las Agustinas observantes en L'Aquila, donde
tomó el velo y cambió su nombre por el de Cristina.
La gran piedad, la
sumisión más completa y la absoluta humildad de que dio
cotidianamente claras pruebas, le alcanzaron en breve la
veneración de todas las hermanas de hábito que no
tardaron en elegirla abadesa, cargo para el que, muy a pesar suyo, fue
reelegida repetidas veces. Su vida fue vivir la pobreza en su
totalidad; se cuenta que solamente tenía mucho cariño a
un objeto personal y devoto, y era una imagen de San Marcos, cuando se
dio cuenta que aquello podía ser un apego lo separó de
sí. Un día un pintor regaló a nuestra santa un
cuadro idéntico, sin saber de su renuncia.
Conocida por su
santidad, por sus visiones y los milagros realizados, Cristina fue
visitada continuamente por una gran muchedumbre de personas, desde las
más modestas a las más distinguidas. Entre los diversos
éxtasis con que Dios quiso favorecerla, dos resultan
verdaderamente admirables: el tenido en una solemnidad de la fiesta del
Corpus, cuando se la encontró levantada sobre tierra más
de cinco palmos, mientras sobre su pecho resplandecía la hostia
santa dentro de un ostensorio de oro (expresión con la que suele
representarse a la beata), y el acaecido en un viernes y sábado
santos, en los que, según su propia confesión,
llegó a sentir en su carne gran parte de los dolores de la
Pasión del Señor.
Todo en ella fue silencio y modestia. De salud precaria y afligida por
distintas enfermedades, Cristina murió. Suprimido el monasterio
de agustinas de Santa Lucía el 12 de octubre de 1908, los restos
mortales de la beata fueron trasladados al monasterio de San
Amico. El culto que se le tributaba desde tiempo inmemorial, fue
confirmado en 1841 por Gregorio XVI.