BEATO COLUMBANUS PAUL OZA MOTINOT
2 de enero
1937 d.C.



   Henri Oza Motinot nació en Lyon, (Francia) en 1877. En 1893 ingresó en el noviciado marista de Saint-PauI-Trois-Chateaux, en el que vistió el hábito marista cambiando su nombre de pila por el de Hermano Colombanus-PauI. El 19 de septiembre de 1901 se consagró de por vida a Dios con la profesión perpetua en el Instituto marista.

   Terminado ya el noviciado, obtuvo en Aviñón, en 1894, el “brevet obligatoire”, titulo necesario para poder ejercer la enseñanza en Francia. Después, fue enviado de cocinero a Salon-de-Provence, en el departamento de Bocas del Ródano, volviendo a Saint-Paul como empleado en 1895. Desde septiembre de 1895, fue profesor adjunto en diversas escuelas maristas de Francia.

   En enero de 1904, ya se encontraba en el colegio marista de Pamplona, adonde llegó al ser expulsado de su país. A partir de junio de 1904, pasó por bastantes colegios maristas de España, en los que actuó como profesor ayudante. Estaba bien dotado intelectualmente, dominaba el francés, el español y el inglés, poseía talento musical, y tenía un gran bagaje cultural, pero era una empresa ardua para él mantener la disciplina -incluso en las clases más elementales-, porque era tímido y bueno, lo que le hacía ser débil y permisivo. Ni siquiera los continuos cambios de escuela -tanto en Francia como en España-, consiguieron remediar este problema. Pero, en agosto de 1926, pareció encontrar la deseada quietud en la escuela marista de Carrejo (Cantabria), en la comunidad formada por tres hermanos. Él tenía 49 años y estaba cargado de experiencia y de vida; era el cocinero y el encargado de los párvulos, como cuando era un hermano inexperto, al principio de su vida marista. Desempeñó ambos empleos con gran espíritu de servicio, con amabilidad y con una perfecta docilidad a las directrices del superior. Al mismo tiempo, impartía lecciones particulares de francés y era el organista de la parroquia.

  Las dificultades que encontró en el ejercicio de su profesión no influyeron lo más mínimo en su vida interior. Al contrario, fueron un estimulo para relacionarse más intimamente con Dios y para consolidar su espíritu marista en la humildad, la sencillez y la modestia. 

  Cuando estalló el movimiento revolucionario, él podría haberse salvado inscribiéndose en el consulado francés y, haciendo valer su nacionalidad, volver a su patria. Pero el amor por sus hermanos españoles lo empujó a correr su misma suerte.

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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)