VENERABLE COINTA JAUREGUI OSÉS
1954 d.C.
17 de enero
Cointa nace el 8 de
febrero de 1875 en el pequeño pueblo de Falces (Navarra). Sus
primeras educadoras fueron su abuela, su madre y las Hijas de la
Caridad, que dirigían la única escuela existente en el
pueblo. Allí aprendió a leer y escribir, además de
la formación cristiana.
Para completar su educación, cumplidos los 14
años, sus padres la llevaron interna al Colegio de la
Enseñanza de Tudela. Aunque al principio notó el cambio,
ya que pasó de corretear libre por las calles de Falces a estar
en el internado, pronto se sintió bien y le tomó gusto a
las clases, al estudio, a la formación espiritual, a las
religiosas y a sus compañeras. En este ambiente se forjó
su vocación religiosa.
Pasados tres años, sus padres la retiraron del
internado y regresó al pueblo. Cuando les comunicó su
intención de hacerse religiosa, éstos quisieron poner a
prueba su propósito y le prohibieron hablar de ello. Dos
años después le dieron permiso para ingresar en la
Compañía de María y en 1893 entró en el
Noviciado de Tudela, donde hizo los primeros votos y vivió sus
primeros años como educadora hasta que, en 1899, fue destinada a
la fundación del Colegio de Talavera de la Reina (Toledo).
En Talavera, fue prefecta del colegio y procuradora de la
comunidad. En estos años, tanto las religiosas como las alumnas,
pudieron comprobar sus cualidades y virtudes. Sobresalía su
humildad y prudencia, su generosidad y buen trato a las personas, su
disponibilidad y oración, su fortaleza y su búsqueda de
la verdad y del mayor bien. Pedía a Dios vivir en el día
a día: “las delicadezas de la caridad”.
La Comunidad la eligió como superiora en 1915.
Pronto obtuvo la confianza y el amor de las religiosas y continuaron
eligiéndola durante varios trienios. Cuando en 1900 tuvo
lugar la Beatificación de Juana de Lestonnac, el Papa
León XIII, en la audiencia que concedió a las religiosas,
les manifestó el deseo de que se realizara la Unión de
todas las Casas de la Orden, hasta entonces autónomas, bajo un
gobierno centralizado. Este era el deseo de la Fundadora, y así
lo había diseñado en el primer Documento entregado al
Cardenal de Sourdis para la aprobación del Instituto, pero no
fue aceptado.
Esta Unión se hizo realidad en el año 1921,
no sin sufrimiento provocado por fidelidades contrapuestas: unas al
primer proyecto y otras a la tradición de la Orden. La Comunidad
de Talavera fue del grupo de Casas que se resistió a esta
unión. Sin embargo, Coínta Jáuregui, con el paso
del tiempo y empujada por las circunstancias históricas en las
que se encontró poco a poco se fue dando cuenta de las ventajas
que ofrecía el gobierno centralizado.
A partir de 1933, se empezaron a vivir momentos de
inseguridad política que llegaron al máximo al estallar
la guerra civil. El 24 de julio de 1936 las religiosas tuvieron que
abandonar el convento. M. Coínta procuró buscarles
alojamiento en familias de las alumnas y de las religiosas que se
prestaron generosamente a acogerlas. Pronto Talavera fue recuperada por
las tropas nacionales pero el colegio fue convertido en hospital. Las
religiosas no podían volver a habitarlo. Mientras tanto,
Coínta se preocupó de mantenerlas unidas y dedicadas a la
educación, primero en un casa y después en un
pequeño hotel.
Una de las religiosas que había ido a Badajoz a
refugiarse con su familia, recibió la petición de que se
fundara un Colegio para las niñas. Coínta se
trasladó a Badajoz y vio que era factible la fundación,
aunque fuera provisionalmente y permaneció allí durante
un tiempo. Por fin, en 1940, pudo reunir de nuevo a la comunidad en
Talavera y abrir de nuevo el colegio.
Los duros acontecimientos de la guerra civil
española y su incidencia en la vida y misión del
monasterio de Talavera de la Reina, le hicieron entender mejor los
desafíos del momento histórico que se vivía y le
ayudaron a discernir el querer de Dios. Comprendió las bondades
de la unión a la que ella se resistía y que la fidelidad
al Carisma va más allá de las formas en que se encarna en
un momento dado; la riqueza de esos dones que Dios da a la Iglesia, a
través de los fundadores y fundadoras, encierra virtualidades
siempre nuevas para cada momento de la historia.
Coínta comenzó un diálogo con cada
religiosa y posteriormente con la comunidad, planteando la conveniencia
de adherirse a la Unión. Fue un tiempo intenso de
oración, reflexión y discernimiento. El resultado de la
votación de la comunidad fue la no adhesión. M.
Coínta aceptó el resultado. Coherente con sus ideas,
solicitó un permiso a la Santa Sede y pidió a la M.
General la admisión en la Unión. En junio de 1941 fue
destinada a la Comunidad de San Sebastián, que la recibió
con gozo por la fama de santidad y el prestigio que tenía. A sus
66 años se adaptó rápidamente a la nueva
situación.
Desde el primer momento estuvo al servicio de las
necesidades de la comunidad y vivía la cotidianidad desde el
amor y la entrega en humildad: atendía a la portería,
ayudaba a la profesora de párvulos, preparaba a las niñas
para la primera comunión, vigilaba estudios… Siempre disponible
para lo que hiciera falta.
Murió el 17 de enero de 1954. Inmediatamente la
Comunidad de San Sebastián empezó a recibir gran cantidad
de escritos y cartas sobre la santidad de su vida, que también
había sido reconocida “siempre y en todo buena” mientras
vivía.
En 1961 se inició el proceso de
Beatificación, que actualmente sigue adelante con la
aprobación de los Consultores teólogos de la
Congregación de las Causas de los Santos. Sus restos fueron
trasladados a la Casa de Tudela el 7 de abril de 2010.
Son muchas las personas que, desde los cuatro continentes,
confían en su intercesión y agradecen los favores
recibidos. Creemos poder afirmar que la vida de la M. Coínta es
transparencia del Dios Amor. Su relación con las personas, su
libertad interior para dejarse transformar por las experiencias en las
que veía la presencia y acción amorosa del Señor y
su valentía para ser coherente con lo que descubría como
voluntad suya, marcan su camino de santidad. En la fuerza del amor y de
la verdad, encontró el secreto para construir la historia y el
fundamento de una educación humanista cristiana, tan necesaria
en nuestro mundo.
Las palabras de S.S. Benedicto XVI son también para
nosotras una confirmación del significado de la vida de la M.
Coínta en el hoy de nuestro tiempo. En la Carta sobre “la
Caridad en la Verdad”, el Papa afirma: “La fuerza más poderosa
al servicio del desarrollo es un humanismo cristiano, que vivifique la
caridad y que se deje guiar por la verdad, acogiendo una y otra como un
don permanente de Dios”.
Agradecemos al Señor la vida que M. Coínta
recorrió en la Compañía de María, en
fidelidad al Carisma de Santa Juana de Lestonnac: esa manera especial
de ser extraordinaria en lo ordinario, de vivir las delicadezas de la
caridad y de dejar a Dios ser Dios, como lo hizo María Nuestra
Señora . Damos las gracias a todas las personas que creen en la
validez de este camino de santidad y que continúan colaborando
para que su vida sea una luz en nuestro mundo, necesitado de amor,
verdad y humanidad .