BEATO CLAUDIO LÒPEZ MARTÌNEZ
1936 d.C.
28 de julio
28 Julio 1936 – Fernán Caballero (Ciudad Real).
En la estación de ferrocarril de Fernancaballero, a eso
de las 5:00 de la tarde, en viaje hacia Madrid, cayeron a tierra 14 jóvenes
claretianos. Las frías balas de fusil non consiguieron apagar el fuego
de aquellos corazones. Todavía se oye el eco de su voz: ¡Viva
Cristo Rey! ¡Os perdonamos de corazón!. Sus restos, hoy en la
Cripta del Santuario del Corazón de María en Madrid, reposarán
próximamente en la Parroquia de San Antonio Mª Claret, en Sevilla
y en la Iglesia de Jesús Nazareno, en Medellín (Colombia)..
Su luz alumbra senderos de esperanza.
Morir mártir, ¿para qué sirve? Entregar
la vida por fidelidad a los valores del Evangelio no cotiza en nuestra sociedad,
es ir contracorriente. Son muy elocuentes a este respecto unas palabras de
Thomas S. Eliot en su bello poema Tierra Baldía: “En una tierra de
fugitivos, aquél que camina en dirección contraria, parece
que está huyendo”.
A más de uno le parecerá incluso que aceptar el
martirio sea una traición a la vida. Pero no todo el mundo piensa
así y es posible hacer otra lectura del gesto martirial como una sacudida
contra la vanalidad y la superficialidad de la vida. El martirio está
configurado por una gran dignidad de la propia conciencia y se convierte
en el más elocuente testimonio de lo que uno ama. Así el mártir
testimonia que Cristo es digno de fe y por ello guarda fidelidad hasta morir.
Este vivir y morir en consecuencia está justamente en la línea
de lo que más anhelan los hombres y mujeres de hoy. Su voz se hace
creíble y su muerte les convierte en luz que alumbra un sendero de
esperanza.
Los claretianos que estaban en Ciudad Real habían abandonado
el Teologado de Zafra (Badajoz) ante las amenazas contra los 66 habitantes
de ese centro, acompañadas de pedradas y mueras en el desfile del
primero de mayo. El superior pidió protección al alcalde, y
éste al Gobernador. El edificio quedó bajo custodia del ayuntamiento
y los religiosos marcharon a Ciudad Real. El 4 de mayo estaban todos en un
caserón de Ciudad Real, donde permanecieron hasta que, tras estallar
la guerra, el día 23 de julio el padre provincial ordenó que
se dispersaran. El 24 a mediodía, 15 hombres armados ordenaron el
desalojo, para lo que el superior exigió una orden escrita del gobernador
civil. Se organizó la salida, pero la impidieron mineros de Puertollano
y Almadén, que pretendían tirotear, quemar o tirar al río
a los religiosos. A las cuatro de la tarde, un delegado del gobernador, apellidado
Carnicero, comunicó a los claretianos que quedaban presos en la casa
de ejercicios aneja. Les cachearon, les quitaron todas sus pertenencias y
les prohibieron siquiera asomarse a la ventana. Ante el calor sofocante,
permitieron los milicianos que dos religiosos llevaran un botijo de cuarto
en cuarto. Por la tarde, llevaron a sus mujeres y novias para exhibirles
a los presos, y ellas se pasearon vestidas con ornamentos sagrados y tocadas
con bonetes clericales.
El salvoconducto no valió para los 14 mártires
El martes 28, el gobernador extendió un salvoconducto
para que todos vayan a Madrid. El primer grupo salió con el superior,
padre Máximo, y don Eutiquiano, padre de tres estudiantes. Fueron
a la estación del ferrocarril en taxis vigilados por milicianos. El
tren llegó a las cuatro y cuarto de la tarde, con un contingente de
milicianos de Puertollano hacia Madrid. Estos impidieron subir a los claretianos,
de hecho pretendían matarlos y se enfrentaron por este motivo a los
socialistas de Ciudad Real, que querían que decidiera al respecto
la Dirección General de Seguridad. Al fin, los subieron a todos en
el vagón de cola, desalojando a varias personas. Durante el trayecto,
los milicianos revisaron la documentación de los religiosos y, al
llegar a Fernán Caballero, dos milicianos ordenaron al maquinista
no poner el tren en marcha hasta nuevo aviso. Sacaron a catorce muchachos,
los colocaron entre las vías número 2 y 3, mientras les apuntaban
desde la vía 1, a unos 10 metros. Se produjo una descarga, pero no
todos murieron. Se dice que al caer algunos gritaron “¡Viva Cristo
Rey!, ¡Viva el Corazón de María!”. Los que se arrastraron
hacia los vagones fueron rematados con un tiro entre ceja y ceja.
El estudiante más joven, Cándido Catalán,
que no murió, se arrastró hasta la estación a pedir
agua. La esposa del jefe de estación le atendió, limpiando
las heridas de bala. Pidieron una ambulancia e incluso la Guardia Civil le
presentó a unos sospechosos para que los identificara, negando él
con la cabeza que fueran quienes le dispararon. Montado en la ambulancia,
no llegó vivo a Ciudad Real. Los cadáveres quedaron cubiertos
con lonas y al día siguiente unas mujeres del pueblo prestaron sábanas
para envolverlos y enterrarlos en el cementerio. Los nombres y edades de
los 14 beatos son: Cándido Catalán Lasala (20 años);
Antonio María Orrego Fuentes y Angel Pérez Murillo (21); Jesús
Aníbal Gómez Gómez (Colombiano de Tarso), Vicente Robles
Gómez y Abelardo García Palacios (22 años); Melecio
Pardo Llorente, Antonio Lasa Vidaurreta, Otilio del Amo Palomino, Primitivo
Berrocoso Maíllo y Ángel López Martínez, de 23
años; Claudio López Martínez, de 25; Tomás Cordero
Cordero, de 26 y Gabriel Barriopedro Tejedor, de 53.