BEATO CIRILO MONTANER
FABRE
1936 d.C.
28 de noviembre
Nació el 16 de febrero de 1873 en
Villanueva y Geltrú (Barcelona)
Profesó el 7 de marzo de 1897
Sacerdote el 29 de junio de 1902
Martirizado el 28 de noviembre de 1936 en Moncada
Villanueva y Geltrú está situada en la costa
mediterránea y dista 50 km de Barcelona. Cuando nació
nuestro mártir estaba rodeada de viñedos y
algarrobos. Después fue industrializada.
Sus padres fueron Juan Montaner Artigas y Bernardina Fabré
Rovirosa y tuvieron siete hijos, tres varones y cuatro mujeres, siendo
Cirilo el quinto. Este fue bautizado en la iglesia parroquial de Santa
María a los ocho días de nacer, el 23 de febrero. A los
cuatro años fue confirmado. La primera instrucción
religiosa la recibió en casa, principalmente de su madre. A los
cinco años ingresó en una escuela privada.
Poco después, por necesidades, la familia se trasladó a
La Secuita, provincia de Tarragona. Allí ingresó en la
escuela municipal. El 11 de mayo de 1884 hizo la primera
comunión en la parroquia de Santa María. A esta edad se
le manifestaron las primeras cualidades de misionero, pues gustaba
enseñar el catecismo a otros niños de su edad,
especialmente pobres y desvalidos.
En 1886 se traslada de nuevo toda la familia a Villanueva y
Geltrú. Allí realizó el bachillerato en el colegio
de las Escuelas Pías con muy grande aprovechamiento. Al terminar
ingresó en el seminario de Barcelona, ganando una beca para la
manutención y los estudios.
Barcelona: estudios de filosofía
Realizó con brillantez sus estudios de filosofía como
demuestran los varios Meritissimus que obtuvo todos los
años. Al mismo tiempo su espiritualidad se robustecía en
la Congregación Mariana dirigida por el P. Fiter S.J., donde
fortaleció su amor a María Inmaculada y a su
vocación sacerdotal diocesana. Esta vocación, sin
embargo, no llenaba sus aspiraciones de apostolado.
Cervera: Noviciado
Una vez terminados los estudios filosóficos e iniciados los
teológicos, a finales de 1895 o primeros de 1896, fue a Cervera,
a la antigua Universidad. Allí hizo el noviciado bajo el
magisterio del P. Antonio Sánchez del Val. Durante el mismo, a
pesar de notable diferencia de edad respecto de sus compañeros,
mostró su sencillez y amabilidad con todos y, especialmente, su
amor y devoción a la Virgen. Emitió la primera
profesión el 7 de marzo de 1897[4], fiesta de Santo Tomás
de Aquino. Después de la profesión comunicaba a todos
«el gozo que experimentaba al poderse llamar a boca llena Hijo
del Inmaculado Corazón de María, comentando con gran
satisfacción suya la providencial coincidencia de que las
iniciales de su nombre y apellidos Cirilo Montaner Fabré fueran
las mismas que las del título glorioso que acababan de
concederle «Cordis Mariae Filius». Así nos
escribía el R. P. Mariano Ferrando, su compañero».
Santo Domingo de la Calzada: estudios de teología
Pocos días después de la profesión, en
compañía del Rmo P. Xifré, Superior general, se
trasladó a Santo Domingo de la Calzada (Logroño) para
realizar los estudios de teología. Quedó gratamente
sorprendido del ambiente que encontró.
El Prefecto de teólogos era el P. Santiago Martínez,
quien fue informado de las cualidades y virtudes del Sr. Montaner, y
habiéndolo comprobado le nombró encargado de la sala de
estudio.
Fue ordenado sacerdote el 29 de junio de 1902 junto con otros 102
ordenandos[6], entre ellos 43 presbíteros, por Mons. Mariano
Cidad y Olmos. En Santo Domingo permaneció nueve meses
ejercitándose en el sagrado ministerio.
Destinos
El primer destino fue Barbastro en 1903 como coadjutor de postulantes
donde permaneció desde marzo de ese año hasta verano de
1904. La vida quieta no era su ideal de sacerdocio. Sus anhelos
apostólicos estaban orientados al apostolado directo, incluidas
las misiones de Fernando Póo. Siendo obediente le
llegó la hora de evangelizar países de infieles.
Misiones de Fernando Póo 1904-1915. Destinado a Fernando
Póo. El Revmo P. Armengol Coll y Armengol fue promovido Vicario
apostólico y Obispo titular de Tignica y consagrado en Roma el
16 de junio de 1904 por el Card. Gotti, Prefecto de la S.
Congregación de Propaganda Fide.
Uno de los elegidos para colaborar en la evangelización fue el
P. Cirilo Montaner, que hizo el viaje a la misión junto con el
Vicario apostólico, embarcando en Barcelona el 25 de julio,
fiesta de Santiago, y llegando a Fernando Póo el 16 de agosto de
ese año.
Nada más llegar a la misión, el Vicario apostólico
nombró al P. Cirilo párroco de Santa Isabel, la capital,
pues P. Aurelio Díez, que era el párroco, había
fallecido en el mes de julio. El nuevo párroco tomó
posesión del cargo a finales de noviembre de 1904. Ya en los dos
primeros meses demostró sus aptitudes para el encargo, ante todo
su gran celo misionero sin preocuparse de su salud. Por ello visitaba
con frecuencia a los enfermos del hospital, con peligro de contagiarse,
como así sucedió. Desde 1906 estaba atendido por
Religiosas Concepcionistas, lo cual le garantizaba que podría
administrar el bautismo a los indígenas en caso de urgente
necesidad.
En 1911, agosto o septiembre, por prescripción facultativa tuvo
que embarcarse para Canarias. Aquí con el régimen
facultativo y el descanso recuperó de alguna manera las fuerzas
y en octubre de 1912 volvió a Santa Isabel. Después de
celebrado el capítulo en Vich, la cuasi-provincia de Fernando
Póo fue elevada a la categoría de provincia con el nombre
de «Guinea Española», en cuyo gobierno figura el P.
Cirilo Montaner como Consultor Provincial 1°.
De nuevo continuó con su actividad apostólica, mientras
se lo consintieron las fuerzas físicas. Amplió su celo
por los enfermos y demás actividades. Promovió con
eficacia el patronato de Santa Isabel y la ornamentación de la
catedral, construida en su mayor parte por el Hermano Jaime Miquel y
concluida por el Hermano Ramón Ollé.
Vuelta a España
A finales de 1915, por falta de fuerzas físicas, tuvo que
embarcarse para la península ibérica, de manera que no
pudo asistir a la inauguración de la catedral, que tuvo lugar el
16 de febrero de 1916. Durante el viaje recuperó las
energías de su organismo y al llegar a Barcelona continuó
preocupándose por las misiones. Primero, buscó un mecenas
que corriera con los gastos de la gran talla del Corazón de
María para el altar mayor de la catedral. Ese mecenas se llamaba
D. Mariano Mora y su preclara esposa Dª. Antoñita Llorens.
Segundo, por encargo del Vicario apostólico fue a visitar a la
Reina regente para exponerle los asuntos graves como las muy
tirantes relaciones entre el P. Coll y el Sr. Gobernador por cuestiones
de moralidad pública.
El nuevo campo de operaciones fueron las distintas casas de la
provincia en las que estuvo destinado ya como Superior, las más
de las veces, ya como Consultor.
A mitad de 1916 fue nombrado superior de Calatayud. Dado que
todavía no tenía muchas energías físicas
para las grandes predicaciones, se dedicó a predicar sermones
sueltos y pláticas a comunidades religiosas y, sobre todo, al
ministerio del confesionario. El 23 de junio de 1919 fue nombrado
superior de la casa de Gracia, Barcelona, donde los ministerios eran
abundantísimos. A mitad de diciembre de 1922 fue nombrado
superior de Vich y reelegido para el mismo cargo en 1925 hasta 1928. En
esta época se ocupó de muchos ministerios: misiones,
novenarios, septenarios, ejercicios y otras predicaciones. En agosto de
1928 fue nombrado Consultor 1° de Solsona, que no concluyó
porque a mitad de 1930 fue nombrado Visitador General de la provincia
de Castilla, pero a continuación fue nombrado superior de
Solsona hasta concluir el trienio. De 1931 a 1934 fue superior de La
Selva del Campo, donde ya sintió de nuevo la flaqueza de sus
fuerzas físicas. En 1934 fue nombrado Consultor 2° de la
comunidad de Gracia de Barcelona, dedicado a varios ministerios.
Allí le sorprendió el estallido de la revolución
marxista.
Virtudes y personalidad misionera
Para afrontar esta faceta hay que señalar un vacío
grande, la carencia de escritos para comprobar a qué grado
llegó su práctica habitual de la presencia de Dios, las
gracias místicas y favores sobrenaturales recibidos. Hay quien
cree que escribió algunas cosas, pero por su humildad, fue
rompiendo los escritos. Por tanto este apartado se debe elaborar desde
sus actuaciones y desde los testimonios.
Cuatro aspectos principales pueden expresar la personalidad
misionera del P. Montaner.
1°. Vida interior
Es el alma de su trabajo y apostolado. Desde pequeño se
distinguía de sus hermanos por su piedad.
Mucho espíritu de oración, mortificación y
sacrificio. Acentuado espíritu religioso y amor a la
Congregación.
Era aficionado a las lecturas místicas, lo cual prueba la
elevación de su espíritu. Era conocedor de los
místicos, sobre todo de Santa Teresa de Jesús y de san
Juan de la Cruz
2°. Devoción al Corazón de María
El carácter mariano de su vida se manifiesta ya en su infancia,
iniciado por su madre en la devoción y amor a la Virgen, que
después con los años lo fue acrecentando. Así,
primero, se hizo miembro de la Congregación Mariana, como se ha
dicho, después lo aumentó con el ingreso en la
Congregación de Misioneros del Inmaculado Corazón de
María. Para ello se sirvió de la lectura de libros
especializados, sobre todo del libro La verdadera devoción
a María de san Luis Mª Grignon de Montfort.
Esta devoción la manifestó constantemente en sus
continuas predicaciones sobre la Virgen.
3°. Observancia religiosa
Era muy observante de las Santas Constituciones, «iba al frente
de sus súbditos en la observancia y el trabajo»[8].
Puntualidad en los actos de culto. No conocía otro modo de ser
agradable a Dios. Esto está en conformidad con su vida interior
de mortificación, ya que la observancia la exige y cuanto mayor
es la observancia mayor es la mortificación. Por ello, las
Constituciones dedicaban un capítulo a esta materia.
Los testimonios son unánimes al afirmar que los trabajos y
sufrimientos, alguna vez lindaron en lo heroico. Cuando estaba en
Guinea no dudaba en levantarse por la noche para atender a moribundos y
soportar olores desagradables en el hospital.
Manifestaba una disponibilidad absoluta para realizar los trabajos
más humildes y sencillos y una grande paciencia con ignorantes y
analfabetos negritos.
Soportaba por amor de Cristo y por conformarse a la voluntad de Dios
fríos rigurosos, la enfermedades y dolencias con espíritu
de sacrificio.
4°. Celo por la salvación de las almas
Como se ha dicho antes, desde pequeño sintió el celo por
la salvación de las almas. Cuando era mayor, 23 años,
entró en la Congregación misionera porque no
quería encerrarse en los estrechos horizontes de una parroquia.
Así lo demostró en las misiones de Guinea.
Cuando le fallaron las fuerzas físicas volvió a
España y se dedicó a la predicación y al
confesionario, pero sin olvidar las misiones. Con este fin
promovió en Vich exposiciones misionales cada dos años
con objetos recogidos en las misiones. Al parecer tuvieron gran
éxito[9]. La respuesta fue generosa, pues se enviaron muchos
instrumentos a las misiones.
Su modo de predicar era fruto de la oración, del estudio y de su
propia experiencia. Sus sermones y pláticas estaban empedrados
de ejemplos y comparaciones, que hacían inteligible la doctrina.
Para ello leía muchas vidas de santos. Materia preferida de sus
predicaciones eran las glorias de María. Predicaba con mucho
celo y estilo claro y sencillo.
Uno de sus ministerios preferidos era el confesionario y la
dirección almas. En el confesionario no era riguroso, sino
todo lo contrario.
Revolución y martirio
Cuando el 18 de julio de 1936 estalló la revolución
marxista era Consultor 2°. Terminado el primer tiroteo a la casa,
hubo una calma de media hora, que fue aprovechada por la mayoría
de la comunidad para buscar refugio en casa de amigos y bienhechores.
Mientras otros salían de casa con sus trajes seglares para
buscar refugio, el P. Montaner, sin quitarse la sotana, alternaba las
visitas al Santísimo y a los enfermos de la comunidad,
«asegurando que no abandonaría a los enfermos aunque le
hicieran trizas». El día 19 por la noche les llevaron a
una Comisaría de policía, donde después de tres
horas, fue puesto en libertad y de allí se dirigió a casa
de un amigo.
El día 20 encontró refugio en casa de un amigo, la
familia Caballé, donde ya estaban refugiados otros religiosos.
Aquí siguió ejerciendo el ministerio con gran provecho de
todos. A todos tranquilizaba. Entre ellos e encontraba Antonio
Doménech, carpintero, otrora anarquista militante, fervoroso
cristiano, convertido por la mediación de su esposa con la que
vivía en una modesta casa de la calle Aulestia Pijoán,
que desde el comienzo de la revolución se dedicaba a ayudar a
los necesitados. Después de dos registros, que con fortuna
esquivó, fue a otro refugio, el último, la casa de
Doménech, que generosamente le había ofrecido. A quienes
le advirtieron del peligro que corría al tener un sacerdote en
casa, Doménech respondió: Dichosos los que mueren por la
Fe. Aquí, desde el 5 de agosto hasta el 25 de noviembre de 1936,
celebraba misa y los domingos tenía una pequeña
concurrencia. En los días de fiesta no faltaba la función
vespertina con Trisagio, Salve, Credo cantados con fe y piedad como en
las catacumbas. En estas circunstancias el P. Cirilo desahogaba su
fervor Misionero, hablaba de la confianza en Dios, del valor meritorio
de las persecuciones, la dicha de dar la vida por la Fe.
En todo este tiempo se preparó para el martirio junto con el
dueño de la casa. Manifestaba que llegado el momento no
ocultaría su condición de sacerdote. Más
aún deseaba el martirio como los que le habían precedido.
A mitad de noviembre arrodillado juntamente con el dueño
ofrecieron su vida a Jesús Sacramentado si esa era la voluntad
de Dios. Luego dijo el Padre al ama de casa:
Hoy su marido y yo nos hemos ofrecido a Nuestro Señor para
el martirio, y hasta la hemos puesto a Vd.
La buena mujer se arrodilló en el acto y con un suspiro de
conformidad dijo: Que se c umpla la voluntad de Dios. A los pocos
días se cumplió.
El miércoles 25 de noviembre, a las tres de la madrugada,
llamaron con desaforados golpes que hacían temblar la casa.
Doménech se levantó pronto y fue a abrir la puerta
mientras el Padre se vestía, recogía la Eucaristía
y se la entregaba a la dueña para que la ocultara en su pecho.
¿Qué había pasado? Habían tomado alguna
precaución que antes no tomaban. Alguno fijándose en la
colada del tendero debió observar alguna novedad y lo delataron
al Centro comunista de la barriada.
Así empezó el registro por las temibles Patrullas de
Control, en concreto por la Patrulla n. 11 de Pueblo Nuevo establecida
en Pedro IV, 166, la más expeditiva. Preguntaron a
Doménech quien era el forastero que estaba en su casa. Las
respuestas no convencieron a nadie, como tampoco la
documentación exhibida por el Padre, proporcionada por su
hermano de Villanueva y Geltrú. Para remate, en el cuarto del
Padre encontraron una carta, escrita el día anterior en la que
pedía ropa, y comprobada la autenticidad de la misma, detuvieron
al Padre y al dueño. Ninguno opuso la mínima resistencia.
La dueña mostró su dolor y el Padre la consoló:
No se aflija Vd., que si Dios quiere, no será nada.
Los milicianos añadieron: Unas declaraciones y luego
están de vuelta.
Efectivamente, volvería hacia la una de la tarde.
El término de este viaje fue el control del Centro de
Colón, calle de Pedro IV. Allí fueron a parar
innumerables víctimas, entre ellas el Obispo mártir de
Barcelona, que casi siempre acababan en el cementerio de Moncada.
Allí estaba la familia Armengol al completo, padre, madre e
hijas, el P. Arbona, S.J., que conocía al P. Montaner.
También aquí trajeron al Padre y a Doménech a las
cuatro de la mañana, y les interrogaron. Primero al Padre, hacia
las 12 declarando su condición de religioso y sacerdote. Luego
efectuó la visita fugaz a la casa de Doménech mientras
este declaraba, en coche, bien vigilado, con el rostro pálido
como la cera y con señales de gran sufrimiento. No podía
hablar.
La mujer le preguntó por su marido.
Está declarando, respondió el Padre sin más.
Y a Vd. ¿dónde lo llevan?
La respuesta fue encogerse de hombros a la vez que miraba al cielo. Y,
llevando en su manos el Breviario, en busca del cual había ido,
se marchó de nuevo en el mismo coche y con la misma
escolta miliciana.
A las seis de la tarde de ese día 25 les trasladaron
a la siniestra cárcel de San Elías. Allí se
vivía en el terror más espantoso y en la desconfianza
máxima hasta de los compañeros más
próximos, pues se sabía que los rojos habían
intercalado espías. Además todos se daban cuenta que
estaban allí de paso y que su situación se
resolvería en breve.
Al P. Montaner y a Doménech los sacaron de allí el 29 de
noviembre de 1936 y los fusilaron en el cementerio de Moncada. No se
sabe dónde fue sepultado.