BEATO CIRIACO MARÍA SANCHA Y HERVAS
1909 d.C.
25 de febrero
Ciriaco Sancha y Hervás
nacía en Quintana del Pidio (Burgos) el 18 de junio de 1833 en el
seno de una modesta familia de labradores. Su infancia y primera juventud
discurren en las faenas propias del campo castellano, entre viñedos
y rebaños que esquilar. Un momento especial de sufrimiento lo produciría
la prematura muerte de su madre, cuando Ciriaco contaba con diez años.
A los trece perdería a su hermana mayor, su segunda madre. Con diecinueve
de edad ingresaba en el Seminario de su diócesis, Osma, para comenzar
la carrera breve de estudios eclesiásticos. Pero sus cualidades y
virtud aconsejaron becarle para cursar la carrera eclesiástica completa.
En 1858 era ordenado sacerdote en Burgo de Osma. Durante los primeros años
de su sacerdocio pudo compatibilizar la docencia en el Seminario con la ampliación
de estudios teológicos, que culminó brillantemente en Salamanca
en 1861.
En 1862 el arzobispo de Santiago de Cuba, don Primo Calvo Lope,
le proponía acompañarle a las Antillas y le nombraba Secretario
de Cámara y Gobierno de su Arzobispado. Allí desarrolló
una fecunda labor apostólica, orientada en gran medida al servicio
y alivio de los damnificados por la primera guerra de independencia cubana;
a tal fin fundaría en 1869 las Hermanas de los pobres inválidos
y niños pobres, en la actualidad Hermanas de la Caridad del Cardenal
Sancha. La muerte repentina de don Primo Calvo dos años antes, en
1867, dejaba vacante aquella sede. Don Ciriaco recibía el nombramiento
de Medio Racionero de la catedral de Santiago de Cuba, y poco tiempo después
ganaba la oposición a canónigo penitenciario. La revolución
de 1868, y la posterior proclamación de la primera República,
abrían un triste capítulo de anticlericalismo en España.
Un grave incidente se produjo cuando el gobierno eligió a Pedro Llorente
Miguel para ocupar la vacante sede de Santiago de Cuba; candidato de dudosa
conducta, no llegó a recibir de Roma la bula de nombramiento para
ocupar la sede arzobispal cubana. Se abría un cisma en aquella archidiócesis
(1 agosto 1873), que provocó el ingreso en prisión de don Ciriaco
y don José María Orberá y Carrión -encargado
del Vicariato Eclesiástico- por permanecer fieles a la Santa Sede.
Esta fidelidad, troquelada a lo largo de un año de encarcelamientos,
se vio reconocida en ambos clérigos con la dignidad episcopal en los
primeros compases de la Restauración. El 13 de marzo de 1876 recibía
la consagración episcopal de manos del Primado, don Juan Ignacio Moreno
Maisonave, como obispo auxiliar de Toledo. Añadía a su primer
nombre el de María, por su devoción a la Madre de Dios. Ejerció
su ministerio sobre todo en Madrid, donde estuvo encargado de la vida consagrada,
promoviendo además la organización de la asociación
de la Propagación de la Fe -primera en fundarse en España-.
Asimismo preparó el camino para que Madrid fuera erigida como diócesis;
en su ministerio se impulsó la construcción de un templo en
honor de Santa María de la Almudena. Aparte de su pastoreo en la Villa
y Corte, realizó la visita pastoral por la amplísima archidiócesis
que constituía entonces Toledo.
Nombrado seis años después obispo de Ávila,
tomó posesión de esta sede el 29 de junio de 1882. Allí
volvió a hacer gala de una incansable actividad asociada a una profunda
vida interior. Fruto de lo cual fue la visita pastoral por toda la diócesis.
Se dedicó con todo entusiasmo a impulsar el espíritu sacerdotal
de su clero y elevar el nivel moral, intelectual y espiritual del Seminario,
creando una sección de seminaristas pobres. Asimismo fundó
la primera Trapa femenina de España en Tiñosillos, dotándole
de unas constituciones propias, adaptadas a la realidad española.
En Ávila no fue ajeno al desarrollo de los acontecimientos sociales
y políticos nacionales, en los que luchó por la independencia
de la Iglesia frente a las injerencias del poder civil. Durante estos años
se produjo un hecho que vino a zarandear los tranquilos avatares de don Ciriaco
María en la diócesis abulense: Miguel Morayta -catedrático
de Historia y reconocido masón- con motivo de la apertura de curso
en la Universidad Central de Madrid (1884), pronunciaba una polémica
lección inaugural que propició una carta pastoral de don Ciriaco
María; carta que fue secundada por varios obispos en sus respectivas
diócesis y que provocaría diversos incidentes universitarios
en la capital. Ya desde su estancia en Ávila, Sancha manifestó
su preocupación por uno de los problemas centrales que angustiaban
a la Iglesia española de su tiempo: la maltrecha unidad de los católicos.
Precisamente en Ávila concibió el proyecto de organizar Congresos
católicos nacionales.
Promovido en octubre de 1884 para ser el primer obispo de Madrid-Alcalá,
la Santa Sede contemplaba en él no sólo su fuerte adhesión
al Santo Padre, sino también su agudeza de mente y la constancia en
llevar a cabo sus proyectos... Cualidades todas ellas muy importantes para
levantar una diócesis naciente y con problemas difíciles de
resolver. Pero la oposición enconada de un ministro -agraviado por
la libertad de espíritu con que don Ciriaco María denunció
el discurso de Morayta en la Universidad Central- aconsejó a la Santa
Sede poner su mirada en otro candidato. Sin embargo, el asesinato de don
Narciso Martínez Izquierdo, primer obispo de Madrid-Alcalá,
obligó a un cambio de planes: don Ciriaco María aceptaba en
circunstancias sumamente difíciles esta sede recién creada
renunciando a la apetecible de Santiago, sede que conllevaría un seguro
título cardenalicio. El 8 de septiembre haría su entrada solemne
en la capital. Lo primero que ocupó su empeño fue la reforma
de un clero de aluvión que, en algunos de sus efectivos, presentaba
graves carencias e irregularidades, procedente de toda España, en
la Corte se sentía libre del control de sus obispos de origen. Los
actos conmemorativos para festejar el jubileo sacerdotal de León XIII,
empezaron a dar las primeras pruebas de un talento organizador que le seguiría
a lo largo de todo su ministerio episcopal. Sensible a la preocupación
eclesial y social del Papa, se situó en primera línea entre
los obispos por su visión de la realidad española. En la primavera
de 1889 organizaba el primer Congreso católico nacional, el de Madrid;
primero de una serie de seis que se celebrarían en distintas capitales
españolas con el fin de propiciar la unidad de los católicos
y su organización para hacer frente a los retos del momento; si esa
unidad era prácticamente imposible en lo político, al menos
habría que intentarlo en el terreno social, educativo, propagandístico,
etc. Al hilo de los Congresos católicos se instituyó la Junta
Central de acción católica, en la que colaborarían con
él las personalidades más relevantes del catolicismo finisecular.
La publicación de la encíclica Rerum Novarum le
hizo intensificar la divulgación de la doctrina social de la Iglesia.
Otras realizaciones en la capital del Reino fueron el impulso dado para la
creación del Seminario Conciliar, fomentando el acceso de los pobres
a la carrera eclesiástica; la prosecución de las obras de la
catedral de la Almudena; la implantación de nuevos institutos religiosos,
así como asociaciones de laicos para la propagación de la fe
y la caridad. El número de parroquias que se encontró a su
llegada a la capital fue de veinte; treinta dejó a su salida de la
misma.
El 17 de noviembre de 1892 hacía su entrada en Valencia.
Se encontró con una realidad muy compleja y convulsa por su desarrollo
industrial y la presión que el republicanismo anticlerical ejercía
sobre los obreros. En 1893 organizó el primer Congreso eucarístico
nacional. Su inquietud social le llevó a fundar el Consejo Nacional
de las Corporaciones Católico-Obreras, del que sería presidente;
y en calidad de tal organizó la primera Asamblea Nacional de los Círculos,
dando un serio impulso a patronatos y otras asociaciones obreras católicas.
En este contexto se inscribe la peregrinación nacional obrera a Roma
que organizó con motivo del jubileo episcopal de León XIII,
y que congregó a 18.000 obreros de toda España en abril de
1894. Peregrinación que supone un hito importantísimo para
una mayor aceptación, por parte de los católicos españoles,
del poder constituido y de la monarquía alfonsina, hacia la cual León
XIII mostró repetidos gestos de cordialidad buscando una necesaria
estabilidad social, tan necesaria en España. En el consistorio del
18 de mayo de ese mismo año don Ciriaco María era creado cardenal,
con el título de San Pedro in Montorio. La conversión del Seminario
Central en Universidad Pontificia se cuenta entre sus logros, siempre buscando
la mejor formación de las vocaciones al sacerdocio y la promoción
moral y espiritual del clero. Dicha promoción resultaba extremadamente
difícil debido, entre otras razones, al estado de indigencia en que
se encontraban los sacerdotes, sin medios para su propia subsistencia. A
fin de hacer frente a esta situación, fundó el Montepío
del Clero Valentino, institución que confraternizó a los sacerdotes
en un común esfuerzo por su supervivencia y realce moral, intelectual
y espiritual. Trabajó denodadamente para liberar al clero de compromisos
políticos, consciente de que en ello se jugaba la dignidad del estado
sacerdotal y la penetración que el Evangelio estaba llamado a efectuar
en la sociedad. Además, ejerció una notable influencia en los
intelectuales valencianos por medio de tertulias mensuales que convocaba
en el palacio arzobispal y la revista científica que se publicaba
periódicamente.
El 24 de marzo de 1898 era nombrado Arzobispo de Toledo, Primado
de España y Patriarca de las Indias Occidentales, haciendo su entrada
solemne el 5 de junio. Tomaba posesión de la archidiócesis
primada justo en el llamado «año del desastre» -es decir,
de la pérdida de las últimas posesiones españolas en
América-, con el encargo de la Santa Sede de liderar la unidad de
los católicos y del episcopado. La desorientación en la que
estaba inmersa la Iglesia española era muy grande. No sólo
la sociedad atravesaba por una profunda crisis de identidad; la propia Iglesia
estaba afectada por tensiones centrífugas que amenazaban con derivas
cismáticas. A ello tuvo que hacer frente el Primado, exhibiendo una
vez más su inquebrantable fidelidad a la Sede de Pedro. Se encontró
con un Seminario en estado de postración, por lo que al mes de su
ingreso en la diócesis encomendó la formación de los
seminaristas a don Manuel Domingo y Sol y su Hermandad de Sacerdotes Operarios
Diocesanos; cosecharían grandes éxitos en la promoción
de este centro tan vital para la diócesis. El Seminario formó
parte de sus desvelos más continuados y consiguió imprimir
un nuevo estilo de sacerdote: de profunda y recia espiritualidad, de una
sólida formación intelectual y humana, enmarcada en un estilo
sencillo y de gran amor a la Iglesia. No ahorró esfuerzos en enviar
sacerdotes y seminaristas al extranjero para formarse en las mejores universidades
eclesiásticas del momento. Buscaba el crecimiento humano y espiritual
de los sacerdotes, a los que ofreció esa institución que tan
buenos resultados diera en Valencia: el Montepío del clero, esta vez
toledano. Reinstaló las conferencias morales -precedente de la formación
permanente del clero- así como la práctica de los ejercicios
espirituales.
La realidad social, política y eclesial que se encontró
en la ciudad del Tajo era de enorme decadencia. Trabajó con celo incansable
por la promoción social y espiritual de su gente. A tal fin colaboró
decisivamente en la fundación y desarrollo de las Damas Catequistas,
que desplegaron una gran actividad evangelizadora en la capital y distintos
pueblos de la diócesis, en el mundo obrero y carcelario, cosechando
grandes frutos de conversión. La reinstalación de los jesuitas
en Toledo sirvió para dar un nuevo vigor a todas estas obras. En 1903
León XIII le encomendaba liderar el proyecto de las Ligas Católicas,
que tenía como objetivo la unión de los católicos siguiendo
la línea que marcaran los Congresos católicos. Se trataba de
juntas que, en distintas diócesis, se configuraban como órganos
que debían encauzar la acción de los católicos en la
vida pública, unificándolos en proyectos comunes pero respetando
su distinta procedencia ideológica. Coincidiendo con sus últimos
años de vida, en 1907 convocaba la primera Asamblea del episcopado
español, el cual, después de varios intentos a lo largo del
siglo XIX y en medio de una situación nacional del todo convulsa,
logró reunirse para tratar proyectos comunes, sentando el precedente
más importante de las futuras Conferencias de metropolitanos y de
la actual Conferencia Episcopal Española. Una nueva generación
de obispos -más libre de ataduras políticas y de personalismos
atávicos, y más afecta a la Santa Sede que a los gobiernos
de turno- se abría camino en España.
Una fría mañana de febrero, en la que Toledo amaneció
nevado, don Ciriaco María dispuso que el carromato del Arzobispado
se llenara de víveres y ropa para socorrer a los menesterosos
de los arrabales. Cuando regresó a casa, su debilitada salud se vio
gravemente resentida por un severo enfriamiento. A pesar de la fiebre, al
día siguiente acudió al Cerro de Gracia para dar una plática
a sus Damas Catequistas. Fue su última visita a aquella casa tan querida
para él; fue la última vez que los toledanos le vieron por
sus calles atendiendo a todos. A los pocos días, el 25 de febrero
de 1909 fallecía en Toledo el cardenal Sancha, conocido por todos
como «el padre de los pobres»: «El Emmo. Sr. Sancha, que
se distinguió también por su amor a los pobres, ha muerto pobre
y ésta es su mejor corona de gloria», sentenciaba la revista
La Cruz. «Vivió pobre, murió paupérrimo»,
reza el epitafio de su lápida sepulcral.