SANTA CECILIA YU SO-SA
23 de noviembre
1839 d.C.
Madre
de los santos mártires Pablo Chong Hasang e Isabel Chong
Chong-Hye. Nació en Seúl y había casado con el
viudo Agustín Yak-jong, uno de los primeros cristianos de Corea.
Con él se fue a la capital y aquí recibió el
sacramento del bautismo de manos del P. Chu Mun-mo, misionero chino en
Corea. Su esposo fue martirizado en 1801, y también Carlos Chong
Chol-sang, hijo del primer matrimonio de su marido; ella fue arrestada
y luego dejada libre, pero se le confiscaron todos sus bienes, por lo
que se vio, además de viuda, pobre, y volvió al pueblo de
la familia de su marido, Majae, con sus hijos. Aquí su
cuñado, enemigo del cristianismo, la recibió
fríamente, y fue un amigo de su difunto esposo el que tuvo
compasión de ella y le ofreció una casa donde residir. La
frialdad de antiguas amistades y de los parientes la rodeó.
Conoció la
muerte de la viuda del hijo de su marido martirizado, Carlos, del hijo
de este matrimonio y de su propia hija mayor. En medio de su desgracia
Cecilia conservó la fe y la paciencia, y vista la hostilidad de
que era objeto, guardó una conducta prudente, no haciendo alarde
alguno de cristianismo, pero transmitiendo la doctrina cristiana a sus
hijos en el seno del hogar. Cuando, al llegar su hijo Pablo a los 20
años, ella le sugirió el matrimonio, él le dijo
que quería dedicarse a continuar la obra evangelizadora de su
padre mártir, y por ello terminó por irse a la capital,
dejando a su madre y hermana en Majae. Ella temía los peligros
por los que su hijo pasaba en su afán de pilotar un
resurgimiento del cristianismo y aceptaba con mansedumbre que su hijo
no pudiera proporcionarle ayuda alguna.
Pero el obispo de
Pekín recriminó a Pablo que no prestara ayuda a su madre,
y entonces éste en 1827 se la llevó consigo a la capital
junto con su hermana Isabel. Aquí la vida le resultó muy
difícil, tanto que ella decidió volver a Majae, pero
luego se le ofreció hacerse cargo de la atención a los
misioneros que por fin llegaban y entonces volvió a la capital.
Ya muy mayor, aunque no pudo continuar atendiéndolos, oía
cada día la misa y ayudaba a los católicos más
pobres.
Empezó
nuevamente la persecución en 1839 y se le dijo que lo mejor que
podía hacer era irse, pero ella prefirió quedarse. Ella y
su hija se dedicaron a prepararse para el martirio. El 1 de junio,
ausente su hijo, fue arrestada. Cuando se le preguntó si era
verdad que ella era católica contestó que sí, y
cuando se la intimó a abandonar su religión y a delatar a
los demás cristianos dijo que no y que estaba dispuesta a la
muerte para conservar su fe, y dijo además que desconocía
la dirección de los otros cristianos. Fue interrogada cinco
veces y cada interrogatorio estuvo acompañado de cincuenta
golpes de caña de bambú, que la dejaron muy maltrecha.
Llevada a la cárcel, murió en ella el 23 de noviembre de
1839. Fue canonizada el 6 de mayo de 1984 en Seúl por el papa
Juan Pablo II.