Era
hijo de
san Canuto IV, rey de Dinamarca y de Adela. Fue educado en la corte de
su abuelo y de su tío Roberto II. Carlos sabía leer y
escribir, y probablemente recibió una esmerada formación
literaria. Fue primer consejero del conde de Flandes Balduino VII. Fue
a la II Cruzada y a su vuelta en 1119, sucedió a Balduino VII,
como conde de Flandes. Se casó hacia el 1118 con Margarita, hija
del conde de Clermont, matrimonio que no tuvo descendencia.
Impuso la Tregua de
Dios y prohibió el mercado negro en una época de hambre,
por ello se ganó amigos entre los humildes y enemigos entre los
poderosos, que veían sus influencias y riquezas mermadas. Cuando
alguien le reprochaba apoyar injustamente la causa de los pobres contra
los ricos, respondía: «Eso se debe a que conozco muy bien
las necesidades de los pobres y el orgullo de los ricos».
Tenía tal horror a la blasfemia, que condenaba a ayunar a pan y
agua, durante cuarenta días, a los miembros de su corte a
quienes sorprendía jurando por el nombre de Dios. Una de sus
leyes más sabias fue la de prohibir que se sacase a los hijos de
la casa paterna, sin consentimiento de sus padres. Y se mostró
tan severo con quienes oprimían a los pobres, que estos
empezaron a gozar de una paz y una seguridad hasta entonces
desconocidas para ellos.
Partidario de la
paz y el orden y la justicia, sin importarle quienes eran los
infractores de las leyes, juzgó a todos por igual, y de
ahí le vino el apelativo de “el Bueno”, que le otorgó el
pueblo. Pero aquella tranquilidad se turbó en agosto de 1124, a
causa de un eclipse que los supersticiosos consideraron como un augurio
de grandes calamidades, así como por la terrible hambre del
año siguiente, a raíz de un invierno excepcionalmente
largo y frío.
Carlos daba de
comer diariamente a cien pobres en su castillo de Brujas y en cada uno
de sus otros palacios. Sólo en Yprés distribuyó en
un solo día 7.800 kilos de pan. Reprendió
ásperamente a los habitantes de Gante que dejaban morir de
hambre a los pobres delante de sus puertas y prohibió la
fabricación de cerveza para que todo el grano se emplease en
hacer pan. Igualmente mandó matar a todos los perros y
fijó el precio del vino. Completó su obra con un decreto
para que en las tres cuartas partes del terreno laborable se sembraran
cereales y, en el cuarto restante, legumbres de crecimiento
rápido. En 1123 le ofrecieron la corona de Jerusalén, la
que rechazó; dos años más tarde rehusó a
presentar su candidatura a la corona del imperio.
Al tener noticia de
que ciertos nobles habían comprado grano para almacenarlo y
venderlo más tarde a precios exorbitantes, Carlos y su tesorero,
Tancmaro, les obligaron a revenderlo inmediatamente a precios
razonables. Esto enfureció a los especuladores, quienes,
capitaneados por Lamberto y su hermano Bertulfo, deán de San
Donaciano de Brujas, tramaron una conspiración para asesinar al
conde. Entre los conspiradores se hallaban un magistrado de Brujas,
llamado Erembaldo y sus hijos, quienes querían vengarse de
Carlos, porque este había reprimido sus violencias. El conde
acostumbraba ir todas las mañanas, descalzo, a la iglesia de San
Donaciano, para orar antes de la misa. Un día, cuando iba a
cumplir con su devoción, le avisaron que los conspiradores
tramaban un atentado contra su vida. Carlos replicó
tranquilamente: «Vivimos siempre en medio del peligro, pero
estamos en manos de Dios; si tal es Su voluntad, no hay causa
más noble que la de la verdad y la justicia para dar la vida por
ella». Cuando estaba recitando el «Miserere» ante el
altar de Nuestra Señora, los conspiradores cayeron sobre
él; uno le arrancó un brazo y Borchardo, el sobrino de
Bertulfo, le cortó la cabeza. Las reliquias del
mártir se conservan en la catedral de Brujas, donde se celebra
su fiesta con gran solemnidad. Su culto fue confirmado el 4 de
febrero de 1882 por León XIII.