BEATO BUENAVENTURA
TORNIELLI DE FORLI
31 de marzo
1491 d.C.
Nació en Forli, y perteneció a una familia acomodada.
Ingresó en la Orden de los Siervos de María en su ciudad
natal, terminado el noviciado en el año 1448, fue enviado a
Venecia, en donde pasó seis años entregado al estudio de
las ciencias sagradas, obteniendo el grado de maestro.
Buenaventura se
dedicó intensamente a la predicación. En efecto, consta
por varios documentos que predicó innumerables sermones,
principalmente cuaresmales, en Venecia, Florencia, Bolonia, Brescia y
Perusa, con una asistencia masiva de fieles. Pues –como refiere fray
Felipe Albrizzi en su obra titulada “Institución de la
Congregación de los frailes Observantes Siervos de santa
María” era, como el Apóstol, “admirable por la
eficacia de su predicación y por su santidad”. Es digna de
recuerdo su predicción en Perusa, cuando una gravísima
epidemia afligía la ciudad; con sus palabras logró que
los habitantes impetraran la ayuda de Dios con la oración y la
penitencia y que, además se esforzaran en socorrer a los pobres
y enfermos. Su fama de predicador creció de tal manera que el
papa Sixto IV le dio facultades para predicar en cualquier sitio como
predicador apostólico. Desempeñó varios cargos en
la Orden; por gestiones suyas pasaron a la Orden el convento de
Forlimpópoli Forlí y, en 1488, el de santa María
del Paraíso, en Clusone (Bérgamo).
En aquel entonces,
movido por el deseo de entregarse plenamente a la penitencia y la
contemplación, Buenaventura pidió permiso al papa Sixto
IV para hacer vida eremítica. En el año 1483, el sumo
pontífice accedió a su petición, y le
permitió retirarse a un lugar solitario junto con seis
compañeros. No sabemos el lugar preciso en donde se
retiró Buenaventura, pero, por algunos documentos del siglo
XVII, puede conjeturarse que pasó algún tiempo en el
eremitorio de Monte Senario. Poco después, obligado por la
caridad o la obediencia, volvió a la vida conventual. Nombrado
prior de la provincia romañola, ejerció este cargo con
gran prudencia y promovió la observancia de la disciplina
regular.
Fray Antonio Alabanti,
prior general, abrigó el propósito de restablecer en la
Orden una disciplina más rigurosa, para lo cual se valió
del consejo y la ayuda de Buenaventura. Fue también este hombre
de Dios quien, al surgir serios descontentos entre la
Congregación de la Observancia y el prior general,
trabajó por restablecer la paz y la concordia. Al año
siguiente, en el capítulo de la Congregación de la
Observancia, fue elegido vicario general, cargo en el que fue
confirmado poco después por el capítulo general de la
Orden.
Algunos escritores de
nuestra Orden, quienes conocieron la beato Buenaventura, nos describen
su amor a la penitencia y a la soledad. Fray Felipe Albrizzi escribe:
“Era muy bajo de estatura y de constitución endeble, de mediana
cultura. Era religioso de gran santidad, llevaba una barba inculta;
soportaba el calor del verano, el frío y las heladas del
invierno, sin que se le viera nunca calzado; tanto es así que
más de una vez salía sangre de sus pies agrietados.
Vestía muy pobremente, nunca comía carne ni bebía
vino, dormía sobre el duro suelo o, a veces, sobre unas tablas;
practicaba en fin, todas las mortificaciones que él consideraba
necesarias para dominar su cuerpo. Con su oración alcanzó
de Dios varios milagros, incluso en vida”. Esto mismo, más
o menos, es lo que escribió también sobre él fray
Gasparino Borro en elegantes versos.
El año 1491,
cuando Buenaventura se hallaba en Údine predicando los sermones
cuaresmales en la iglesia catedral, cayó enfermo a consecuencia
de su avanzada edad y austeridad de vida, muriendo el jueves santo de
ese año. Su
cuerpo recibió sepultura en la iglesia de santa María de
las Gracias de Údine. El 5 de septiembre de 1911, durante el
pontificado de Pío XI, la Sagrada Congregación de Ritos
ratificó el culto que ya desde tiempo inmemorial se tributaba a
Buenaventura.