Un espíritu de
rebelión sopló sobre el mundo después del retiro
de Celestino y de la entronización de Bonifacio VIII. Los
"espirituales" franciscanos afirmaban que la abdicación de
Celestino V era nula y que, por consiguiente, el nuevo Papa no era
legítimo. La misma tesis era defendida por los Colonna y el rey
de Francia, Felipe el Hermoso. Bonifacio condenó el "Evangelio
eterno", y los "espirituales" acusaron al Papa de haber traicionado el
espíritu de Cristo y el Orden evangélico.
Japone de Todi era uno de los adversarios de Bonifacio y en sus
llameantes poemas atacó al Papa y a la Universidad de
París, cuyos sabios destruían en el mundo la herencia
espiritual de Asís. Jacopone fue arrestado y permaneció
cinco años en la cárcel. Decenios más tarde esta
polémica iba a tener como consecuencia la separación de
los franciscanos en "conventuales" y seguidores de la "estricta
observancia", separación todavía existente.
Todo aquel imponente movimiento, brotando del anhelo general hacia una
vida pura y honesta y en contra del lujo, de la riqueza y de la
corrupción que reinaba en muchos corazones, culminó en el
libro de Dante, obra clave de la Edad Media, expresión del mismo
espíritu de pureza en busca de la perfección, en la que
el Poverelli di Dio aparece en el paraíso y Bonifacio en el
infierno, claro símbolo de la manera en que los hombres del
siglo juzgaban a los grandes de su tiempo.
Dante había conocido a Bonifacio, mientras representó a
Florencia en una embajada que la ciudad del Arno envió a Roma,
en 1301. Gibelino, convencido de que el Imperio Universal era la forma
ideal para que el mundo viviera en paz y de que el emperador era
independiente ante al Papa, Dante defendía una tesis imposible
de llevar a la práctica, ya que el Imperio había perdido
su fuerza y el rey de Francia estaba sustituyéndole en nombre de
un sistema político, el de la monarquía nacional, que
pronto sería el de toda Europa y que excluía la idea de
la universalidad temporal. El conflicto entre el rey de Francia y
Bonifacio estalló sin tardar. Bonifacio estalló sin
tardar. Bonifacio soñaba con la supremacía universal de
la Iglesia, según la doctrina de Gregorio VII y la de Inocencio
III.
El rey Felipe el Hermoso,
inspirado en las ideas dantescas de su consejero Pierre Du Bois, se
veía como jefe de una monarquía universal, triste esbozo
del absolutismo y de las tiranías modernas. En el fondo de su
alma el nuevo Papa tenía todas las razones, ya que, a
través de su sueño universal, pensaba esteblecer la
concordia entre los príncipes, entre Francia e Inglaterra sobre
todo, y convocar una nueva cruzada. Como la guerra contra Inglaterra se
apoyaba materialmente en los fondos eclesiásticos, el clero
pidió la mediación del Papa para defender sus bienes. Con
la Bula Clericis laicos, de 1296, el Papa prohibía, bajo pena de
excomunión, recibir o pagar impuestos sobre los bienes
eclesiásticos. Alemania e Inglaterra aceptaron la bula, pero el
rey de Francia prohibió a los viajeros que salían de
Francia exportar cualquier cantidad de dinero, aun si se pensaba
realizar con él obras de piedad para la Santa Sede. El conflicto
parecía inminente, cuando el Papa consiguió mejorar las
relaciones, dirigiendo dos cartas amables a Felipe el Hermoso. En 1300,
Bonifacio organizó el primer Jubileo de la Iglesia, al que, sin
embargo, no asistió ningún soberano de importancia.
El Papa, ante el
impresionante número de peregrinos, pensó llamar a todos
a una nueva cruzada. Un nuevo conflicto estalló con Francia, al
publicarse en aquel país una falsa bula pontifical y una falsa
contestación del rey en la que el Papa era insultado. Felipe
contestó convocando en seguida los estados generales, en los
que, al lado de la nobleza y el clero, aparecía por primera vez
la burguesía, el tiers état. A pesar de sus
provocacionies, Felipe no pudo insistir en su actitud, ya que el
ejército flamenco, apoyado por los ingleses, derrotaba en
Courtray a la caballería francesa. La bula Unam Sanctam
empeoró otra vez las relaciones con Francia. El poder espiritual
aparecía como único llamado a instaurar el temporal y de
juzgarle cuando éste dejaba de ser bueno. La bula no
traía ninguna novedad con respecto a las anteriores, pero
aparecía en aquellas circunstancias como el manifiesto de una
nueva monarquía universal, de acuerdo con las frases
pronunciadas por el Papa en Roma, en ocasión del año
jubilar.
Aconsejado por Guillermo de
Nogaret, el rey decidió apoderarse de la persona del Papa,
llevarlo a Francia y hacerlo juzgar por un tribunal nacional. La
expedición fue preparada, desde el mes de marzo de 1303, por
Nogaret, y algunos de los Colonna, enemigos del Papa, refugiados en
Francia. Ya habían empezado a organizarse en París
manifestaciones para preparar la opinión pública con la
idea de la reunión del concilio nacional, cuando Bonifacio,
enterado de lo que se tramaba, redactó la bula Super Petri
solio, lista para ser publicada el 8 de septiembre, y en la que que
excomulgaba al rey y se desligaba a sus súbditos del juramento
de fidelidad a la corona. Nogaret pasó en seguida a la
acción, y el 7 de septiembre apareció en Anagni, donde
residía el Papa. Sciarra Colonna acompañaba al consejero
del rey.
Salvo dos cardenales (Pedro
de España y Boccasini), todo el mundo abandona a Bonifacio, que
esperó a sus enemigos en la sala del trono, llevando en las
manos las llaves y la cruz. "Ya que hesido abandonado como Jesucristo
(dijo), prienso morir como un Papa". Los invasores insultaron al
Sumo Pontífice, y, según los cronistas, Nogaret le
abofeteó. A todo esto contestó humilde: "Aquí
está mi cuello, aquí mi cabeza". Durante tres días
Bonifacio fue torturado y amenazado, con el fin de obtener de él
la convocatoria del concilio nacional, el mismo que iba a condenarle.
Mientras tanto, el cardenal Boccasini pudo alertar al pueblo, que se
alzó, atacó a los franceses, hirió a Nogaret y
ahuyentó a la banda de los Colonna.
El Papa pudo regresar a
Roma, donde falleció un mes más tarde, el 11 de octubre
de 1303. Pocos años después de Anagni, el rey Felipe se
apoderaba del Papa y daba comienzo a lo que se llama en la historia de
la Santa Sede "el cautiverio de Babilonia". Durante setenta años
el poder pontifical no fue más que un instrumento en manos del
poder temporal. Puede afirmarse que en aquel momento terminaba la Edad
Media.