Otra
familia feudal, los condes de Tusculum (la actual Frascati, en las
cercanías de Roma) se levantó contra los Crescensio e
impuso a Benedicto VIII en perjuicio del candidato de Crescencio, el
antipapa Gregorio. El emperador apoyó a Benedicto y, en 1014, se
dejó coronar y ungir en Roma, junto a su esposa, la emperatriz
Cunigunda, la futura Santa. Por primera vez en Occidente, el emperador
recibió del Papa no sólo la corona, sino también
el globo con la cruz, lo que simbolizaba el poder universal. Papa y
emperador asistieron al concilio en Pavía (1022) después
de haber combatido contra los sarracenos, que habían avanzado
hasta Pisa, y contra los bizantinos, que amenazaban las regiones
meridionales.
Severas
medidas fueron tomadas en Pavía contra los sacerdotes simoniacos
y los que no respetaban el voto del celibato. Benedicto, teniendo en
cuenta las reformas que patrocinó, en el sentido preconizado por
Cluny, aparece hoy como un precursor de Gregorio VII y de su gran
reforma eclesiástica. El Credo del Concilio de Nicea, de 381,
fue definitivamente incorporado a la Misa.