Era florentina, a
los 15 años se casó, y al poco tiempo tuvo un hijo.
Murió su esposo, y para proveer al muchacho se casó por
segunda vez (matrimonio que no fue tan afortunado como el precedente).
También el segundo marido murió, y ella se dio cuenta que
la vida del mundo no era para ella. Cuando su hijo fue mayor
entró en las clarisas franciscanas. Desde aquel día el
convento fue su casa. Antonia no tenía más
ambición que santificarse. Su espíritu de piedad no solo
edificó a sus hermanas sino también trajo la estima de
sus superiores. Fue enviada a Foligno, al convento de Santa Ana como
priora (1430-1433); y al convento de Santa Isabel en L'Aquila, con el
mismo encargo.
Tuvo como director
espiritual a san Juan de Capistrano, que se había unido a san
Bernardino de Siena para promover la "observancia" más genuina
en la regla franciscana. San Juan de Capistrano le confió la
guía del monasterio de Corpus Domini, (1447) para que fuese
modelo del espíritu "observante" en la rama femenina
franciscana, bajo la primera regla de santa Clara. Por muchos
años fue reformadora de costumbres, ejemplo de virtud y de
obediencia. Desgracias y calumnias la hirieron sin hacerla caer, entre
ellas una dolorosa enfermedad que soportó durante 15
años. Venció las propias tribulaciones curando aquellas
que padecían los otros. Aprobó su culto Pío IX el
17 de septiembre de 1847.