BEATO ÁNGEL
PAOLI
20 de enero
1720 d.C.

Se
llamaba Francisco, y nació en Argigliano, anejo entonces del
municipio de Fivizzano, hoy de Càsola en Lumigina (Massa). En
1660 recibió la tonsura y las dos primeras ordenes menores. Se
hizo carmelita en Fivizzano y el noviciado en Siena, donde
pronunció los votos en 1661. Estudió Teología en
Pisa y Florencia donde fue ordenado sacerdote en 1667.
Cambió de
residencia varias veces: Argigliano y en Pistoya, en 1675, vuelve a
Florencia como maestro de novicio; párroco en Corniola y en 1677
es trasladado a Siena y luego a Montecatini en 1680, donde se le
encarga la enseñanza de la gramática a los religiosos
jóvenes; le trasladan a Pisa y luego a Fivizzano como organista
y sacristán. En 1687, el general de la Orden lo llama a Roma
donde en vivió 32 años en el convento de San
Martín ai Monti, primero como maestro de novicios,
ecónomo, sacristán, organista, director del conservatorio
para muchachas fundado por Livia Vipereschi.
Durante la primera
época de su vida, por doquier había ido dejando a su paso
el muy grato recuerdo de un alma sedienta de silencio, de
oración, de mortificación, pero sobre todo de un hombre
entregado a la caridad espiritual y corporal hacia los enfermos y los
pobres, tanto que en Siena le dieron el apelativo de “Padre Caridad”. Y
siempre hizo honor a este apelativo dondequiera que se hallara,
especialmente en Roma donde cuido de los dos hospitales de S. Juan (el
de hombres y el de mujeres) y fundo el hospicio para convalecientes
pobres en la avenida entre el Coliseo y la basílica de S. Juan.
Su lema fue: “Quien ama a Dios debe buscarlo entre los pobres».
Supo también atraer a muchas personas que le imitaron en su
atención a los necesitados. Y así se comprobó
sobre todo durante las calamidades públicas, tales como los
terremotos e inundaciones que se abatieron sobre Roma en los anos 1702
y 1703, en una época en la que el fasto de unos pocos
contrastaba con la miseria de la mayoría.
Acertó a dar a
los ricos muy buenos consejos y ellos le estimaron y le secundaron y
emplearon como mediador en sus propias obras de beneficencia.
Enseñó a los pobres a ser agradecidos y a encontrar en su
humilde condición motivos de perfeccionamiento moral. Fue
consejero de príncipes y de otros “grandes” de la Roma de
entonces o de los huéspedes ilustres de la ciudad. Cardenales y
altos prelados le tenían en gran estima. Rehusó la
púrpura que le ofrecieron Inocencio XII y Clemente XI porque -
decía – “habría redundado en perjuicio de los pobres a
los que no habría podido atender”.
Tuvo una confianza plena en la Divina Providencia, a la que
solía llamar su “despensa”, en la cual nunca falta nada. Esta
confianza se vio no pocas veces recompensada con hechos humanamente
inexplicables, tales como la multiplicación de cosas sencillas
destinadas al alimento de los pobres. Al practicar la caridad, no
descuidaba, sin embargo, la justicia: siendo el mismo ejemplo de justa
retribución a los obreros, sabía conseguir también
que obraran con justicia quienes a veces se olvidaban de ello. Su
unión profunda con Dios la buscaba en la oración
solitaria. Destaco por su amor a la Cruz. El Señor le dio a
conocer algunos sucesos lejanos (como la muerte de Luis XIV y la
victoria del Príncipe Eugenio de Saboya; en Petrovaradin) o
futuros (como su propia muerte y la de otros). Varias personas le
atribuyeron señaladas gracias estando él todavía
en vida. Fue sepultado en la iglesia de San Martino ai Monti donde se
encuentra actualmente en la nave izquierda. Fue beatificado por SS
Benedicto XVI el 25 de abril de 2010.