BEATA ANA MARÍA
JAVOUHEY
15 de julio
1851 d.C.
Nació en Jallenge, cerca de Dijon (Francia); la llamaban
Nanette. En 1791, en plena Revolución Francesa, el
párroco Rapin prefiere exiliarse antes que prestar juramento al
cisma exigido al clero; es substituido por un sacerdote juramentado.
Nanette, a espaldas de sus padres, asiste a veces a su misa. Una noche,
un sacerdote no juramentado llama a la puerta: "Me han requerido para
asistir a un enfermo y no conozco el camino". Nanette,
intrépida, se ofrece a acompañarlo. De camino, el
sacerdote le explica la necesidad de permanecer fieles a la Iglesia de
Roma. A partir de ese momento, y en colaboración con su familia,
organiza ceremonias clandestinas y esconde a sacerdotes acosados por
los revolucionarios. En cuanto se apacigua la tormenta, Nanette recorre
los pueblos y, a golpe de tambor, reúne a la juventud para
enseñarles el catecismo. Un día, recibe de Dios una
misión muy precisa: "El Señor me hizo saber de manera
extraordinaria, pero segura, que me llamaba al estado que he abrazado
para instruir a los pobres y dar educación a los
huérfanos", afirmará más tarde.
Después de
entregarse a la instrucción de los niños, primero en la
localidad de Seurre y luego en Dole, Ana María se une a las
monjas trapenses, en Suiza; después de un tiempo dejó
esta Orden porque no era lo que la Providencia quería para ella.
Aconsejada por su obispo, Ana María se establece en
Châlon-sur-Saône. En 1807, fundó en Cabillón
el Instituto de San José de Cluny, bajo la regla cluniacense;
dedicada al cuidado de los enfermos y niñas pobres y entregadas
también con gran tenacidad a ellos en tierras de misión.
Envió a sus religiosas a trabajar en regiones muy distantes y
ella misma trabajó durante varios años, con heroico
coraje, en Senegal, la Guayana francesa y la Guinea francesa.
A finales de abril de
1835, monseñor d'Héricourt, obispo de Autun, impone a la
madre Ana María unos nuevos estatutos que trastocan de arriba
abajo los antiguos y, según los cuales, se convierte en el
superior general de las hermanas. Ante el rechazo por parte de ella, el
prelado insiste, pero después ordena. Al no disponer ni del
consejo de sus hermanas ni del tiempo necesario para sopesar la
cuestión, la madre Ana María acaba firmando los nuevos
estatutos. Al salir de aquella entrevista, un lancinante remordimiento
se deposita en su alma: ha firmado demasiado de prisa, sin el acuerdo
del capítulo general ni de los demás obispos afectados
por los cambios. Aconsejada entonces por personas autorizadas, reconoce
que su firma le ha sido arrebatada, que no ha sido concedida libremente
y que no tiene valor alguno. Así pues, escribe al obispo
comunicándole que se acogerá a los estatutos de 1827.
Por la misma
época, se les encomendó la emancipación de los
esclavos de la Guayana. Todo ello se consigue con no pocas
dificultades, sinsabores e incidentes dolorosos. No obstante, la
oposición del obispo de Autun la persigue hasta la Guayana. El
16 de abril de 1842, la fundadora escribe que el obispo de Autun "ha
prohibido al prefecto apostólico que me administre los
sacramentos, a menos que lo reconozca como superior general de la
congregación. Se lo perdono de todo corazón por el amor
de Dios". El sufrimiento que genera esa situación, que
durará dos años, es intenso. Ello se agrava con la
circulación de libelos infamatorios contra la madre.
El 18 de mayo de 1843,
la madre se embarca de regreso a Francia. Aquella partida aflige a todo
el mundo. Nada más llegar, obtiene de los obispos que la conocen
bien el permiso para recibir los sacramentos. Sin embargo, el obispo de
Autun sigue obstinado en su idea de ser reconocido como superior de la
congregación. Para ello intenta influir en las novicias de
Cluny, nombrando a un capellán que se dedique a desviarlas de
sus superioras "rebeldes" contra el obispo. El 28 de agosto de 1845, la
madre Javouhey se desplaza a Cluny, donde, tras hablar con gran
serenidad a sus hijas, concluye de este modo: "Hijas mías, os
dicen que seguirme es pecado; yo os digo que no es pecado seguir al
obispo de Autun. Sois libres de elegir. Ya conocéis la
situación; hay muchos obispos que tienen de nosotras una
opinión diferente de la del obispo de Autun y que os
acogerán con alegría. Todas las que quieran permanecer en
la congregación, que me sigan hasta París". De entre las
ochenta jóvenes, solamente siete rehúsan seguirla. El
obispo de Beauvais, gran admirador de la madre, aborda entonces el
asunto con resolución. Poco a poco, monseñor
d'Héricourt queda aislado en su posición contra las
hermanas, dándose cuenta finalmente de que había juzgado
mal a la madre y de que se había abierto un abismo de
incomprensión en su alma. El 15 de enero de 1846, se firma por
fin un acuerdo entre él y la madre.
A
principios de 1851, la salud de la madre Ana María decae y, en
el mes de mayo, con motivo de una visita a la casa de Senlis, debe
permanecer en cama. El 8 de julio, se entera de la defunción del
obispo de Autun. Unos días después, el 15, afirma al
respecto: "Debemos considerar a monseñor como a uno de nuestros
bienhechores. Dios se sirvió de él para enviarnos la
tribulación, en un momento en que, a nuestro alrededor,
sólo escuchábamos alabanzas. Resultaba necesario, porque,
con el éxito que estaba alcanzando nuestra congregación,
habríamos podido creernos importantes si no hubiéramos
sufrido esas penalidades y contradicciones". Poco después de
pronunciar esas palabras, entrega su alma a Dios. En aquel momento, su
congregación contaba con unas 1.200 religiosas, dedicadas a
buscar en todo la voluntad de Dios mediante la enseñanza, las
obras hospitalarias y misioneras. Su fiesta se celebra en
París. Fue beatificada por SS Pío XII el 15 de
octubre de 1950.