LA BEATA ANA CATALINA EMMERICK Y SU ÁNGEL CUSTODIO



   El ángel de la guarda fue para Ana Catalina durante toda su vida un amigo fiel e inseparable; un compañero que nunca la dejaba sola, que la protegía y ayudaba en todas sus necesidades. Era como un hermano mayor, que la cuidaba y enseñaba a vivir bien y amar cada día más a Jesús. Oraba con ella y le ayudaba en las tareas humildes del hogar, cuando hacía sus labores de costura, cuando cuidaba las vacas, y sobre todo, la protegía de los ataques del demonio. Era su amigo, su protector, su guía y consejero.

   Al hablar de su bautismo, que se realizó el mismo día de su nacimiento, ella afirma: Cuando fui bautizada estaba allí mi ángel custodio con mis santas patronas santa Ana y santa Catalina .  Cuando ella era niña el ángel custodio se le aparecía bajo la figura de un niño.  Y ella era como un niño dócil y silencioso en manos de su ángel .

    Cuando pasaba algún sacerdote cerca de su casa salía corriendo a su encuentro, a pedirle la bendición. Si en esos momentos  estaba apacentando las vacas, las dejaba solas, encomendándolas a su ángel y salía a recibir la bendición del sacerdote .

    Cuando estaba sola en el campo o en el bosque, llamaba a las aves para que cantasen con ella alabanzas al Señor. Los pajarillos le cogían confianza y se posaban en sus brazos y en sus hombros, y ella les acariciaba. Si por ventura encontraba algún nido, su corazón palpitaba de gozo y decía a los polluelos las más tiernas palabras . Era tal su delicadeza y sensibilidad que no dejaba de emocionarse al contemplar las bellezas de la creación. Los animales eran sus amigos con los que alababa al Señor, junto a su ángel custodio. Y eso le ocurrió, no sólo cuando era niña, sino también cuando estaba ya en el convento. Ella nos dice: Cuando trabajaba en el jardín, los pájaros venían a mí, se ponían sobre mi cabeza y sobre mis hombros y cantábamos juntos las alabanzas de Dios. Y yo veía siempre a mi lado al ángel de mi guarda .

   Cuando era pequeña comenzó a levantarse por la noche para hacer oración. Se levantaba y oraba con su ángel dos o tres horas seguidas; a veces, hasta el amanecer. A ella le gustaba orar al aire libre y, cuando el tiempo lo permitía, iba a un campo delante de su casa donde había un montículo, creyendo que allí estaba más cerca de Dios. Oraba con los brazos extendidos y los ojos dirigidos hacia la iglesia de Koesfeld. Ella admite que no hubiera hecho semejantes cosas semejantes sin la inspiración de su ángel .


GUÍA  Y  MAESTRO

    Su ángel era para ella su maestro  y guía espiritual. Desde niña quiso amar a Dios con todo su corazón, y esto la llevaba a pedir a su ángel, en su ingenuidad, que la recogiera para morir antes de ofenderle a Él con algún pecado. Desde pequeña tenía visiones y revelaciones de Dios, mediante las cuales conocía la vida de Jesús y la de algunos santos en sus menores detalles.

   Ella se sentía en sus visiones como si fuera un niña de cinco o seis años. Y esto le ocurría durante su juventud. Un día le preguntó a su ángel a qué se debía que, en la contemplación, se sentiese como una niña, y él le respondió: Si no fueras realmente una niña, no podrías ver esto. Con ello quería decirle que, si no fuera pura de cuerpo y alma, no podría recibir esas maravillas .

   Ella crecía en belleza interior bajo la guía de su ángel, que regulaba sus sentimientos, sus pensamientos, sus palabras, y mantenía su espíritu siempre fervoroso para la práctica continua de la perfecta obediencia . Su ángel custodio no consentía en ella la menor imperfección, castigando sus faltas con reprensiones     y penitencias, muchas veces, dolorosas y siempre de mucha humillación interior. Por lo cual, se juzgaba a sí misma con suma severidad, mientras su corazón rebosaba bondad y dulzura para los demás .

   Hasta los doce años, el ángel fue su único guía. Pero cuando hizo su primera comunión, la sumisión y el respeto que guardaba al ángel, lo puso en su confesor. De modo que el ángel subordinaba su dirección a la del sacerdote. Parecía que el ángel sólo quería intervenir como protector y guardián, mientras que la Iglesia, por medio del sacerdote, tomaba la dirección espiritual .

    Cuando estaba enferma en el convento, le mandaban tomar medicamentos caros, que ella debía pagar y que sabía que no la curarían, pero el ángel, del que recibía instrucciones, nunca le dijo que rechazara los remedios. Eso entraba en el plan de Dios, porque Catalina debía expiar en la Iglesia los pecados de los que, por sus doctrinas, propósitos, etc., querían hacer daño a la Iglesia. Y ella tenía conciencia de que su expiación era tanto más eficaz, cuanto con más sencillez y docilidad se sometía a las prescripciones que le imponían para tomar las medicinas. Y ella no ponía resistencia ni se contrariaba .  En realidad, toda su vida estaba regulada bajo la dirección de su ángel guardián, que la instruyó para servir a Dios y practicar las virtudes desde que era muy niña .

    Dirigida por su ángel, que le daba las luces necesarias, practicaba ejercicios de piedad con una prudencia y constancia que asombran. Ella tenía en un rincón de la granja una pequeña imagen de la Madre de Dios con el niño Jesús, colocada sobre un tronco de madera que hacía de altar. Allí tenía todos los objetos que le regalaban sus padres y amigos, y que hacen feliz normalmente a los niños de su edad. Ella se los regalaba al niño Jesús, y estaba convencida de que todo lo que le daba, le agradaba al niño Jesús .


PROTECTOR  EN  LOS  PELIGROS

   Sobre la protección que le brindaban, ella  declara: Veía siempre a mi lado a mi ángel de la guarda y, aunque el espíritu maligno quería hacerme daño, no podía hacerme mucho mal . Un día, el demonio tomó la figura de su ángel para engañarla. Ana Catalina nos cuenta lo que le ocurrió: Tenía agudos dolores en las llagas y me vi precisada a gritar en voz alta, porque no podía soportarlos. Las llagas me sangraban a borbotones con gran fuerza y en forma pulsátil. De repente se me apareció el maligno, fingiéndose un ángel de luz y, acercándose, me dijo: “Traspasaré tus llagas y mañana estarán curadas. Ya no volverán a dolerte ni te atormentara más”. Al punto lo reconocí y le dije: “Vete, que no me hace falta. Tú no me has causado estas llagas y nada quiero contigo”. Entonces saltó y se arrojó como un perro debajo del armario... Volvió otra vez y me dijo: “¿Por qué quieres atormentarte de este modo?”. Mi angustia era tanta que le pedí al confesor que me bendijera y, entonces, huyó el enemigo .

   Otro día en que debía cruzar un puente muy estrecho, yo miraba con terror lo profundo de las aguas, que corrían por debajo, pero mi ángel custodio me guió felizmente a través del puente. En la orilla había una trampa armada y en torno de ella saltaba un ratoncillo. De pronto, se sintió tentado de morder el bocado que veía y quedó preso en la trampa. ¡Oh desventurado —dije yo—, por un bocado gustoso sacrificas la libertad y la vida! Mi ángel me dijo: “¿Y los hombres obran racionalmente, cuando por un corto placer ponen en peligro el alma y la salvación eterna?” .

   Catalina le había pedido a Dios que la preservara de todo pecado y que la diese a conocer y cumplir siempre su santa voluntad. Dios escuchó su oración. Y para protegerla e iluminarla en su largo viaje, la hizo acompañar, paso a  paso, por su ángel, a través de una vida de trabajos, combates y sufrimientos. Él le enseñó cómo afrontar los peligros, soportar los sufrimientos y luchar en los combates. También el ángel le mostraba por adelantado mediante visiones o símbolos... sus sufrimientos próximos o lejanos, a fin de que pidiera fuerzas para soportarlos. También le mostraba los acontecimientos importantes o los encuentros que iba a tener con ciertas personas… para que se comportase de acuerdo a ellos. Y recibía avisos precisos sobre la manera de comportarse. Y, si era necesario, el ángel le decía los términos en los que se debía expresar. Esta solicitud del ángel se extendía a todos los objetos, trabajos y asuntos de que ella debía ocuparse .

    En mis ocupaciones de sacristana, me sentía a veces arrebatada de improviso y subía, caminaba y vagaba por los lugares más altos de la iglesia, por encima de las ventanas, los adornos y las cornisas. A lugares donde humanamente era imposible llegar, yo alcanzaba llegar, para limpiar y adornar. Me sentía elevada y sostenida en el aire sin espantarme por ello, porque desde niña estaba acostumbrada a que me ayudase mi ángel custodio. Muchas veces, al volver del éxtasis, me encontraba sentada sobre el armario  donde guardaba los objetos de la sacristía .  


CONSEJERO  ESPIRITUAL

    Su ángel le daba consejos sobre lo que debía hacer y sobre cómo cumplir mejor la voluntad de Dios. Según su biógrafo, el padre Schmoeger, estando en éxtasis, sucedía frecuentemente que recibía de su ángel la orden de llamar la atención a sus hermanas sobre la observancia de la Regla. Ella se presentaba delante de ellas, sin salir del éxtasis, y, llorando, les citaba las prescripciones de la Regla sobre el silencio, la obediencia, la pobreza, el oficio divino y la disciplina claustral, prescripciones que eran muchas veces quebrantadas. A veces se echaba a los pies de una hermana en la que veía sentimientos de aversión o de rencor y le pedía la perdonara y que fuese caritativa… Estas humildes súplicas hacían que algunas le abrieran el corazón y le revelaran su interior, pidiéndole consejo y oraciones, pero ellas caían frecuentemente en las mismas faltas .

   El 28 de agosto de 1822, mientras hablaba con su confesor, entró en éxtasis. Al regresar, le  contó al confesor: “Mi ángel custodio me ha avisado de un hombre de clase media, que está muriendo por un ataque”. Según el confesor, tales sucesos eran frecuentes .

   Su ángel la sostenía en su oración, la hacía arder en amor al prójimo, infundiéndole valor y perseverancia en sus súplicas a Dios, de modo que las horas le parecían cortas . Una noche fue en bilocación a una gran iglesia y vio al Santísimo Sacramento rodeado de ángeles: Vi —ella relata— la figura resplandeciente del niño Dios… Pasé casi toda la noche acompañada de mi ángel delante del Santísimo Sacramento .

    Ella aseguró que nunca entró en la casa de Dios sin ser acompañada por su ángel custodio, y al verle cómo adoraba a Jesús sacramentado, tenía el modelo de cómo acercarse a Él como el debido respeto . Su ángel, no sólo rezaba con ella y le daba ejemplo, sino que también rezaba por ella.


AYUDA  EN  LAS  DIFICULTADES 

   En las muchas dificultades que tuvo en su vida, Dios la sacó siempre de apuros por medio de su ángel. Cuando trabajaba de costurera, sus manos eran dirigidas por su ángel con firmeza y seguridad, aunque sus ojos elevados sobre las cosas del mundo no podían mirarlas. Al principio, se acercaba con temor a la mesa de la costura, porque sabía que no podría librarse de las imágenes que arrebataban su espíritu y no quería llamar la atención. Pero sus súplicas en demanda de auxilio fueron escuchadas y el ángel puso en su boca las palabras que había de responder, cuando era súbitamente interrogada, y mantuvo sus manos para que la labor no se le cayese de ellas .

   Luise Hensel, en este sentido, recuerda lo siguiente: Una noche estaba con Ana Catalina confeccionando un corporal, que había adornado con un encaje. Lo dejé para ir a cenar... Cuando volví, inmediatamente después de la cena, estaba terminando de coserlo afanosamente con los ojos brillantes. Señaló con una crucecita de hilo rojo el lugar en el que descansaría la hostia después de la consagración y, antes de devolverme el lienzo, besó aquel lugar, diciendo: “Este lugar me gusta extraordinariamente”. La labor estaba muy bien hecha y ejecutada con esmero .

   A veces su ángel le ayudaba a realizar verdaderos milagros. Luise un día le cortó unos patrones para dos chaquetitas y tres o cuatro gorros, la misma Luise anota: Imposible describir mi sorpresa, cuando al día siguiente vi que había terminado las prendas y sin el menor defecto... La mejor costurera no habría podido acabar en una noche todos aquellos esmerados trabajos de costura sin defectos, incluso si hubiera estado en una habitación caliente y bien iluminada. ¡Y con manos sanas! Ella había realizado aquel trabajo en medio de la más completa oscuridad. Se trataba claramente de un milagro .

    En varias oportunidades en que pasaba grandes penurias económicas, Dios, por medio de su ángel, le proporcionó el dinero necesario milagrosamente. Así, cuando estaba a punto de hacer su profesión, surgió un grave inconvenie¬nte, porque debía a un acreedor diez táleros, ya que se había hecho garante de una deuda del organista Söntgen, en cuya casa estuvo tres años alojada. Entonces, se fue a orar con fervor a la iglesia conventual y, al regresar a su celda, encontró en la ventana exactamente los 10 táleros que necesitaba .

   Cuando estaba enferma, los únicos remedios que me hacían bien eran los sobrenaturales. Los que me prescribía el médico me dejaban extenuada, pero debía obedecerle y comprarlos, a pesar de que eran muy caros. Sin embargo, Dios me daba el dinero y hacía que se multiplicase. Él me ha dado todo lo que he necesitado para estar en el convento… Una vez recibí una suma bastante grande y, después emplearla, se lo conté al deán Rensing. Él me dijo que había hecho bien de decírselo, pero que la próxima vez le mostrara el dinero .

   Durante la investigación eclesiástica, le di a mi cuidadora dos táleros que me prestaron, para que fuera en peregrinación a Telgt y mandara celebrar dos misas a mi intención. Al poco tiempo encontré los dos táleros sobre mi cama y así pude pagar a quien me los prestó .

   En otra ocasión, regresando del coro a su celda, que la había dejado cerrada, se encontró en la ventana dos táleros que ella entregó a la Superiora, quien le autorizó para comprar una provisión de café, que le duró (milagrosamente) mucho tiempo .

   A veces, se encontraba tan débil que le era imposible trabajar en el jardín o lavar y arreglar las cosas de la sacristía. Pero lo hacía, a pesar de sus grandes dolores... Una mañana estaba en cama muy enferma y debía preparar la masa de las hostias. Imploró el socorro de Dios y se levantó, se fue a la iglesia, pidió fuerza ante el Santísimo Sacramento y aunque bañada de sudor, cumplió su oficio de preparar las hostias. Sin embargo, hay que decir que ella no fue sola a trabajar, pues su ángel le ayudó. Apenas terminó su trabajo, se encontró tan enferma como antes y con gran esfuerzo regresó a su habitación .


CONOCIMIENTO  SOBRENATURAL

   Ana Catalina tenía el don de conocimiento de las cosas sagradas. A este respecto, declaró su director espiritual, padre Overberg: Ella distinguía los huesos de los santos y conocía en detalle sus vidas, siguiendo las indicaciones de su ángel .

   Un día, su ángel le dijo: “Tú has recibido el don de ver la luz que sale de las reliquias de los santos, por la disposición que has recibido en orden a la Comunidad de los miembros de la Iglesia, pero la fe es la condición de toda disposición para recibir la influencia de las cosas sagradas” .

   A veces su ángel le informaba el fallecimiento de algunas personas para que orara por ellas. Cuando le preguntaron cómo se enteraba, respondió: Algunas veces, es por una aparición (del interesado) que se lo daba a entender;  otras veces, tenía la impresión de que alguien me lo decía .

   Es conocido en la vida de algunos santos que tenían el don de discernimiento de espíritus y conocían el corazón de las personas y hasta sus pecados. Algunos dicen claramente que su ángel se lo inspiraba. Suponemos que esto también ocurría con Ana Catalina, pues tenía en grado eminente este don de conocimiento de los corazones.

   El doctor Wesener, su médico personal, afirma: Ella me dijo que leía frecuentemente los corazones de la gente que venía a verla y que normalmente, ella sabía lo que pensaban de ella . A su gran amiga Luise Hensel le dijo en su primera visita: Créeme, yo llego hasta el fondo del corazón de lo que vienen a mí. Dios me ha hecho este regalo .

    Al  doctor Wesener, el primer día de su visita, le dijo muchos detalles de su vida. Y él dice: Me recordó con exactitud hasta en sus menores detalles dos cosas concretas con todas sus circunstancias que sólo podía conocer a través de una revelación sobrenatural .

   Algo semejante le ocurría con las hermanas de su convento. Yo les hacía ver —afirma ella— que sabía todo lo que ellas decían y hacían en secreto. Ellas me preguntaban cómo lo sabía. Pero yo no se lo podía decir . Con toda seguridad, muchísimos de los conocimientos sobrenaturales que ella tenía, lo sabía por medio de su ángel, que se lo hacía conocer para bien de las almas.



MÉDICO  CELESTIAL

   El ángel custodio le ayudaba y aliviaba en sus enfermedades y hasta le conseguía remedios celestiales para su curación. Los remedios los recibía—asegura ella— de mi ángel y también de mi celestial esposo, de María y de los santos. Los recibía, ya en brillantes botellitas, ya en forma de flores, capullos y hierbas. A la cabecera de mi lecho había una repis¬a de madera donde hallaba yo aquellas admirables medicinas.

   Muchas veces, los manojos de hierbas olorosas y delicadas estaban junto a mi cama o los tenía yo misma en la mano, cuando volvía en mí. Yo tocaba las tiernas y verdes hojas y sabía cómo habían de aplicarse. Las olía –su buen olor me confortaba mucho—, me las comía  o hacía una infusión con ellas. Siempre notaba alivio y me restablecían el tiempo necesario para ejecutar algún trabajo… Muchos de estos remedios me duraban largo tiempo e incluso se los daba a otros, para que se curasen. Todos estos dones son hechos reales que ciertamente sucedieron, pero el modo como en mí sucedieron no lo puedo explicar. Realmente existieron y así los tomaba yo... También he recibido semejante don del santo patrón de mi Orden, en el día de su fiesta... Se me apareció san Agustín y me dio una piedra brillante y transparente en forma de haba, en la cual sobresalía a manera de grano de trigo un corazón con una  cruz… Cuando desperté (del éxtasis) me vi con esta piedrecita en la mano. La puse en un vaso con agua, a menudo bebía de ella y sentía que me curaba .

   Otro día recibí de mi ángel un frasco lleno de bálsamo. Era un licor blanquecino, semejante a un aceite espeso. Lo utilicé para curarme una grave herida que me había hecho al caerme un canasto lleno de ropa blanca mojada, y también para curar a otros enfermos pobres. El frasco tenía forma de pera con un cuello delgado y alargado. Su tamaño era como el de una botellita o frasco de perfumes. El cristal era muy transparente, y lo tuve mucho tiempo en mi armario.

   En otra ocasión recibí unas pequeñas porciones de un alimento muy dulce al paladar, del que comí durante bastante tiempo, y del que daba a los pobres,  para que se curasen. Un día los encontró la Superiora y me reprendió por ello, pues yo no pude decir de dónde lo había recibido . Su ángel era su médico y su enfermero, alivio y consuelo en todas sus penas.


VIAJES  AL  PURGATORIO 

   Ana Catalina tuvo desde muy niña una especial devoción a las almas del purgatorio. Triste cosa es que las ánimas benditas sean ahora tan rara vez socorridas —afirma ella—. Es tan grande su desdicha que no pueden hacer nada por su propio bien. Pero cuando alguno ruega por ellas o padece o da alguna limosna en sufragio de ellas, en ese mismo momento cede esta obra en bien suyo y ellas se ponen tan contentas y se reputan tan dichosas como aquel a quien dan de beber agua fresca, cuando está a punto de desfallecer .

   Su ángel la llevó varias veces a visitar el purgatorio, y por eso puede declarar ella: Estaba yo con mi ángel en el purgatorio y veía la gran aflicción de aquellas pobres almas que no podían valerse a sí mismas, y cuán poco las socorren los hombres de nues¬tro tiempo. No se puede expresar lo necesitadas que están. Las comprendí cuando me hallé separada de mi guía por una montaña. Experimenté tan vivo anhelo y tal afán de volver a su lado, que casi perdí el sentido. Le veía a través de la montaña, pero no podía ir hacía él. Entonces me dijo el ángel: “Ese mismo deseo que tú sientes, lo sienten estas almas de que se las socorra”.

   El ángel me exhortaba a ofrecer todas mis privaciones y mortificaciones por las ánimas benditas. Yo enviaba muchas veces a mi ángel custodio al ángel de aquellos a quienes veía padecer, para que él los moviera a ofrecer sus dolores por las ánimas benditas. Lo que hacemos por ellas, oraciones u otras buenas obras, al punto se les convierte en consuelo y alivio. ¡Se alegran tanto, son tan dichosas con esto y tan agradeci¬das! Cuando yo ofrezco por ellas mis trabajos, ellas ruegan por mí. Me espanta ver la abundancia de gracias que la Iglesia pone a disposición de los hombres, y cómo estos renuncian y se aprovechan tan poco de ellas, y mientras las desperdician horriblemente, las pobres almas del purgatorio se consumen y desfallecen por no poder valerse de ellas  .

   He visto en el purgatorio a protestantes que vivieron piadosamente en su ignorancia religiosa. Se sienten abandonados, porque nadie ruega por ellos . Una noche fui conducida al purgatorio. Me parecía un abismo profundo enormemente espacioso. ¡Da enorme lástima ver lo triste  que están las pobres almas en aquel lugar! .

   Las mayor parte de los hombres están allí expiando la indiferencia con que juzgaron sus pecados habituales. Y no olvidemos que en el purgatorio están los ángeles custodios, acompañando a las almas hasta el momento definitivo de su liberación. En el momento del juicio particular después de morir, en el mismo lugar de su muerte —nos dice Ana Catalina—,  allí veo a Jesús, a María, al santo patrono de cada uno y a su ángel custodio .

   He recorrido muchas veces el purgatorio, acompañada de los santos. Siempre tengo que caminar por caminos tristes, pero acepto este trabajo en expiación de los pecados de las ánimas benditas y voy orando por  ellas. Recuerdo los padecimientos de los santos y los ofrezco juntamente con los de Jesús por las almas benditas . Y eran muchas almas liberadas con la ayuda de Ana Catalina que regresaban a darle las gracias, porque son muy agradecidas.


VIAJE  AL  INFIERNO 

   Cuando el ángel abrió la puerta, me vi en medio de una confusión de voces de espanto, de maldiciones, injurias, aullidos y lamentos… Cuando me acuerdo de lo que vi, tiemblo de pies a cabeza. Todo lo vi en su conjunto; allí había una sima tenebrosa, había fuego, tormentos, noche. Los límites del horizonte eran siempre noche. Al acercarme, vi un país de infinitos tormentos .

   Evidentemente todo esto lo vio en visión, pero todo lo que podamos imaginar del infierno se queda pequeño con respecto a la realidad de quienes libremente rechazaron a Dios.  Él respetó su libertad y no quiso obligarles a amarlo. Ellos le odiaron y escogieron vivir eternamente en compañía de los demonios en un mundo de odio, violencia, impureza y maldad...


VIAJES  INTERNACIONALES

    Viajando con su ángel por todos los países del mundo, Ana Catalina ayudaba a muchos que estaban en dificultades del cuerpo o del alma. Eran viajes en bilocación, mientras ella estaba gravemente enferma en su habitación. Con frecuencia, volvía con heridas corporales, porque no sólo iba en espíritu.

   A veces en sus viajes —nos dice ella— daba vuelta a la tierra, cuando su marcha espiritual lo exigía. En el curso de sus viajes desde su casa hasta lo países más lejanos, socorría a mucha gente y ejercía con ellas las obras de misericordia espirituales y corporales .

   En ciertas festividades era conducida por su ángel en romerías espirituales a diferentes iglesias de su patria y de los lugares más remotos del mundo, para que expiase con sus penas y oraciones las ofensas que por tibieza e indiferencia cometen sin cesar los cristianos contra el sacramento del amor .

   El ángel  me llama y me guía —nos sigue diciendo ella—, ya a un lugar, ya a otro. Voy en su compañía. Me conduce a donde hay personas a quienes conozco o he visto alguna vez, y otras veces a donde hay otras a quienes no conozco. Me lleva sobre el mar, con la rapidez del pensamiento, y entonces veo muy lejos, muy lejos. Él fue quien me llevó a la prisión donde estaba la reina de Francia.

   Cuando se acerca a mí para acompañarme a alguna parte, veo un resplandor y después surge de repente su figura de la oscuridad de la noche, como un fuego artificial que súbitamente se enciende. Mientras viajamos es de noche por encima de nosotros, pero por debajo la tierra resplandece. Vamos desde aquí, a través de comarcas conocidas, a otras cada vez más lejanas, y yo creo haber recorrido distancias extraordinarias; unas veces vamos por encima de calles o rectos caminos, otras veces surcamos campos, montañas, ríos y mares. Tengo que andar a pie todos los caminos y que trepar muchas veces escarpadas montañas; las rodillas me flaquean doloridas, y los pies me arden, pues siempre voy descalza.

   Mi guía vuela, unas veces delante de mí, y otras a mi lado, siempre muy silencioso y reposado; y acompaña sus breves respuestas con algún movimiento de la mano o con alguna inclinación de cabeza. Es brillante y transparente, bien severo o bien amable. Sus cabellos son lisos, sueltos y despiden reflejos; lleva la cabeza descubierta y viste un traje largo y resplandeciente como el oro. Hablo confiadamente con él, pero nunca puedo verle el rostro, pues  estoy humillada en su presencia. El me da instrucciones, y yo me avergüenzo de preguntarle muchas cosas, pues me lo impide la alegría celestial que experimento cuando estoy en su compañía. Siem¬pre es muy parco en sus palabras… Cuando llegamos al mar, y no sé pasar a la orilla opuesta, de repente me veo en ella, y miro admirada hacia atrás. Paso con frecuencia sobre las ciudades. Cada vez que en el oscuro invierno salía ya tarde de la iglesia de los jesuitas de Koesfeld  e iba a nuestra casa de Flamske a través de nubes de agua y nieve y sentía miedo, acudía a Dios; entonces veía oscilar delante de mí un resplandor como llama que tomaba la forma de mi guía. Al punto se secaba el piso por donde iba; veía claridad en torno mío: dejaba de llover y nevar sobre mí y llegaba a casa sin mojarme .

   Muchas veces veía los problemas y sufrimientos de la gente. Veía enfermos impacientes, cautivos afligidos, moribundos sin preparación. Veía viajeros extraviados, náufragos y necesitados próximos a la desesperación. Veía al borde del abismo almas vacilantes, a las cuales la providencia quería auxiliar. Y sabía que, si ella dejaba de orar y hacer penitencia por ellos, no habría quien la reemplazara y ellos quedarían sin consuelo y se perderían. Y su ángel custodio la apoyaba en sus oraciones .

   Una noche, estando en la cama enferma, vi dos personas que hablaban de cosas piadosas en apariencia, pero su corazón estaba lleno de malos deseos. Yo me levanté y fui al edificio en cuestión para separarlos. Cuando me vieron venir, huyeron. Cuando retorné, me di cuenta de que estaba en medio de la escalera del convento y no pude llegar a mi celda, sino con gran esfuerzo por mi debilidad .

   En una ocasión, hizo en espíritu un largo viaje y sintió todas las fatigas de un viaje penoso, se hirió los pies y tuvo en ellos señales que parecían haber sido causadas por piedras o por espinas. Se torció un pie y tuvo que sufrir mucho por ello  corporalmente. Conducida en este viaje por su ángel custodio, le oyó decir que esas heridas corporales eran una señal de que había sido arrebatada en cuerpo y en espíritu. Lesiones corporales  parecidas se veían también en Ana Catalina pocos instantes después de algunas de sus visiones. Ana Catalina solía comenzar sus viajes (en bilocación), siguiendo a su ángel a la capilla próxima a su casa . Guiada por su ángel estuvo en todas partes del mundo. Estuvo en América del Norte y del Sur, llegó hasta China y el Tíbet. ¡Realmente Dios es maravilloso en sus santos!

    La vida de Ana Catalina es una hermosa historia de fe. Su amor a Jesús Eucaristía era el centro de su vida y en el sagrario veía a los ángeles, adorando a Jesús. También amaba con entrañable amor a María, que se le aparecía con frecuencia con el niño Jesús. Pero también era admirable su unión con su ángel, a quien amaba como a un hermano. Y no sólo al suyo, también a los ángeles de los demás, que también eran sus amigos. Por ello, a veces, enviaba a su ángel a avisar a los ángeles de los demás para transmitirles algún mensaje.

   Cuando hago oración por otros—nos dice ella—, y el ángel no está conmigo, lo invoco para que vaya con el ángel de ellos. Si está conmigo, digo muchas veces: “Ahora me quedaré sola aquí, vete tú allá y consuela a esas gentes” .

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(Parroquia San Martín de Porres)