¡Oh
María, Hija predilecta del Padre, Madre admirable del Hijo,
Esposa fidelísima del Espíritu Santo!
Tú eres mi Madre espiritual, mi admirable maestra y soberana, mi
gozo, mi corona, mi corazón y mi alma.
Tú eres toda mía por bondad del Señor y yo te
pertenezco por justicia.
Más, aún no soy tuyo cuanto debo: por ello, hoy me
consagro a ti en disponibilidad plena y eterna, comprometiéndome
a arrancar de mí cuanto desagrade a mi Dios y a plantar,
levantar y producir todo lo que tú quieras.
Que la luz de tu fe disipe las tinieblas de mi espíritu, que tu
humildad profunda sustituya a mi orgullo, que tu contemplación
contenga a mi alocada fantasía, que tu visión no
interrumpida de Dios llene con su presencia mi memoria, que el fuego de
tu ardiente caridad incendie la tibieza y frialdad de mi pecho, que mis
pecados cedan el paso a tus virtudes y el fulgor de tu gracia me
acompañe al encuentro con Dios.
Madre mía amadísima, alcánzame la gracia de no
tener más espíritu que el tuyo para conocer a
Jesús y su Evangelio; más alma que la tuya para alabar y
glorificar al Señor; más corazón que el tuyo para
amar a Dios como tú lo amas.
No te pido visiones, ni revelaciones, ni gustos, ni consuelos
aún espirituales.
Para ti, el ver claro sin tinieblas ni dudas; para ti, el saborear el
gozo pleno; para ti, el triunfar junto a tu Hijo; para ti, el dominar
cielos y tierra y humillar los poderes del maligno; para ti, el
difundir como tú quieras los dones del Altísimo.
Esta es tu mejor parte, que no te será nunca arrebatada y me
llena de gozo el corazón.
Para mí solamente gozarme en tu alegría, seguirte en tu
camino, creer confiado solamente en Dios, sufrir con alegría
cerca a Cristo, morir al egoísmo cada día, colaborar
contigo para salvar al mundo.
Te pido solamente poder decir tres veces Amén, en todos los
momentos de mi vida:
Amén a cuanto hiciste en este mundo, Amén a cuanto hoy
haces en el cielo, Amén a cuanto ahora haces en mi alma, para
que en ella Cristo sea glorificado en plenitud, en el tiempo y en la
eternidad.