Pedro
Ottobuoni, veneciano, fue elegido merced al apoyo de un nuevo grupo
formado dentro del Sacro Colegio, llamado de los "Zelanti", cuyo fin
era el de tener en cuenta sólo los intereses de la Santa Sede y
de ignorar en lo posible las presiones del poder temporal. Alejandro
VIII, que había estudiado Derecho y era conocido por su
inteligencia y sabiduría, logró apaciguar a Luis XIV y
vencer las últimas resistencias del galicanismo y del
jansenismo. Por otro lado, el rey de Francia se veía obligadoa
inclinarse hacia el Vaticano, amenzado por Inglaterra, que se
había liberado de la tutela francesa, y por la liga de Augsburgo.
En el seno
de la Igesia, el Papa tuvo que intervenir varias veces para poner fin a
las heterodoxias. Dos jesuitas franceses sostenían que una
persona desconcía a Dios o que momentáneamente ignoraba
su existencia no puede nunca cometer un pecado mortal. El Papa
condenó la tesis jesuita en 1690. El mismo año una serie
de tesis jansenistas, lanzadas por los teólogos de Lovaina,
fueron también condenadas, igual que el "quietismo" de Miguel
Molinos, sacerdote español, que sostenía lo siguiente: el
último estado de la perfección cristiana consiste en un
reposo o quietud, en el que el alma, abandonando cualquier deseo de
activdad, perdiendo hasta la conciencia de sí misma, se disuelve
en Dios y se vuelve, por consiguiente, indiferente con respecto a los
dogmas y a las obras y hasta a la idea propia de su propia
salvación.
El "Quietismo" penetró en Francia, provocó
un conflicto entre Bossuet y Fénelon, y una serie de encuentros
y conferencias fueron organizados entre los teólogos para
resolver el problema. Fénelon defendió el Quietismo y a
su divulgadora mñas empedernida, la señora de Guyon, en
un libro titulado "Explicación de las máximas de los
Santos". El libro fue examinado en Roma y condenado. Fénelon se
sometió, humildemente, a la decisión pontificia. Pero el
mal estaba hecho. El sentimentalismo racionalista e individualista,
apoyando la enseñanza del "quietismo", habría de brotar
más tarde, precursor, como escribe Mourret, de las
utopías revolucionarias. Lo que Paul Hazard llamará en su
famoso libro "La crisis de la conciencia europea" tiene sus
raíces en aquel fin de siglo, en el que se perfilan ya las
doctrinas que drán al siglo siguiente su empuje revolucionario.
El único defecto de Alejandro VIII fue el de apoyar a sus
sobrinos, Marcos y Pedro Ottobuoni sobre todo, a los que dio la
púrpura y dotó de grandes fortunas. Fue amigo del
músico alemán Haendel, que escribió para el
Pontífice muchas de sus obras más importantes.