ALEJANDRO III
1159-1181 d.C.
El
pontificado de Alejandro III (Orlando Bandinelli) fue uno de los
más dramáticos y agitados en la historia de la Iglesia.
Apenas elegido, el cardenal Maledetti se hizo proclamar antipapa bajo
el nombre de Víctor IV. Alejandro tuvo que retirarse a
Terracina, al sur de Roma, mientras el emperador, feliz de poder
intervenir otra vez en los asuntos de la Iglesia, convocaba una
asamblea en Pavía y proclamaba la validez de la elección
del antipapa Victor. Alejandro excomulgó al emperador. La guerra
era inevitable. Federico penetró en el norte de Italia y
saqueó varias ciudades, mientras Alejandro se refugiaba en
Francia, donde pasó más de un año en Sens. Casi
todos los países cristianos lo reconocían como sobernano
Pontífice. A la muerte de Victor IV, el canciller del emperador,
Reinaldo de Dassel, hizo elegir un nuevo antipapa, que tomó el
nombre de Pascual III.
El emperador obligó a sus súbditos a jurar
fidelidad al usurpador, y para congraciarse con los alemanes,
sugirió al antipaoa la canonización de Carlomagno. El 1
de agosto de 1167 Federico entraba en Roma y se hacía coronar
por Pascual. Desde aquel momento la suerte abandonó al
emperador. Su ejército fue diezmado por la peste, y una liga
lombarda se formaba en el Norte bajo el directo caudillaje del Papa
(1168). Fue entonces cuando el Pontífice fundó la ciudad
de Alejandría, a la que dio su nombre, con el fin de desafiar al
emperador.
El 29 de mayo de 1176, una de las fechas más
grandiosas de la historia de Occidente, la liga lombarda, formada por
los municipios libres, derrotó por completo, en Legnano, a las
tropas de Fedrrico Barbarroja. Giuseppe Verdi cantó la
importante hazaña en su ópera La batalla de Legnano. Dos
tratados fueron firmados, uno en Venecia, con el Papa (1177), y otro en
Constanza (1183) con los lombardos. El Tratado de Venecia, firmado un
siglo después del de Canossa, reconocía a Alejandro III
como Papa legítimo y devolvía a la Iglesia las tierras y
las ciudades incorporadas al Imperio. El Tratado de Constanza
reconocía a las ciudades libres los derechos regalistas
(regalía) que el emperador se había atribuido, inspirado
por los doctores de Bolonia. El triunfo de la Sede Apostólica
era completo.
Federico buscó los laureles que Italia negado en el
Oriente, donde falleció durante la terdera cruzada,
ahogándose en el rio Selef (10 de junio de 1190). Según
la leyenda, Federico sigue viviendo en una gruta, y su larga barba
blanca atraviesa la mesa de mármol en la que el emperador esta
apoyado.
Después de la victoria de Legnano, Alejandro
había regresado a Roma, donde había convocado un concilio
(1179), en el que se ratificaba la paz de Venecia. Sólo
podía ser elegido Papa el que sumaba las dos terceras partes de
los votos.
Mientras Italia se agitaba bajo las violencias de
Federico, otro conflicto amenazaba las relaciones entre la Iglesia y el
rey de Inglaterra. Enrique II Plantagenet trató de apoderarse de
los bienes eclesiásticos, defendidos por Tomás Becket,
arzobispo de Canterbury. Instigados por el violento rey, cuatro
caballeros de la corte entraron en la Catedral, el 29 de diciembre de
1170, y asesinaron a Becket con sus espadas. El conflicto entre
Tomás y el rey y la santa muerte del Arzobispo de Canterbury
fueron llevados a la escena por T. S. Eliot en su poema
dramático titulado Murder in the Cathedral, una de las obras
maestras de nuestro tiempo y en la que aparece perfectamente puesto de
relieve el conflicto entre el poder espiritual y el temporal que
sacudió nuestra civilización en sus comienzos.
También Jean Anouilh, en Becket o El Honor de Dios,
escribió un drama.
El rey Enrique asustado por el asesinato del Arzobispo,
que había sido su amigo de juventud, hizo penitencia de manera
que el Papa excomulgó sólo a los asesinos y envió
nuevos legados a Inglaterra, que pudieron evitar el cisma. El Arzobispo
mártir fue canonizado en 1173.
El concilio convocado en Letrán en 1179 tomó
medidas contra la nueva herejía que había conquistado el
sur de Francia. Con estas medidas se fundó la futura
Inquisición. Los cátaros, herederos de los antiguos
bogomilos, se habían apoderado de la ciudad de Albi, en el sur
de Francia (de aquí su nombre de albigenses), y profesaban unas
creencias inspiradas en el maniqueismo. Sostenían, como los
antiguos persas, que había dos dioses, uno bueno y otro malo, en
permanente conflicto, y que Jesucristo no era más que un
ángel enviado a la tierra por el Dios del bien. Practicamente la
comunidad de bienes, eran contrarios a la familia y el matrimonio y
fueron acusados de cometer crímenes y horrores de todas clases.
Sus himnos o cánticos eran muy bellos y sabían conquistar
las almas de los ingenuos. El Concilio de Letrán invitaba a los
príncipes a tomar las armas en contra de los herejes, y la
guerra, conocida también como "cruzada contra los albigenses",
fue dura y sangrienta y se apagó sólo en 1229, bajo la
regencia de Blanca de Castilla, que sucedía en el trono de
Francia a Luis VIII.
El pontificado de Alejandro III terminó
tristemente, ya que el Papa fue obligado a abandonar Roma por el
partido popular, que lo había apoyado otrora en contra del
emperador. Falleció en Civita-Castellana, al norte de Roma, el
30 de agosto de 1181.
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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)