BEATO AGATANGELO DE
VENDOME
7 de agosto
1638 d.C.
En la
ciudad de Gondar en Etiopía, beatos Agatángelo
(Francisco) Nourry de Vendôme y Casiano (Gonzalo) Vaz
López-Netto de Nantes, sacerdotes de la Orden de los Hermanos
Menores Capuchinos y mártires, que en Siria, Egipto y
Etiopía buscaron reconciliar con la Iglesia Católica a
los cristianos separados, pero, por orden del rey de Etiopía,
fueron ahorcados con los cíngulos de sus hábitos y
lapidados.
Agatángelo nació
en Vendôme en 1598, en el seno de una familia potentada. Se
llamaba Francis Noury. Ingresó en la Orden de los Menores
Capuchinos en Le Mans. Después de la profesión solemne,
pasó al convento de Poitiers para terminar la carrera
eclesiástica. Allí encontró un excelente maestro y
guía del espíritu en el célebre padre José
de Tremblay (de París); y luego fue enviado al convento de
Rennes, para terminar los estudios teológicos y recibir el
sacerdocio. Inició sus trabajos predicando la cuaresma de 1626
en su ciudad natal, más tarde, recorrió el Poitou en una
gira de fecundo apostolado. Fue un gran predicador.
Fue enviado como
misionero a Siria. La palabra expresiva y fogosa de Agatángelo,
la virtud que resplandecía en todas sus obras, le iban abriendo
los caminos difíciles. Con perfecto dominio del árabe,
atraía a su púlpito a una muchedumbre ávida de
escuchar la palabra de Dios en su propio idioma. Pero muy pronto la
contradicción y la envidia hicieron imposible el apostolado de
los capuchinos en Alepo.
Con el alma
destrozada, la obediencia le destinó a las misiones de Egipto.
El padre Agatángelo permaneció ocho meses en Palestina; y
fue tan copioso el fruto que recogió que con justicia se le ha
llamado el apóstol del Líbano. En 1633 llegó a El
Cairo, donde los capuchinos tenían un hospicio de reciente
fundación. Si en Siria había encontrado un montón
de ruinas espirituales, en Egipto no era menos desastrosa la
situación. Los monjes coptos estaban separados de la fe de Roma,
y habían arrastrado consigo a todo el pueblo sencillo y piadoso.
El padre Agatángelo comenzó al punto la dificultosa tarea
de someter a los monjes cismáticos a la obediencia de la fe
católica, el padre Agatángelo se hizo el personaje
más popular de El Cairo; las gentes corrían tras
él y oían sus bellos discursos y se dejaban subyugar por
su virtud extraordinaria. El capuchino era modelo de prudencia y de
caridad; monjes y fieles reconocían la bondad de su
corazón y los sólidos argumentos de su doctrina; el
apóstol recorrió los numerosos monasterios de Egipto,
llegando hasta la Tebaida, cuna del monaquismo primitivo, y en todas
partes consiguió notables y seguras conversiones.